GETTY IMAGES

“Cuando la gente le teme al gobierno, hay tiranía; cuando el gobierno le teme a la gente, hay libertad.”

Thomas Jefferson.

“Mejor morir de una vez que vivir siempre temiendo por la vida.”

Esopo.

 

Jamás Giambattista Vico ha sido tan certero como en su interpretación de que la historia es cíclica y no rectilínea, es mucho más la historia que una simple progresión de eventos, es cosa de una urdimbre fina en donde el pasado se encuentra con el presente, por ello para los griegos, Clío o la historia escribe sobre un papiro enrollado sobre sí mismo, los orígenes se tocan con los extremos, el inicio se hace fin y en ese devenir de vueltas y regresos el miedo y el horror pueden repetirse; eso es lo que ocurre en la lejana Afganistán, un país dominado por un poder fundamentalista que hizo del terror su bandera y logró aplastar a la ciudadanía, imponerse desde los extremos de corte religioso para anular las facultades de decisión desde el amedrentamiento, el terror y la negación de la realidad, estos son los desiderátum apropiados para ser usados por quienes pretenden aplastar a la sociedad.

Un régimen de terror que abordó el poder al lograr deshacerse de la ocupación soviética, para revertirse en contra de sus otrora aliados, hasta el punto de perpetrar ataques en contra del territorio estadounidense, no puede ser analizado desde la frialdad de los telurismos impuestos a las sociedades bárbaras, brutales, bestiales y en estado natural de perversión, vuelve como lo diría Giambattista Vico, la sucesión del “corsi e recorsi”, la historia progresa en una espiral en donde las maldades, los horrores y hasta la brutalidad vuelven a aparecer en la conducta propia de los lobos, que suele siempre acompañar al hombre, la idea de Hobbes “Homo homini lupus”, reafirma como los fundamentalismos reviven la licantropía morigerada por la civilidad, por la ilustración y la cultura, pero que siempre subyacen en la epidermis de las sociedades, cuando sobre ellas se establece el prurito del fundamentalismo, como anestesia moral.

La terrible realidad de Kabul, asaltada por los fundamentalistas talibanes a quienes un mundo entontecido le pide mesura y prudencia, es la muestra patente de como los fundamentalismos, y especialmente los de carácter religioso, anulan la racionalidad, la empatía, la otredad y desdibujan a la humanidad, los pensamientos fundamentalistas son crudos, extremos, simples, viscerales, explícitamente emocionales e incapaces de hacerse racionales, lo que se desarrolla en Kabul, es la muestra de ese ciclo de crueldades que también es la historia, y la cual pueden repetirse, sí se potabiliza la  crueldad y se es leve con la maldad.

La semiología del miedo, los talibanes de nuevo en el poder, con toda su carga de odio, de misoginia, de atavismos, de anacronismos, propios de los extremos religiosos ningún credo puede justificar un estado de horror total, un sentimiento colectivo de huida ante una amenaza tangible a la vida. Las imágenes de este mundo líquido se hicieron virales, el espanto de estampidas humanas tomando las pistas de aterrizaje asiéndose a las partes externas del fuselaje de algunas aeronaves que trasladaban a extranjeros y personal diplomático, aprehenderse a un fierro volador, para luego ser expelido al vacío por el efecto de la ley de la inercia o primera ley de Newton es la demostración total y absoluta del horror, es preferible morir de una vez que vivir temiendo a la vida, es una máxima de Esopo, con la cual inicio esta columna.

De nuevo me asalta la impotencia ante las posturas liquidas de un mundo definitivamente torpe que aspira que con enajenados violentos se pueda dialogar, es imposible oponerse a un horror que coapta los espacios de la vida social, es imposible ser opuesto a la barbarie a la violencia a la licantropía, una ideología torva, violenta y homicida no comprende los logos de la civilidad, la muerte es aplicable a cualquier mujer que no use la burka, esa pesada pieza de ropa que cubre el cuerpo y solo deja una rejilla, para poder tener una visión parcial de la vida, pues lo que contiene bajo su manto, es un sujeto despersonalizado sobre el cual es válida cualquier tropelía. ¿Pudo acaso dialogar la mujer tomada y filmada desde dispositivos móviles, en las calles de la horrida Kabul? la respuesta es no, el primero de muchos horrores fue la espantosa muerte que recibió, al ritmo de una lengua ininteligible para Occidente, pero que simbólicamente describía toda la capacidad para explicitar el horror y violencia, un tiro en el cráneo fue el precio por ser mujer, no usar la burka y estar a merced de esta jauría de locos extremistas.

Esa violencia explica la anulación de la racionalidad que llevó a esa turba de afganos a aferrarse, asirse de las piezas del fuselaje de los aviones en la pista de aterrizaje, la razón definiría a esta acción como un acto suicida, una absoluta estupidez, pero el miedo anula la capacidad de pensar, nos conecta con el instinto de huir, de escapar, de ponerse a salvo, muchos insisten que la violencia de Afganistán se deriva del retiro de las tropas norteamericanas, pero el germen de la violencia  talibana, su infinita capacidad para destruir estaban desde hace años asechando cualquier vía para asaltar el poder.

Esta columna advierte sobre los peligros que residen en la despersonalización, en las ideas extremas para el ejercicio del poder y en la debilidad de la naturaleza humana para poder lograr poner fin al horror; no siempre la justicia se impone sobre la violencia, esa idea como bien lo definía John Stuart Mill, es un lugar común de la humanidad para hacer leve la crueldad. La violencia y los fundamentalismos existen desde el ámbito militar, indigenista, político y religioso, este último no distingue sobre el origen teológico del fundamentalismo y los aspectos de carácter cultural que en el inciden, y los resultados son los mismos, la anulación de la justicia, de la razón y de la libertad.

El destino de los afganos es incierto, cruel, inmisericorde y violento, las calles son los patíbulos de cientos de civiles inocentes, todos los posibles progresos logrados por este destruido país y su atemorizada sociedad serán revertidos, anulados, retrotraídos y suspendidos por la violencia, de nuevo la burka cubre a Afganistán y sobre su ominosa rejilla solo se podrá ver lo que el régimen Talibán decida, el horror único, la angustia colectiva, la anulación de la racionalidad y la calma y la supresión de la ataraxia serán comunes en este país y en esta sociedad destruida por el horror.

Sorprende que António Guterres, desde la Organización de Naciones Unidas, llame a la mesura a los talibanes, es un acto de tibieza inaceptable, el orbe se tapa los ojos ante el horror, guarda silencio frente al miedo y sencillamente abandona a las victimas desafortunadas a su miedo, ese miedo obedece a la indiferencia, ese miedo responde a la confirmación de que serán expelidos al horror, por ende asirse a un fuselaje de un avión para ser expelidos como una partícula, frente a la inmensidad del avión que remonta vuelo puede ser justificada válidamente desde el miedo y el horror.

El miedo paraliza, escinde, extirpa, subyuga, somete, esclaviza y expele a la racionalidad, pisotea a la lógica elemental, corrompe el pensamiento, las imágenes desde el  aeropuerto de Kabul y los ajusticiamientos callejeros son la reacción válidamente humana de huida ante una amenaza real y tangible a la integridad, el hombre lobo del hombre, la licantropía la ferocidad y el horror.

Kabul es la imagen palpable de la violencia, del retorno del horror, del encuentro de la violencia con la violencia, del estado natural hobbesiano, el hombre con sus crueldades, con sus injusticias, con su barbarie, los horrores ahora son virales, se filman y envían en el lenguaje universal del odio y la rabia, en las tropelías que desplazan el logo, en la sangre, que es la nueva tinta con la cual Clío embebe su pluma, para escribir que somos bestias los unos e indolentes los otros, así el ciclo continúa, así el horror se perpetra.

Sociedades de esclavos, de sujetos con miedo sometidos al terror a la incertidumbre a la posibilidad de perderlo todo incluso la vida, que es tan poco valorada que es asida a un fuselaje de un avión en despegue, desde una tierra asolada.

“El que teme es un esclavo.”

Séneca

“Tanto miedo tengo, que aún para huir valor no tengo.”

Calderón de la Barca


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!