Los acontecimientos más recientes muestran que la región, lejos de acercarse al ideal panamericanista e incluso integracionista que se planteó después de la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en una zona de conflictos políticos que afectan su unidad y su capacidad de negociación como bloque a lo interno y con otras asociaciones de Estados.

El elemento ideológico es, sin duda, el eje de esta confrontación política. Países que alejados de las prácticas democráticas tratan de imponer sistemas alejados de nuestras realidades, de naturaleza autoritaria, que ponen en peligro el disfrute pleno de los derechos humanos. En suma, hablamos de la confrontación entre democracia como sistema de libertades y autoritarismo como sistema de sometimiento.

Las relaciones de Venezuela con Chile, por la injerencia de la posible participación de venezolanos en un crimen político transnacional; la vergonzosa postura del régimen venezolano ante la realidad del Tren de Aragua como organización criminal que afecta la estabilidad política y social de la región y la insistencia por el régimen de Caracas de no hacer elecciones libres y auténticas ha separado a los dos países.

Las tensas relaciones de Venezuela con Guyana y detrás de ella el Caricom y muchos países de la región latinoamericana ha generado tensiones que van más allá de la buena vecindad regional y que se han acercado a una confrontación bélica, jamás previstas en nuestra acción exterior, aíslan a Venezuela del contexto regional.

El apoyo declarado de México a un delincuente común al otorgarle asilo diplomático en violación flagrante de la Convención de Caracas de 1954 y el ingreso violento de las fuerzas ecuatorianas a la Embajada de México en Quito, en violación igualmente flagrante de la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas de 1961 que contempla el principio de la inviolabilidad de los locales diplomáticos, conduce a la ruptura de relaciones entre los dos países. López Obrador igualmente actuó de manera injerencista en el golpe de Pedro Castillo en Perú, por lo cual las relaciones entre ambos países se mantienen en un nivel inexistente.

El cuestionamiento de la política del presidente Bukele de El Salvador, en desconsideración de los derechos humanos, aunque apoyada internamente, ha generado críticas serias de la comunidad internacional que ve en esas actuaciones un gobierno autoritario que ignora las normas internacionales de protección.

La dictadura de Ortega en Nicaragua es otra piedra en el zapato que ha incidido en las relaciones centroamericanas, cuyos países soñaban, incluso antes que en otras partes del mundo, con el ideal comunitario.

Ante la situación en Haití, un desastre humanitario, social y político, la región no ha tomado una postura coherente y determinante para rescatar la legalidad y el orden y garantizar la vida de miles de haitianos que parecen no importarle a nadie ni mucho menos a sus vecinos más próximos como la República Dominicana cuya reacción ha sido construir barreras para cerrar las fronteras.

También ante el desmedido y criminal ataque de Irán a Israel ha estado ausente la unidad regional. El régimen de Caracas en su declaración ignoró el ataque reconociendo implícitamente su apoyo a Irán, el socio extrarregional que parece decidido a ingresar en el ámbito latinoamericano con el apoyo de Caracas, Managua, La Habana, La Paz y no muy lejos de Brasilia.

Maduro, además, en una “solidaridad” sin fundamento con México, cierra la Embajada en Quito y de manera incompresible el Consulado, y continúa dirimiendo sus diferencias con Argentina de la peor manera, al igual que lo hace Petro desde Colombia.

Mientras no se logren consensos para enfrentar de manera efectiva los autoritarismos que conllevan a las violaciones de los derechos humanos, a abolir las libertades y a socavar el Estado de derecho, será muy difícil concertar esquemas de integración y entendimientos que nos permitan avanzar y tener representación como región ante el mundo. El fracaso de la Celac así lo demuestra.


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