David Alfaro Siqueiros, La marcha de la humanidad

Repudio la desidia, indolencia, arrogancia, complicidad y mal humor de numerosos intelectuales (escritores, comunicadores sociales, pensadores, artistas, políticos, científicos, et.) persistentemente convocados para defender nuestro inalienable derecho a vivir libres, aprovisionados, saludables, fraternos y dignos. El tufo conceptual de catedráticos de la «autodeterminación de los pueblos» esparce con obstinación en cada resquicio académico.

Es falso que existan individuos en el mundo a quienes no contaminen el cadáver de nuestros inmutables y humanos derechos que, fortísimo, en la inmensidad apesta: el antropomorfo sobre el que sólo tienen el insólito y universal privilegio de disertar quienes fueron sus homicidas en «cumbres de [in] dignatarios. Al cabo, los primer y ultimomundanos que ambicionan alcanzar el mando político-militar, para perpetuarse en funciones abominables de poder y comulgar a través de la legitimación de prácticas propias de la barbarie: esa que, tácita, consagra mi tesis según la cual debemos volitivamente abolir nuestra incorregible especie. [Im]postura que sostengo fundamentada en su desaparición sin dolor, jamás mediante el genocidio que no garantiza su extinción sino el sufrimiento de miles de millones de terracos.

¿Cómo ser una persona culta, instruida, y bogar  a favor de la mentalidad militar: siempre hostil y propensa al pleito, esa que suele justificar el empleo de pertrechos tóxicos o balas para sofocar y eliminar a quienes participan en protestas públicas? Es de «libre determinados» que el asesinato selectivo o masivo, la represión violenta con pertrechos de guerra, sea la forma más expedita para evitar el desperdicio, por oxidación, de los presupuestos que los gobiernos destinan a sectores de fuerzas armadas de viles.

En uno de los países imperiales más intimidantes, una enmienda otorga constitucionalidad a la compra y porte -sin casi restricciones- de «escupefuegos».  Ahí, todos sus ciudadanos tienen el legítimo derecho a exhibirse peligrosos sin que ello afecte a la mayoría inofensiva. Nadie debe enfadarse o  sentirse enemigo de su vecino porque pavonee por las calles letalmente armado (aun cuando alguien sospeche que algunos pudieran tener prontuarios criminales)

En otras repúblicas se crimina cualquier asunto a los habitantes, desde su pensamiento hasta placeres: y, por «motivos varios», el funcionariado a cargo también oculta los abusos o matanzas de los «auto-determinados e impunes». Profetas desagravian a sus dioses cuando son preteridos o desmitificados por permitir atrocidades: tales nos habrían creado con la inmanente tentación del «libre albedrío para cometer delitos u obrar bien», sin más explicaciones teosóficas. Si cada uno de nosotros hubiere podido genéticamente decidir o diseñar el comportamiento de nuestros vástagos, ¿habría prosperado el genocidio doctrinal?

La displicencia para enfrentar los aborrecibles e inaceptables actos criminales de gobierno es, infiero, la principal señal de cobardía e irresponsabilidad social entre los habitantes de una república. Los nacionales «somos el problema» al responder, malhumorados, con la desidia o identificación cómplice. Absortos, miramos cometer atrocidades a los confabulados. Los nacionales «somos el problema» al permitir, sin reflexionar y proceder conforme a Derecho Natural o de Estado, que perversos nos conduzcan hacia donde sus desquiciadas mentes indican. El juicio no tiene que ser plexo ante lo aborrecible porque, sostengo, irgue legítimo destripador del engendro de la conciencia universal perturbada (que debemos sofocar). Es la mega magistratura de la humanidad, y a todos concierne su fervorosa aplicación.

El duelo o enfrentamiento letal entre uno o más individuos que exigen reparación de sus vidas frente gobiernos opresores que los condenan vivir miserables, forma parte del Derecho Emancipado de Estado. Primero flanqueado por tropas leales a sentimientos de liberación, luego sin ellas, cuando la inteligencia reine en la inmensidad de un mundo con prolongada impenitencia.

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@jurescritor


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