Como un juego, pero además sin reglas y por tanto con mucha improvisación y hasta negligencia, así ha manejado y maneja el desgobierno a lo largo y ancho de toda su estructura la crisis del covid-19 en Venezuela; una situación que si bien es cierto ha desbordado a casi todo el liderazgo global y en general a todos los actores que algo tienen que decir y hacer al respecto, en el caso venezolano muestra unas características únicas tanto en gestión como en “resultados oficiales”.

Transcurridos los primeros 90 días desde que la Organización Mundial de la Salud elevara al virus chino a la categoría de pandemia, Venezuela corrió con la “suerte” de exhibir muy pocos contagios, hecho sin duda derivado de su propia desgracia de ser un país casi borrado del mapa como destino turístico de negocios o placer, donde los hoteles locales receptores de ambas categorías, así como la mínima existencia de aerolíneas, conexiones y frecuencias de viajes disponibles para enlazar al país con el resto del mundo, son fiel testimonio de la evaporación de quienes nos visitaban desde cualquier parte del globo.

Atrás y en el recuerdo quedó el flujo de turistas extranjeros que soñaban con venir a lo que en algún momento fue el secreto mejor guardado del Caribe. También desaparecieron aquellos que nos visitaban en planes de negocios. A la par, esos vuelos en los que salieron buena parte de los casi 6 millones de compatriotas que hoy hacen parte de la diáspora dispersa por todos los rincones del orbe, regresaban con sus asientos vacíos, confirmándose así el hecho de que el no haberse disparado la curva de contagios del covid-19 durante los primeros tres meses, no es precisamente por la buena gestión o por las medidas del desgobierno, sino más bien por aquello de que al pueblo inocente lo protege Dios, y al final de la historia algo a favor tenía que quedar de tanta destrucción.

Como suele ocurrir, tanto le da la gota al cántaro hasta que se rompe, que era casi imposible e insostenible que ante tanta improvisación, impericia, imprudencia y hasta en muchos casos negligencia de quienes rigen por la vía de los hechos nuestras políticas públicas, se mantuviese esa barrera natural que habían creado nuestras precarias circunstancias ante ese mal que aqueja al mundo entero como lo es el de Wuhan; y es que era de lejos previsible el resultado del que somos testigos actualmente, donde el aumento significativo de la curva de contagios, amenaza con acelerarse a un ritmo exponencial, dejando a la población entera a merced de un sistema de salud en ruinas con capacidad nula de soportar el envión de una pandemia que no perdona.

Así, mientras el virus avanza sin miramientos, mutando desde amenaza a una inevitable realidad, el desgobierno continúa priorizando su juego de manipulación y supervivencia política, adivinando y a ciegas, como quien juega a ponerle la cola al burro, sin una ruta definida y con desbordadas e imperdonables torpezas como la del 7×7. Ante ello, el ciudadano de a pie abandonado a su suerte y expuesto al inmenso dilema de si salir a trabajar y morir por exponerse al virus, o morir de hambre por quedarse en casa sin posibilidad de generar su sustento, tiene ante si el más importante reto para asegurar su existencia, donde la única solución posible es cuidar de si mismo y de su entorno, entendiendo que por lo pronto viviremos con nuevas reglas de interacción social, pues exigir que nos mantengamos en casa mirando al techo luego de tres meses improductivos, no solo es injusto sino además inviable; como igualmente es absurdo y criminal, pretender retomar nuestras vidas como que ya todo hubiese pasado, sin respetar las reglas más elementales de la prudencia.

La solución al dilema, como en muchos escenarios que plantea la vida, está justo en el centro de los dos extremos, pero para que funcione, es imprescindible el esfuerzo y la disciplina colectiva guiada por un sólido liderazgo que dicte, coordine y supervise estrictamente el cumplimiento de las pautas. En Venezuela, los ciudadanos han demostrado estar a la altura del reto, mientras el desgobierno por el contrario ha estado a años luz de acercarse a lo que es su obligación de poner el bienestar colectivo por encima de todo, no dejando margen alguno de maniobra, y de allí que todos los caminos conduzcan a la ineludible necesidad del cambio político como la única forma de que los venezolanos podamos superar esta y las demás desafortunadas circunstancias que han arruinado lo que una vez fue considerada como una tierra de gracia, por lo que toca entonces avanzar también a ritmo virulento en el rescate definitivo de la libertad.

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@castorgonzalez

 


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