Mucha gente en Venezuela, y en mayor proporción aun en la diáspora, alberga el deseo –abierto o “in pectore”– de que una acción militar extranjera sirva para desalojar del poder al grupo que hoy lo usurpa.

A estas alturas a mucha gente no le importa si la acción se enmarcaría por la vía del 187.11, o el TIAR o la acción unilateral de fuerzas norteamericanas o del planeta Marte. Todavía no se han terminado de dar cuenta que esa opción ya no está “sobre la mesa” y mucho menos para Mr. Trump, que a partir de ahora está ocupado a tiempo completo en mitigar los efectos del “impeachment” que le propinó la Cámara de Representantes y además  tratar de asegurar su reelección en noviembre de este año lo cual luce probable.

Asimismo, el calentamiento global no ya del ambiente sino de las tensiones políticas ha dado como resultado que el tema Venezuela haya reducido mucho su presencia en el quehacer de la Casa Blanca y otras oficinas del gobierno de Estados Unidos,. que debe lidiar con nuevas crisis que –mal que les pese- requieren atención prioritaria–. En Somalia un ataque terrorista mató a casi 100 personas y en esta misma semana el acoso  y casi toma del predio de la Embajada de Estados Unidos. en Bagdad han venido a protagonizar el centro del escenario de la preocupación norteamericana.

En todo caso, la historia demuestra con insistente repetición y terquedad que las intervenciones militares –especialmente norteamericanas– en el extranjero presentan su  principal reto no en la decisión y materialización de una acción de fuerza sino en el manejo de las situaciones que se presentan con posterioridad, cuando retirarse es malo y permanecer en el territorio invadido es igual o peor. Afganistán y hoy Irak lo prueban sin lugar a dudas. Por eso es que teniendo esos ejemplos a la vista y en cuenta es necesario que nosotros, venezolanos, exhibamos la habilidad de extraer conclusiones.

Lo de Iraq que ocupa los titulares de los medios en estos días es un ejemplo claro de como un evento que puede aparecer aislado resulta en una crisis cuyo desarrollo y desenlace no se puede prever. Todo empezó como consecuencia del asesinato en acción terrorista de un contratista al servicio de Estados Unidos. que desató la ira de Washington expresada en un ataque aéreo de represalia –tal vez justificada– cuyo resultado fue la baja como “efecto colateral” de un buen número de civiles iraquíes, que a su vez fue el detonante para que el extremismo pro-iraní convocara con resonante éxito una manifestación cuyo destino era el lugar superfortificado que ocupa la Embajada de Estados Unidos. en Bagdad.

Cierto es que  después de muchos desmanes y la llegada de refuerzos norteamericanos, los revoltosos optaron por retirarse no sin mostrar ante la prensa mundial  profusión de cánticos y pancartas expresando su disgusto con el gobierno local y –por encima de ello– con Estados Unidos. Es así como después de 29 años de involucramiento y  ocupación militar para destituir a Saddam Hussein, hoy Washington está peor que antes en la zona mientras el real enemigo mundial –el extremismo iraní– extiende su influencia no solo allí sino también en Siria, Líbano, Yemen y uuuuupsss!!!! Venezuela.

Y en el medio de todo ese cuadro del que luce imposible sustraerse, existen en Venezuela actores políticos con agendas que les llevan a presentar y promover acciones que con o sin merecimiento atentan contra la única arma que los demócratas tenemos a nuestro alcance: la unidad.

Ante la inminente fecha en que se renovará la directiva de la Asamblea Nacional, asediada burdamente por todos los ángulos, desde esta columna expresamos nuestro inmenso deseo de que quienes puedan tener aspiraciones particulares desplieguen la dosis de venezolanidad necesaria para impedir el fraccionamiento de quienes por encima de todo compartimos la agenda común mínima que es la de la restitución de la democracia. ¡Después discutimos los detalles! Eso sí Guaidó: libérese usted del tutelaje de los capitostes que lo atan de manos. ¡Juégueselo todo a Rosalinda!

 


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