En días pasados, en este mismo diario, hice público un artículo titulado Difusión del derecho vs la tropelía comunitaria en el cual expresaba que, dentro de ese debate sobre la imposición de la comuna “a lo macho”,  como un seudo sistema social, “( … ) se hace indispensable la difusión del derecho, pues así como en los círculos de la sociedad civil organizada se efectúan continuos eventos, pomposos o discretos, masivos o de asistencia restringida, en el que los más sabios debaten sus ideas e instruyen a quienes tienen acceso a los mismos, debe nutrirse a la población mediante la difusión didáctica de los derechos consagrados en la constitución como carta magna, para que los asimile y entienda, de manera que el día que acuda a una protesta sepa, a conciencia, que lo está haciendo en defensa de sí mismo, de sus derechos y el de sus compatriotas”.

A pocas horas de la publicación del citado artículo, un aterrador reportaje (https://bles.com/america/venezuela/venezuela-como-es-vivir-entre-los-muertos-de-un-cementerio-en-caracas.html) daba cuenta, con dantescas gráficas, de la ocupación del Cementerio General del Sur de Caracas por numerosas personas que no solo conviven en míseras viviendas “( … ) donde bebés duermen en cartones sobre las lápidas, comen y juegan entre las ruinas de los ataúdes que exponen las osamentas humanas a raíz de su profanación mientras que sus padres rebuscan en el lugar”.

Añadía la información que “( … ) el camino es hacer vida con los del más allá y la profanación de sus tumbas se vuelve un negocio. Un diente de oro, una prenda en buenas condiciones y osamentas sirven para lucrar a quienes residen en el camposanto cuando el hambre supera los escrúpulos ( … )”, arruinándose “( … ) el valor patrimonial del cementerio inaugurado en 1876 y que figura en la lista de monumentos históricos del país desde 1892 ( … ) Los féretros son escombros. Los mausoleos que una vez se levantaron en honor a figuras patrióticas y artísticas o de servicio social como los bomberos son amasijos de hierro plagados de maleza”.

Esta descripción y las fotos que la acompañan -que Yuval Noah Harari diría que se corresponden con imágenes de “( … ) humanos prehistóricos, animales insignificantes que no ejercían más impacto sobre su ambiente que los gorilas, las luciérnagas o las medusas ( … )”- dejan en suspenso hasta al más incrédulo porque parece un pasaje antropológico de millones de años atrás, o una reproducción de algún cuento de terror de Guillermo de la Rosa Michelena en sugritoenelviento.com; pero, el reportaje achacaba el infernal drama que afecta a numerosas familias al déficit de viviendas en Venezuela y “( … ) al incumplimiento de las misiones y grandes misiones socialistas que son el milagro y la garantía del bienestar, la estabilidad y la protección integral para los pensionados, las embarazadas, el niño, la niña y de toda la familia venezolana”, que una y otra vez repite la propaganda oficialista en sus redes sociales.

Sea cual sea la causa, justificada o no, el hecho cierto es que, jurídicamente, en Venezuela rige una norma que dispone que quienes “( … ) faltando al respeto debido a la memoria de los muertos, violare los sepulcros o sepulturas, profanare un cadáver o sus cenizas o, con ánimo de ultraje, destruyere, alterare o dañare las urnas funerarias, panteones, lápidas o nichos será castigado con la pena de prisión de tres a cinco meses o multa de seis a 10 meses” (artículo 526 del Código Penal); y, por consiguiente, es fácil deducir que las personas que moran en el Cementerio General del Sur y los que  incurren en los delitos señalados podrían estar incursas en los delitos transcritos y ser enjuiciadas penalmente.

Pero en vida actual venezolana, la norma citada se ha transformado en  “letra muerta” y -ciertamente lo es-, no porque se ignore la tipificación de los ilícitos sino porque simple y llanamente quienes inmoral e ilegalmente ocupan el cementerio donde reposan los restos de nuestros deudos no tienen la menor noción de que un camposanto merece respeto y que los huesos que allí esperan por el día del Juicio final son dignos de ser venerados, conforme a esa cultura de los pueblos iberoamericanos que tiene como soporte los valores de la catolicidad mundial.

¿Cómo una madre adolescente, que no recibió instrucción y menos valores en una parodia de familia disfuncional, puede discernir entre el bien y el mal cuando, sentada sobre una lápida, mantiene en sus brazos a un bebé recién nacido que ella quizá no sabe que hace este entre sus brazos? ¿Se puede considerar a esa joven como violadora de una tumba, merecedora de una sanción?

Ignorantia juris non excusat o ignorantia legis neminem excusat” (la ignorancia no excusa del cumplimiento de la ley) es un principio de Derecho según el cual el desconocimiento o ignorancia de la ley no sirve de eximente, porque se presume conocida desde su promulgación; y partiendo de él podría afirmarse sin temor a equivocación que el férreo peso de la ley debería caer sobre los violadores y profanadores del Cementerio General del Sur, y que la inaplicabilidad de las normas sancionadoras es imputable a quienes dicen detentar el poder, sea por el delito de omisión, sea por incumplir falsas promesas de viviendas dignas para toda la población; pero condenar a seres en tales condiciones conllevaría a la “Fórmula Radbruch”, según la cual “la injusticia extrema no es derecho” (Lex iniustissima non lex est).

Por tanto, así como es necesaria la difusión del derecho para que los ciudadanos los conozcan y sepan defender los propios, es indispensable rescatar los valores de nuestra sociedad y para ello debemos valernos del sagrado mandato del Libro de los Proverbios -“enseñar al que no sabe”-, mediante la divulgación de unas bases éticas mínimas para que, a través del aprendizaje, se comience a andar en la restitución de la dignidad humana de  una sociedad abatida, llevada a un estado de necesidad de emergencia humanitaria por la aplicación de inhumanas y fallidas políticas de toda índole que, siendo tan conocidas, no vale la pena volver a mencionar.

Arranquemos por mostrar el camino más sencillo hacia la recomposición social. Como en los viejos tiempos, comencemos por enseñar los X Mandamientos, esos que recibiera Moisés de las manos de Dios, porque en ellos están los valores morales que se corresponden con todas las sociedades civilizadas y las distintas religiones, y que confieren legitimidad social.a los pueblos. Apelemos “( … ) a la conciencia nacional para que el colectivo venezolano asuma la comprensión, el entendimiento y el compromiso, en momentos desafiantes de Venezuela”, (Fundación Alberto Adriani 22/03/2021).

 


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