En octubre de 2015, un año después de la publicación de la 23.ª edición del Diccionario de la lengua española (DLE) de la Real Academia y la Asociación de Academias de la Lengua Española —la obra lexicográfica cumbre de una koiné que hoy, como se indica en la edición de 2020 del Anuario del Instituto Cervantes, es la lengua materna de cerca de 489 millones de personas y el sistema de comunicación potencial de más de 585 millones, esto es, de alrededor del 7,5 % de la población mundial—, se puso a disposición del público su versión electrónica en línea en el mismo sitio que, desde 2001 y hasta ese momento, sirvió como plataforma de consulta de la 22.ª. Posteriormente, los miembros de las mencionadas academias decidieron publicar cada año, en forma de actualizaciones de esa versión, los avances de la que en un no tan lejano futuro será la 24.ª edición de tal repertorio, la primera de las cuales salió a la luz, a finales de 2017, como la versión electrónica 23.1.

Hace pocos días se publicó la correspondiente actualización de este año, la 23.4, lo que no llamaría de particular modo la atención de no ser tan significativas las enmiendas e inclusiones hechas en momentos en los que sobre buena parte del mundo hispanohablante, si no sobre todo él, se cierne la amenaza de un totalitarismo que, como ya está ocurriendo en Venezuela, podría acabar constituyendo el episodio más oscuro de toda la historia panhispánica, y de no evidenciar la versión en cuestión la enorme influencia que sobre los criterios de aquellas academias ha tenido la profunda crisis global que precipitó la pandemia de COVID-19 pero que no desaparecerá con ella.

Para comenzar por esto último, es pertinente recordar que ninguna otra situación en el último siglo puso de manifiesto, como lo ha hecho esa crisis, la importancia de la precisión conceptual relacionada con los significados que en obras como el DLE conforman, para el gran público —aquel que no cuenta con las competencias para la evaluación e interpretación de la evidencia científica disponible en revistas arbitradas y demás recursos especializados, o que no ha desarrollado el hábito de consultar la literatura, también especializada, sobre los temas de su interés—, la puerta de entrada que lo aproxima a la comprensión de los fenómenos y asuntos que lo afectan y de cuyo cabal entendimiento puede depender la propia supervivencia, lo que, a juzgar por la naturaleza de la citada actualización, ha llevado al inicio del transito de una obra que da generales nociones sobre las cosas a una que llegue a educar sobre ellas, aunque sin modificar su índole no enciclopédica.

Dentro del horizonte inmediato es muy claro el propósito de esto, a saber, contribuir a la mejora de la toma de decisiones y de la actuación cotidiana de ese gran público en lo que al autocuidado en el contexto de la pandemia respecta, de lo que es un buen ejemplo la enmienda de la segunda acepción del lema «mascarilla», en la que ahora se define como la ‘máscara que cubre la boca y la nariz de su portador para protegerlo de la inhalación y evitar la exhalación de posibles agentes patógenos, tóxicos o nocivos’; una definición que no deja margen para dudas sobre aquel correcto modo de usar esta barrera que, pese a la ingente cantidad de recursos documentales y audiovisuales que lo indican, entre ellos los de la Organización Mundial de la Salud, aún no es el observado por todos los que la utilizan como un elemento más de protección en las situaciones en las que se recomienda.

Claro que si bien la preservación de la salud y la vida en tiempos de pandemia se ha erigido en el marco de la inclusión de otras valiosas entradas en el DLE, como «bioseguridad», el ‘conjunto de medidas para la prevención de riesgos para la salud y el medio ambiente provocados por agentes biológicos’, el impacto que la COVID-19 ha tenido en las academias de la lengua ha conducido a una revalorización de los temas sobre la salud que trasciende a esta enfermedad, tal como lo patentiza la gran proporción de enmiendas y adiciones de términos de este ámbito no asociados, al menos de manera directa, con ella; verbigracia, «macronutriente» y «micronutriente», «isoflavona», «melatonina» y «prolactina», «triptófano» y «serotonina», «vigorexia», «vigoréxico, ca» y «nandrolona», «mastectomizar», «orquiectomía» y «prostatectomía», «cefalosporina», «cloranfenicol», «eritromicina», «tetraciclina» y «vancomicina», «anticonvulsivo, va» y «miorrelajante», «basófilo, la» y «neutrófilo, la», «ácido ascórbico», «biomarcador», «ébola», «probiótico, ca», «triglicérido» y algunas otras voces y formas complejas, relacionadas o no entre sí.

Incluso ha llevado a dirigir la atención hacia problemas como la desinformación y algunos indeseados aspectos de la dinámica relacional mediada por las redes sociales y otras plataformas en línea, lo que evidencian entradas como «trol» —la segunda de esta voz que es definida, en el contexto de los foros de Internet y de tales redes, como ‘usuario que publica mensajes provocativos, ofensivos o fuera de lugar con el fin de molestar, llamar la atención o boicotear la conversación’—, «trolear» y «troleo», y a ampliar las posibilidades léxicas relativas a la comunicación en entornos digitales, que tanta relevancia ha cobrado en la actual coyuntura, a través de la introducción de nuevas acepciones de vocablos como «avatar», entendido como ‘representación gráfica de la identidad virtual de un usuario’, «foro», como ‘sitio en el que se opina, se debate o se intercambia información sobre un tema determinado’, y «perfil», referido tanto a la ‘identidad de un usuario’ como al ‘espacio virtual asociado a cada perfil de una red social, en el que el usuario publica y comparte información’, y de la incorporación de palabras como «videochat» y «videollamada».

Por supuesto, la adición de otras voces y formas complejas sí ha respondido simplemente, ora a la rápida generalización de su uso por influjo de la pandemia de COVID-19 en cuanto principal acontecimiento de la historia reciente, ora a la necesidad de ofrecer significantes lingüísticos apropiados para su comunicación, como por ejemplo la de «COVID» —aunque todavía solo en esta forma, esto es, como acrónimo no lexicalizado— y «COVID-19», «coronavirus» y «coronavírico, ca» —esta en calidad de adjetivo para lo ‘perteneciente o relativo al coronavirus’—, «desconfinamiento», «desconfinar» y «desescalada», «antirretroviral» o «seroprevalencia», en el caso de lo primero, o la de los verbos «cuarentenar» y «cuarentenear», en el de lo segundo.

Sea lo que fuere, adiciones y enmiendas como las señaladas dan cuenta de un enfoque académico que apunta más que antes a una educación significativa, pero lo más resaltante de la actualización 2020 del DLE es, sin duda, su énfasis en la clarificación y ampliación de conceptos concernientes a la democracia y, de manera más general, a la libertad y a los derechos fundamentales del ser humano, lo que no sorprende en virtud del real peligro en el que hoy se encuentran las libertades de la nación a la que pertenece la principal academia responsable de la elaboración y actualización de esta obra, y en la que nació la lengua que ella recoge.

La sociedad democrática, verbigracia, se define ahora sin ambages, en la tercera acepción del lema «democracia», como aquella ‘que reconoce y respeta como valores esenciales la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley’, mientras que nocivos eufemismos como «democracia orgánica» y «democracia popular» se entienden como ‘forma de organización política del régimen franquista y otros regímenes autoritarios, basada oficialmente en la familia, el municipio y el sindicato’, la primera, y ‘sistema de gobierno de las dictaduras comunistas’, la otra, lo que viene a reivindicarnos a todos los que no dejamos de insistir en que solo hay democracia y lo que no lo es, esto es, aquello que del mismo modo tiende al totalitarismo por más que, en apariencia, luzcan diferentes los supuestos principios con los que se enmascara ante diferentes audiencias y que adjetiva con las mismas etiquetas, «izquierda» o «derecha», que acompañan al sinfín de eufemísticas expresiones que le sirven de acomodaticios nombres en su ubicua permanencia dentro de lo que pretende que se tome por un espectro de «ideologías».

Se trata de una invaluable contribución a la ardua tarea de siembra de valores democráticos en las nuevas generaciones; una labor con la que se persigue generar cambios culturales sustantivos y favorables en nuestro turbulento y a menudo ingenuo mundo hispanohablante, a lo que también coadyuva la introducción de otras palabras cuyos significados encierran mucho más que lo explicitado, como la segunda acepción de «presentismo», a saber, ‘proyección de los valores del presente en el pasado’.

Como no recordar, por ejemplo, el otrora presentismo por el que en la Venezuela de finales del siglo XX, de forma errónea e injusta, se le atribuyó la causa de los males de la nación a una democracia de cuatro décadas que, aunque imperfecta, sirvió de marco al mejor período de su historia republicana; aquel en el que se emprendieron con enorme éxito las mejores obras inmateriales en ámbitos como el educativo y el científico. Y el nefasto resultado de lo que comenzó con la lenta e inadvertida demolición de las instituciones en las que se asentó esa perfectible democracia están hoy a la vista de un mundo al que todavía le cuesta comprender una devastación sin precedentes en la región.

Otros términos, como «partidocracia», «izquierdizar», «fascistoide» o «prebendarismo», y hasta otros como «reduccionismo», ilustran igualmente la relevancia y pertinencia de esta actualización en un contexto de lucha por la preservación, en unos casos, o recuperación, en otros, de la libertad; y lo hacen aun en el supuesto de que las motivaciones que prevalecieron a la hora de orientar el trabajo del que esta derivó hayan sido distintas de lo aquí planteado, aunque todo hace pensar que es un compartido deseo de promover y consolidar aquella cultura auténticamente democrática lo que lo guió.

En todo caso, vale la pena revisar esta nueva versión y reflexionar acerca de su papel tanto en estos momentos como en los difíciles tiempos por venir.

@MiguelCardozoM


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