El control de insumos básicos, documentos, combustible, acceso a medios de comunicación, electricidad y la sofocación jurídica incesante, alteran los sentidos de cualquier persona que haya experimentado una forma de vida más o menos civilizada. Son ataduras de esclavistas con tropas mercenarias, digitales-virtuales y en cuerpos presentes no muertos para el divertimento e antípodas de la felicidad, pero, fundamentalmente métodos para dominar rebaños. Cuando yo vivía, la libertad y acceso a la justicia no eran por hackers alterables ni de software aplicaciones. Nadie vestía manteos para luego presentarse -en improvisados púlpitos- e intentar persuadir [nos] sobre la urgencia de abolir esos preceptos.

Se trata de ignorados y  humanos derechos, de interés tanto privado como público. En palacetes donde despachan principales de repúblicas, nada place más que urdir contra la humanidad, la argumentación, cultura, salud pública y progreso.

Cuando una persona pide respeto por la libertad, que es inmanente en los seres pensantes, grupúsculos con poderosos nexos urden encarcelarla por «amotinamiento» y fomentar «odio» entre las únicas clases sociales cuya presencia es irrefutable: la opresora  [aventajada], desahuciada que coopera con la privilegiada cambio de mendrugos y esperpéntica sujeta a sufrir mayores penurias.

A quien se exponga persistente e incisivo pensador nunca faltarán quienes lo sitien: empero, no sin antes advertirle que deberá evitar nadar en lo profundo de las turbias aguas del oceánico poder global. Podría ahogarlo la inmarcesible Ciencia Política, donde la existencia es gozo de hábiles trapecistas. Todos caminamos en una cuerda siempre floja y confeccionada con yesca, motivo por el cual en cualquier momento precipitaremos hacia eso enrarecido que amaga incendiarnos o nos desaparece empujándonos hacia lo abismal.

La vida es una peligrosísima aventura en la cual agresores, humillados y ofendidos cohabitamos promiscuos. Un día quien estuvo en decúbito podría irrumpir «falotrador» de ese que lo sodomizaba. Lo llamarán líder, porque nada es más importante que la venganza o vindicta. Violadores lo son y serán sólo durante breves lapsos e igual defensores de la impartición de justicia. La Casta de Aventajados es pariente cercana de la señora obstinación. Encuentra, en potenciales sediciosos, letras no muertas, esas que, víspera del fin del mundo, ya se publican, desafiantes de castigos que en códigos de enjuiciamiento de criminales aguardan. Puedo leerlas en la «Red de disociados convertida en un gigantesco albergue de faranduleros.

Luego de satisfacer sus necesidades más elementales [beber agua, alimentarse, sanar sus heridas o enfermedades y resguardarse frente a diversos avatares], los «seres menos inhumanos» nos asociamos lugares propicios: donde, sin miedo, discernimos en redor de la libertad y juicio: revolcándonos, como elefantes, en el lodo para proteger nuestros cuerpos. Colisionamos y caemos, pero erguimos de nuevo en la maestranza donde nos lidiamos. Sin embargo, a mitad de cualquier caótica e intrascendental discusión, robustecida se impone la razón del adusto y ella infiere que con ataduras o mordazas los no podemos subsistir dignos.

El caos parió una civilización que todavía no se despoja de sus fortuitos enemigos. En su centrífuga, no exentos los pre clarísimos, nos apareamos y empantanados.

Nuestra especie es sabia y, simultáneamente, viciada de brutalidad, violencia, conspiración. Es más provechoso y fácil vivir bajo el principio natural de la predecible perversidad psíquica que apegarnos al orden, lógica y entendimiento que hacen posible la permanencia en la fenomenología de la inestabilidad social. De la libertad, que debería mantenerse [virtud a su estatus de categoría filosófica y sustanciación, enemiga de cepos] sabemos que camina torciéndose y tentada participar en juergas destructivas de la paz social. Los corruptores no convidan edificar ni fomentar mejores y humanas condiciones de existencia, no instruyen o ilustran para enaltecer. Segregan y dispersan tras fijar límites a nuestros actos, son sagaces y petulantes, porque flanqueados con tropas. Se mantienen bélica y letalmente apertrechados. La libertad y juicio no pierden majestad, pero sí adherentes en tiempos de carroñeros  que ni parecen ni son conciliadores sino artistas del trapecio. Corporativos de la ventaja, oportunismo, placer grupal, crimen, pereza & ocio lesivo de urdimbre macabra. Pacificar no es susceptible de conjugación bajo yugo de seres intelectualmente primitivos, pero perspicaces y asfixiadores con innata experticia.

@jurescritor


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