La causa del rotundo fracaso que actualmente experimenta la economía venezolana es producto de las pésimas políticas ejecutadas en ese campo por el gobierno írrito de Nicolás Maduro Moros.  Por tanto, la absurda y deleznable campaña, según la cual “las acciones llevadas a cabo por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica en contra de la revolución bonita son factor determinante en el decaimiento económico que por años se viene padeciendo en Venezuela”, no es más que la gran mentira de un régimen caracterizado por su incompetencia y perversidad.

Es bien sabido que nuestra situación de pobreza comenzó a incubarse, en una primera fase, mediante acciones de grueso calibre en contra de funcionarios del alto nivel de Petróleos de Venezuela. A lo anterior siguió el más absurdo y perverso proceso de decapitación que cabe imaginar: el despido de más de 18.000 trabajadores de la referida industria por participar en el paro realizado entre diciembre de 2002 y abril de 2003.

Todos fueron echados a la calle, sin conmiseración alguna por el entonces Presidente de la República, Hugo Chávez Frías. Por lo tanto, a nadie extraña que en esa fuente de arbitrariedad, malos manejos de la economía y maldad haya bebido, hasta calmar su ansiedad y sed política, el ahora conductor de Miraflores. La anterior es la cruel realidad que los venezolanos debemos tener siempre presente.

Sin embargo, más allá del rigor que debe acompañar a un llamado de atención como el  anteriormente expuesto, es inevitable que, de una u otra manera, nos envuelva la provisionalidad e inmediatez que siempre arropan a cualquier artículo de prensa, incluso, por muy riguroso que se quiera ser. Pero al Papa, lo que es del Papa. Lo anterior lo impone esa gran figura que fue Maurice Duverger (1917-2014), jurista, y politólogo francés. En su libro Los partidos políticos, publicado en Francia, en 1951, el memorable autor señaló:

La organización de los partidos no está, ciertamente, de acuerdo con la ortodoxia democrática. Su estructura interior es esencialmente autocrática y oligárquica: los jefes no son realmente los designados por los miembros (…) sino cooptados o nombrados por el centro; tienden a formar una clase dirigente, aislada de los militantes, una casta más o menos cerrada sobre sí misma. En la medida en que son elegidos, la oligarquía del partido se amplía, pero no se convierte en democracia: porque la elección la hacen los miembros, que son una minoría en relación con los que dan sus votos al partido en las elecciones generales.

Después de haber transcurrido 72 años del contundente señalamiento de Duverger, apreciamos que no se ha avanzado nada en las organizaciones partidistas “democráticas”. Días atrás, ello quedó tristemente evidenciado en Venezuela. El hecho específico fue que un grupo de 70 políticos, sin las facultades legales del caso, pero vinculados a tres partidos opositores, tomaron una decisión que no les competía (la salida de Juan Guaidó) pero que sí afectaba al inmenso sector de opositores venezolanos que no se consultó.  Eso simplemente fue hacerse el haraquiri: un grotesco suicidio ritual.

Leer o escuchar ahora los múltiples comentarios que se hacen en uno y otro grupo sorprende en demasía. Todos tienen excelentes argumentaciones y unos pocos se presentan como ángeles que bajan del cielo; pero lo cierto es que comportamientos y acciones como las señaladas en el párrafo anterior dejan siempre profundas dudas y molestias a granel. ¿En quién creer? Esa, mis queridos lectores, es la interrogante que, por ahora, no tiene respuesta definitiva, aunque en lo personal, por mi formación como abogado, considero que la salida de Guaidó no fue procedente en estricto derecho.

Con su consabido mensaje, el sonoro latigazo se hace inevitablemente presente.

@EddyReyesT


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