María Corina Machado: Esos que han saqueado el país que se preparen
María Corina Machado. Foto: Archivo

Este año Venezuela comenzó en lo político bajo la aparente premisa de borrón y cuenta nueva. Eso sí, muchas voces de crítica dirigidas (con o sin sustento, el tiempo lo dirá), a los artífices de la movida que defenestró a Juan Guaidó de la presidencia interina. Ahora, y esto es parte de eso que llaman percepción general, la cúpula de las toldas políticas del impopular G3 -uno se imagina inmediatamente a personeros como Henrique Capriles (Primero Justicia), Manuel Rosales (Un Nuevo Tiempo) y Henry Ramos (Acción Democrática)- deben estar pasando muy calladitos ellos, el ratón de su reciente celebración. ¡Ah, y seguro tú también, Julito!

Lo cierto es que, algo así como para atenuar el vendaval de dudas, inquietudes y demás comentarios negativos, las bancadas de la Asamblea Nacional electa en 2015 -las mismas de esta historia- juramentaron a su nueva directiva para el período 2023-2024, con el llamativo detalle de ser todas mujeres sus integrantes y encontrarse actualmente exiliadas: presidenta, Dinorah Figuera (PJ); vicepresidenta, Marianela Fernández (UNT) y segunda vicepresidenta, Auristela Vásquez (AD).

Por supuesto que las suspicacias que provoca esta selección nada tienen que ver con una cuestión de género, ya que bien reconocidas son las trayectorias de estas tres diputadas. Lo que cabe preguntarse es ¿por qué en un momento político tan crítico para la “oposición democrática” no se opta por nombres de mayor calado? Qué tal los mismos Julio Borges, Ramos Allup y Omar Barboza, quienes parecieran no querer asumir directamente el peso y consecuencias de sus “bienhechurías”.

Todo parece apuntar, entonces, hacia el desvanecimiento paulatino de la Asamblea Nacional 2015, que significaría el fin de uno de los capítulos de mayor oportunidad para el cambio político en Venezuela, y el preludio de la definitiva “institucionalización” de un formato político de cohabitación con el régimen.

El turno de María Corina

Así las cosas, el nuevo escenario político a la vista nos muestra a un conjunto opositor más dividido y fragmentado que nunca, con una figura que intenta diferenciarse de los que ella (casualmente otra mujer) considera fracasados.

María Corina Machado está visualizando una gran oportunidad a raíz del fin del interinato de Juan Guaidó y está segura de poder capitalizar un momento en el que las encuestas parecieran favorecerla en unas elecciones primarias, en principio, anunciadas para finales de junio de este año.

El argumento básico y textual de María Corina: “Los espectáculos dantescos que están dando de lado y lado, aunque nos asqueen, no nos pueden paralizar (…) Ha quedado claro que, para derrotar al régimen, primero tenemos que desplazar a esa oposición y ese nuevo liderazgo no lo pueden elegir ni los criminales del régimen ni sus cómplices y derrotados”.

Con esta sentencia, María Corina se quiere presentar como esa tercera opción que pueda acabar con el desinterés y desencanto de todo un país respecto a su cuestionada dirigencia política, tanto del oficialismo como de la oposición, de la que se quiere desmarcar (G3, alacranes y otros especímenes) sin dejar margen para la duda. La dirigente de Vente Venezuela se siente con la capacidad y autoridad moral de recuperar la confianza de un país perdido en sus necesidades básicas y obstinado de promesas incumplidas.

La descalificación es la estrategia escogida por María Corina, algo que, ¡ojo!, pudiera convertirse en un arma de doble filo.

Por un lado, cierta es su narrativa que apunta a errores cometidos por la gestión de la presidencia interina, atribuibles no sólo a Juan Guaidó y a Voluntad Popular, sino también a sus hasta, hace poco, socios del G3 (PJ, UNT y AD). Igual peso tienen sus críticas a conductas sospechosas de miembros prominentes de esas toldas políticas que han venido convirtiéndose, voluntaria o involuntariamente, en factores cohabitantes y complacientes del gobierno de facto. Las cuestionadas negociaciones bajo el formato de México representarían un ejemplo puntual: ceder como tristes vasallos amparados en un seudo acuerdo social que solo favorece a la imagen del régimen sin obtener nada a cambio. Y es que, por supuesto, nada apunta hacia lo fundamental para un país que reclama verdaderas condiciones electorales que lo lleve a un cambio político.

De otra parte, al escoger la estrategia de la descalificación y, por tanto, de la doble polarización, María Corina estaría descuidando una de las condiciones que algunos entendidos consideran fundamental para vencer al régimen en cualquier proceso electoral: la cohesión y unidad de la oposición. La experiencia de 2015, que inesperadamente permitió a la oposición obtener la mayoría en la Asamblea Nacional, resulta ser un buen referente.

De hacerse con el triunfo en las elecciones primarias, la máxima dirigente de Vente Venezuela necesitará del capital político y apoyo de los demás partidos participantes en la contienda con miras a la aún no anunciada elección presidencial, constitucionalmente pautada para 2024. Una carrera a sangre y fuego por la candidatura única opositora, con descalificaciones a diestra y siniestra, pudiera generar eventualmente escenarios indeseables marcados por escisiones y candidaturas paralelas que favorezcan las aspiraciones de continuidad del régimen.

En todo caso, primero es lo primero, y María Corina –a falta de un outsider como Lorenzo Mendoza, único individuo capaz de dar un verdadero revolcón al escenario político venezolano– parecería representar la primera opción opositora en unas eventuales primarias, contando además con la ventaja de no haber sido parte de la cada vez más alicaída Asamblea Nacional electa en 2015, foco de la controversia y descrédito político actual.

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