El desafío para el electo presidente de Chile, Gabriel Boric, es tan diáfano como simple: ahora tiene que gobernar.

Además de los resultados electorales que lo llevaron a la cima, los elementos ciertos en su libreta de anotaciones son que cuenta (?) con el aparato del  Partido Comunista, que consiguió el aplauso caluroso y compañero de la izquierda continental y que bajó la Bolsa y subió el dólar.

Gobernar no es lo mismo que arengar en las calles o tuitear a granel. “En el gobierno hay que comer mierda”, decían los “Verdes” alemanes allá por los ochenta, cuando debieron asumir ciertas responsabilidades producto de sus triunfos en las urnas. Entonces se dividieron.

Hoy todo es incierto más allá de lo que diga Boric, que está un poco obligado a calmar las aguas ─de unos y de otros─ y ver cómo “equilibrar”. Cuando nombre el gabinete se podrá comenzar a olfatear.

Es muy posible que no siga la línea de algunos de sus correligionarios de ser líder continental, heredero de Fidel, por supuesto,  como hizo Chávez, de lo cual muchos se rebuscaron, pero le costó demasiado a Venezuela. Además, hoy en todo caso podría ser lugarteniente de Lula, si es que este gana.

Lo de Chile de estos tres últimos años ha sorprendido. Era un ejemplo de cómo se debían de hacer las cosas, se sea de izquierda o de derecha .Eran la envidia. En alguna medida son los efectos del propio avance económico que genera ansiedades, nuevas expectativas y hasta resentimientos alimentados por la propia opulencia. Las diferencias se hacen mayores, los más ricos son más ricos, pero también es cierto que creció la clase media y que los pobres no son extremadamente pobres.

Hay un estado de ánimo entre los chilenos que es muy difícil de descifrar. Sobre todo si se analizan los resultados electorales Hace unos años hubo revueltas serias. Parecía que la imaginación tomaba el poder. La consecuencia fue votar una constituyente para poner fin a la Constitución de Pinochet. Se votó y de hecho los chilenos miraron por la moderación.

Cómo leer la realidad y más cómo saber lo que quiere la gente y hasta cuánto y cuándo te va a acompañar.

En la primera vuelta más de la mitad de los chilenos no fueron a votar. Solo lo hizo el 47,33%. De esa cantidad, 27,3% votó por el derechista José Antonio Kast, 25,83% por Boric y 12,8 % por Franco Parisi.

Lo mismo pasó en la segunda vuelta: creció el número de votantes, llegó a 55% y ganó Boric con el 55,87 y Kast se quedó con el 44,13.

Todo es legítimo. Pero, ¿es representativo? El ganador lo hizo con el voto de ese 31% de los habilitados para votar.  Y ese es un elemento de reflexión para el nuevo presidente, que además tiene una constituyente en marcha por un lado y minoría parlamentaria por el otro.

El mensaje de las urnas en tan confuso que la tercera fuerza política ─el Partido de la Gente─ está liderada por alguien que no  reside en Chile. Franco Parisi reside en Estados Unidos, desde donde dirigió la campaña. Sobre su persona pesan varias denuncias legales, que serían la causa de su no residencia. Se le acusó de mal manejo de fondos de otros en su beneficio, gastos para campañas electorales anteriores irregulares, tiene hasta una demanda por acoso sexual y además debe una abultada suma por concepto de la pensión alimenticia en favor de sus dos hijos. Complicado. ¿Cuál es el mensaje de la gente de Parisi?

Estos son los hechos. Es lo que hay. El “mercado” de inmediato envió su mensaje más directo y más fácil de interpretar: cayó la Bolsa y subió el dólar. Ya se dice que Boric contemplará rápidamente este tema con la designación de una ministro más amigable con el “mercado”. ¿Y el Partido Comunista, su principal socio, qué piensa? No creo que vaya a ocurrir lo de Perú, que Castillo renegó de sus promotores, pero es difícil prever lo que ocurrirá.

Esto no se arregla con embalajes ─lo de Argentina es un ejemplo─ ni creo que con los modelos de Ortega y Maduro. En Chile no ha de ser tan fácil imponer esquemas como los de Venezuela y Nicaragua.

Tampoco se soluciona apelando al recuerdo de Salvador Allende.

El asunto es cuando uno pasa para el otro lado del mostrador y abre el cajón y tiene que empezar a gobernar.


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