Un día como hoy, 30 de mayo, a finales del siglo XIX o principios del XX (1900), nació en Londres Carlos Raúl Villanueva, maestro indiscutible de la arquitectura moderna venezolana. Es lamentable recordarle cuando su Magnum opus, la Ciudad Universitaria de Caracas —patrimonio de la humanidad desde el año 2000— es vandalizada a manos de sujetos ajenos a la institución, con el soterrado apoyo de un régimen adverso al pensamiento crítico y la libertad de cátedra. Fidel Castro previno a Hugo Chávez sobre la incompatibilidad de la «revolución» con la autonomía universitaria. Teniendo de brújula las infalibles y sagradas palabras del líder cubano, el santón barinés procedió a miserabilizar las universidades democráticas, limitando sus presupuestos en beneficio de escuelas de formación ideologizante o idiotizante, concebidas con el propósito de aniquilar, a mediano plazo, los gremios profesionales y criar, no educar, una legión de chapuceros acorde a su tercermundista cosmovisión. Có(s)mico el comandante, ¿no?

Maduro heredó la obsesión antiautonómica de su papi putativo y, apelando al maniqueísmo dialéctico, patético y epiléptico tal su 7×7, ambiciona acabar con la «educación burguesa», orientada, según la pedagogía socialista del siglo XXI, al lucro y la movilidad social y no al bienestar colectivo. Sobre esta superficial premisa pretende supeditar las universidades al plan de la patria, privilegiando carreras vinculadas a la supervivencia de un modelo fracasado y no a un proyecto de desarrollo sustentable. Hace relativamente poco tiempo, escribí algunas líneas sobre esa peculiar concepción nicochavista de la educación y creo  pertinente repetirlas aquí y ahora: «Respondiendo pavlovianamente a reflejos condicionados por la noción soviética de progreso, los planificadores bolivarianos buscan improvisar en tiempo récord técnicos robotizados, especialistas en la ejecución de tareas pormenorizadas en manuales de instrucción, y terminarán prescindiendo de la filosofía, el derecho, las letras y las humanidades en general. Y es lógico, pues es idea concebida en la sesera de un sujeto entrenado para manejar un autobús, sin saber cómo y por qué funciona el motor, y no a una nación gestada al calor de los valores y principios de la ilustración. El cuartel por encima de la academia y el pragmatismo sobre el idealismo; o, en borgiana cavilación, la mera disciplina ―¡y la corrupción!, agregaría yo― usurpado el lugar de la lucidez». Pero, cerremos este aparte volviendo a Villanueva y a la prodigiosa organización espacial y volumétrica de «nuestro mundo de azules boinas». En su honor, el grito de batalla de la «casa que vence la sombra»: ¡U, U, UCV!

También este último domingo de mayo se celebra en nuestro país el Día del Árbol, festejo de obligatoria conmemoración en las escuelas, instaurado durante la dictadura restauradora y protochavista de Cipriano Castro —en el imaginario del comandante hasta siempre, la figura del Cabito ocupaba lugar de privilegio: en Miraflores, ordenó sustituir el busto de Rómulo Gallegos (¡un civil, válgame Dios!) con uno del compadre traicionado—. No habrá en los patios, parques y jardines escolares siembras, alegóricas al Araguaney, árbol nacional de Venezuela desde el 29 de mayo de 1948, cuyas espléndidas floraciones amarillas justifican la mayúscula, ni se escucharán voces blancas cantando “Al árbol debemos solícito amor/ jamás olvidemos que es obra de Dios...” El confinamiento intermitente lo impide; no obstante, la retórica seudoconservacionista del mascarón de proa del ordinario régimen militar competirá en cursis metáforas y falsas promesas con la de su predecesor, intentando explicar cómo tragar y digerir «el nuevo modelo ecosocialista», ¡eco!, y cuáles son los pasos que hay que dar en «la creación de una conciencia colectiva para la preservación de la vida en el planeta». Tienen los okupas del poder 22 años queriendo salvar al mundo con su mamadera de gallo, pero no son capaces de proteger a la ciudadanía de la peste china. La salud del venezolano no cuenta. Importan sí las elecciones, con o sin diálogo de por medio. Ya han instalado más de un millar de puntos a fin de   actualizar el registro electoral permanente… y ni un solo centro de vacunación. A juicio del médico infectólogo Julio castro, es necesario aplicar al menos un millón de inyecciones semanales a objeto de alcanzar, a fin del año en curso, la inmunización de rebaño, tarea a realizar sin la estafeta del chantaje patrio carnetizado. De este perverso mecanismo nada dice una Constitución ponderada alguna vez como la mejor del mundo y, a pesar de ello, pisoteada y violada sistemáticamente por quienes la gestaron.

El artículo 83 de la carta magna, reducida a «bicha» en la cháchara del perpetuo charlatán en Aló, presidente —dominical y encadenada cátedra magistral de embelecos guisados y pamplinas refritas —, precisa, y copiamos ad pedem litterae: «La salud es un derecho social fundamental, obligación del Estado que lo garantizará como parte del derecho a la vida. El Estado promoverá y desarrollará políticas orientadas a elevar la calidad de vida, el bienestar colectivo y el acceso a los servicios. Todas las personas tienen derecho a la protección de la salud, así como el deber de participar activamente en su promoción y defensa, y el de cumplir con las medidas sanitarias y de saneamiento que establezca la ley, de conformidad con los tratados y convenios internacionales suscritos y ratificados por la República». Este y los artículos subsiguientes, 84 y 85, parecen aprobados con urgencia y ganas de salir del paso —alguien, no se sabe con certeza si el poeta norteamericano John Godfrey Saxe (1816-18879) o el canciller prusiano Otto von Bismark  (1815-1898), acuñó una frase a la medida de los legisladores y  constituyentes  castro bolivaristas: «Con  las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no ver cómo se hacen» —, y ninguno de los tres avala el humillante requisito de una credencial de raigambre proselitista y corte fascista a objeto de recibir atención médica en instituciones públicas.

Mañana lunes 31 de mayo, Día Internacional de No Fumar, termina este mes de madres, cruces, flores, eclipses y superlunas, el número 5 en el calendario gregoriano. Hace un año comencé mi descarga habitual refutando el tópico de origen taurino «no hay quinto malo». Lo hice porque, para mayo de 2020, la covid 19 ya había hecho su aparición en Venezuela y las acciones preventivas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud, en razón de su carácter pandémico, le permitieron al régimen darle varias vueltas a la tuerca del control social e imponer una obligatoria y claustrofóbica reclusión, potenciada con un estricto toque de queda. La situación en el ámbito sanitario, a pesar o a causa del relajo madurista, ha empeorado sustantivamente; sin embargo, en el escenario político pareciera suceder lo contrario y se perciben esperanzadoras señales de un retorno a la sensatez. Quizá la oposición civil y democrática haya recuperado la lucidez y renunciado al providencial deus ex machina y las salidas tremendistas —insurrección, desembarco de U. S. Marines, golpe de Estado—, dejando de apostar todo contra nada. El pronunciamiento de Henrique Capriles, respaldando el Acuerdo de Salvación Nacional, propuesto por Juan Guaidó, con quien ha discrepado públicamente, tras no haberse alcanzado las metas trazadas en la hoja de ruta de enero 2019, y asumidas cual mantra a lo largo de un interinato lamentablemente devenido en simbólico, allana el camino a andar en busca del desenlace menos traumático posible a la prolongada crisis de gobernabilidad y convivencia; así y solo así, estaremos en capacidad de superar, por el bien de todos, la bancarrota económica, el caos político, el sufrimiento social y la ruina moral de la República. En todo caso, cualquiera sea el compromiso contraído en las ansiadas, necesarias e inevitables negociaciones, estas deben incluir de modo vinculante un programa de vacunación masiva a instrumentarse de inmediato —la oferta de Guaidó es clara en este sentido—. Maduro, ¿cuándo no es pascua en diciembre?, condiciona las conversaciones al levantamiento previo de las sanciones, el reconocimiento de su espuria asamblea y el descongelamiento de las cuentas bancarias. De mantenerse en sus treces, el juego permanecerá trancado. Además, Estados Unidos advirtió en taxativo registro: «Si las negociaciones fallan, las otras políticas continúan. Seguiremos poniendo presión al régimen para dar pasos concretos a elecciones libres».

Por otros senderos transitan el disidente del chavismo Nicmer Evans y el exgobernador del Táchira César Pérez Vivas. Organizados en el recién creado Movimiento Venezolano por el Revocatorio (Mover), han solicitado al CNE su habilitación con la intención de convocar a referéndum y «el único objetivo de que el pueblo venezolano pueda decidir libremente su destino» —el dequeísmo es de ellos—. Tal solicitud tiene sus bemoles porque supone un tácito reconocimiento al mandato de Maduro, es decir, legitima la usurpación. Si yo fuese Nicolás —¡ni Dios lo quiera!, exclamaría de ser creyente—, acogería con beneplácito esta vía y marcharía por ella dando saltos en una patita cual alegre conejito para su casita. ¡Y ojo!, el reyecito sigue buscando lo que no se la ha perdido y atiza el fuego patriotero acusando a Colombia de «esconder un plan para infectar a Venezuela con la apertura unilateral de la frontera». De momento, me quedo con el Acuerdo de Salvación Nacional. Después veremos con qué se come el revocatorio de Mover. Y hasta aquí nos trajo el río de las divagaciones. ¡Adiós mayo, adiós!

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