La estridencia de lo simple, de lo básico, de lo evidente, no permite proyectar la visión más allá de gobierno y de régimen y colocarla hasta los predios del Estado y de la nación. Allí está la trampa del tema del Esequibo en este momento, donde ha caído mucha gente. Y allí se nada a brazadas cortas y hundiéndose mortalmente, la ingenuidad, la ignorancia, el inmediatismo, la ceguera o la miopía, en el caldo de cultivo del fanatismo que atiza la adrenalina de la polarización. Especialmente en la esquina de la oposición. Con un costo que aún no se ha estimado pero que en algún momento el acreedor (el ciudadano) se va a presentar con la factura correspondiente.

Nunca fue tan ilustrativo el momento para diferenciar entre gobierno/régimen de un lado y del otro Estado/Patria/Nación como este en que los venezolanos se enfrentan en el dilema de una decisión con el tema de los 159.642 kilómetros cuadrados del territorio en reclamación. El liderazgo político lo esquivó surfeando la ola para no posicionarse frontalmente, algunos partidos políticos no asumieron su responsabilidad y se escudaron en el libre albedrío de sus seguidores, la Iglesia Católica (¡Con la Iglesia habéis topado!) a través de la Conferencia Episcopal lanza un comunicado en el que dice y no dice; y abajo en la arena de las redes sociales y las TIC se combate encarnizadamente manejando las opiniones más insólitas e inéditas, donde cruzados de peto y de espada atacan al régimen y a la FAN convertidos en fedayines de la guerra santa de la soberbia y de la ignorancia con el lema del estandarte de combate  manuscrito “Si viene del régimen es malo” mientras se aprietan en el bolsillo el carnet de la patria con el que reciben guillados la bolsa CLAP y cobran puntualmente cada mes el bono de guerra ¿De guerra? ¡Qué ironía!

Y es la carreta vacía de lo básico, que retumba en defensa del argumento que al final, cuando definitivamente se termine de humillar la patria, la nación y al actual Estado venezolano, en la historia de dos o tres generaciones posteriores en que serán señalados con igual dosis de las responsabilidades por la pérdida territorial del Esequibo, similar a la que tiene el régimen que encabeza usurpatoriamente Nicolás Maduro desde el palacio de Miraflores. Unos por la ambición de mantenerse en el poder después del año 2024 y otros por llegar ese mismo año. Y en ese torneo de cálculos nunca proyectan en sus insólitas justificaciones el alcance de esos ejercicios absurdos de arrogancia, de obscurantismo y de ceguera; pero especialmente en el liderazgo de la oposición que tenía la responsabilidad de tomar la iniciativa de ilustrar en materia de nación y de patria con un tema de tanta trascendencia como lo es la soberanía y la territorialidad. A todos los arropa el cálculo y el oportunismo. Y a todos les llegará la cuenta.

Explicar lo evidente que ocurre en términos de tiempo y de duración puede muy bien graficar la verdadera posición que debe de asumir un venezolano a quien le duela la patria y sienta en lo más profundo a la nación. La noción de eternidad, de perennidad, de permanencia es afín a la del terruño y a la casa grande en el lar nativo. El gobierno, el régimen, la revolución y el poder político establecido en el palacio y quienes naveguen en las opciones del relevo son circunstancias pasajeras, son escenarios transitorios con personajes que encarnan un discurso fugaz que desaparecerá con la emoción retórica y la facundia política calculada de otro que lo releva en el discurso y en la acción. Ese es el contraste que existe en este momento con el tema del Esequibo.

Lo que ocurra hoy 3 de diciembre de 2023 nos incumbe a todos, los resultados del 8 de abril de 2024 afectarán por igual a todos los venezolanos, y cualquier chispazo de guerra que se desencadene por el nivel de tensión que existe actualmente entre Venezuela y Guyana, involucrará por igual sin establecer ningún tipo de diferencia en los cuatro puntos cardinales de la superficie del territorio venezolano. A rojos y a azules. Ninguno de esos tres eventos y sus secuelas permite abstención y la indiferencia que se ha alentado irresponsablemente, en particular desde la oposición. Unos por la adscripción que tengan de ser parte de las filas rojas y lo hacen en la obligación de militancia revolucionaria; y los otros con la descarga pasional de que si lo está promocionando Miraflores es malo, hay que oponerse y ubicarse en la esquina contraria. Y no es así. En aquellos la línea la tira y la difunde el régimen desde el liderazgo único de Nicolás Maduro, a través de su plataforma política en el PSUV y por la avasallante e invasiva malla de medios de comunicación desde donde se mercadea la línea editorial del régimen, y a través de la presencia en las redes sociales. ¿Y en la oposición?

Hay que superar la estridencia de lo simple, de lo básico, de lo evidente que no permite proyectar la visión más allá del gobierno y del régimen que son temporales, y colocarla hasta el estado y la nación con un carácter de permanencia más distante en el tiempo. Calzarse a la manera del estadista y sacrificar el hoy de las elecciones presidenciales del año 2024 por el mañana pensando en las generaciones venideras con un discurso y una posición donde se le robe el micrófono de la opinión pública nacional e internacional y se desplacen a los Nicolás Maduro, las Delcy Rodríguez y los Vladimir Padrino con eso del reclamo del territorio del Esequibo. Nadie sabe en este momento cómo van a evolucionar las cosas después de los resultados del referéndum consultivo, la incertidumbre de ese periodo posterior a la presentación de la contramemoria el 8 de abril de 2024 puede aumentar a la escalada del conflicto y poner a ambas fuerzas militares en la frontera a tiro de una imprudencia de pólvora de lado y lado. Yo aspiro que sea del lado venezolano. Y después de eso nada será igual para la oposición. Ni para los venezolanos. Después del primer plomazo en las inmediaciones de Anacoco el giro político de Venezuela va a alterar todo el panorama en materia de liderazgo. Sobre todo, en la oposición. Después del aturdimiento del fogonazo de la pólvora nada será igual.

El tema del Esequibo tiene muchos componentes que muy bien pueden ser usados por el liderazgo de la oposición para contribuir a la unidad del país. No se trata de ponerse al lado del régimen y sí de quitarle el testigo de la iniciativa y la libertad de maniobra con la que la revolución bolivariana ha marcado en estos últimos 25 años la agenda política del país y arrebatársela. ¡Si! Este es un momento de los estadistas. De la visión extendida más allá de varias generaciones. De dejar de lado el cálculo político inmediato. La oposición debe ponerse al frente de este asunto del Esequibo con una posición clara, valiente y con un plan viable que encarne un mensaje de futuro y de Estado para reencauzarlo en el espíritu, el propósito y la razón con que se suscribió el Acuerdo de Ginebra en 1966. La materia tiene asuntos como el referéndum consultivo, pero también está la presentación de la contramemoria ante la Corte Internacional de Justicia y la movilización nacional en que se ha desarrollado una gran escalada que pone a Venezuela ante la posibilidad de una guerra contra Guyana, y lo que eso significa para la paz en la subregión, en Latinoamérica, en el continente y el hemisferio; e incluso con todas las proyecciones de una extensión global por los intereses y los acuerdos militares que han suscrito ambos países con sus aliados.

La política, el derecho internacional y la guerra. Tres vectores donde la revolución bolivariana ha cometido errores gruesos que han comprometido la territorialidad y la soberanía de Venezuela, y el futuro de varias generaciones. Y donde el liderazgo opositor no ha estado a la altura para ripostar.

Los chirridos de lo incuestionable y de lo básico se han atorado dentro de la oposición, en la posibilidad de quitarle la iniciativa al régimen con esto del Esequibo. La factura con la cuenta de las responsabilidades compartidas a partes iguales se está imprimiendo de todas maneras.


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