El año es 1920. Los indios de la tribu Osage han sido expulsados hace ya cinco décadas de la pujante Kansas City a la remota y rocosa Oklahoma donde, para sorpresa de todos, se descubre petróleo, lo cual los hace en pocos años los seres más ricos del país. Solo en el año de 1923 los ingresos de la tribu ascendieron a 30 millones de dólares de la época, unos 400 millones de ahora, cuenta David Grann, autor del libro original. Esta súbita fortuna les permite acceder a lujos impensados para su tribu y para su época: carros, choferes, compras de lujo. Con la riqueza, llega la ambición y la codicia y con ella, las muertes, no tan inexplicables de varios indios ricos. Porque la riqueza compra muchas cosas, pero ciertamente no compra la invulnerabilidad.

Si la historia es original, más original es el punto de vista inicial de Scorsese. Un soldado de la Primera Guerra Mundial (Di Caprio) elige probar fortuna en Oklahoma, donde su tío (De Niro) es uno de los hombres fuertes y se ha ganado la confianza de los Osage. Esa presentación heroica dura apenas unos segundos, en realidad no ha peleado, ha sido cocinero, sufre de problemas intestinales y su inteligencia no va a la par de su ambición, abonada rápidamente por la riqueza que palpa a su alrededor. Uno de los rasgos de mayor inteligencia del libreto que firma Scorsese y el veterano Eric Roth es la adopción del punto de vista de alguien muy corto de miras. Es una forma de envolver en misterio unas muertes cuya explicación, en principio, luciría muy lógica. Pero quien narra es Martin Scorsese, ese especialista en describir microcosmos cómplices y desnudar personajes cuya perversión encuentra su vía de expresión a través de códigos y prácticas del grupo al cual pertenece. La primera hora es, entonces, la historia de varias seducciones. En las primeras escenas, la captación del sobrino por el tío presuntamente honorable que lo introduce en la sociedad Osage y los advenedizos hombres blancos. En paralelo, los esfuerzos del sobrino por elegir una india rica y casadera que le solucione la vida. Pero en esos dos planos de atracción se despliega la disfuncionalidad de una sociedad no preparada para la riqueza y dispuesta a dejarse guiar por los que supuestamente saben manejarse en la opulencia. Un poco como la situación cómica, tan repetida, del palurdo que gana el Loto, solo que aquí el efecto no es cómico. Vacila entre el patetismo del ridículo, el desprecio por los advenedizos  y la piedad por las víctimas. Porque las muertes son encaradas con realismo y se despliegan contra un fondo de riqueza desbordante en escenas iniciales que muestran los pozos petroleros que inundan todo el paisaje como un llamado a los bandidos.

Es entonces, cuando el entorno ha sido descrito con precisión de entomólogo, siempre a través de los ojos del recién llegado que poco a poco entiende el juego de su tío, que la narración progresa. Si es que entendemos por trama los asesinatos y su resolución. Es presumible que no sea así. Que tratándose de Scorsese lo importante no sea el pulso dramático magníficamente resuelto. Lo que parece interesarle es la descripción también magistral, de un ambiente, esencialmente corrupto, sujeto más a pulsiones criminales que a leyes establecidas. Aunque esas leyes estén siempre presentes pero no sean más que un telón de fondo del drama. El libreto recuerda por momentos otro filme del maestro: Goodfellas/Buenos muchachos. En 1990, setenta años después del drama Osage, el microcosmos era la mafia, con sus peleas, sus códigos y su forma de hacer desaparecer testigos y rasgos. Pero también Scorsese describía otras sociedades en miniatura en filmes como La edad de la inocencia (la alta sociedad neoyorkina de principios del siglo XX), o los delincuentes financieros de El lobo de Wall Street (2013) o tantas otras.

El mecanismo funciona aquí de forma perfecta. Una vez que la situación llegó a un extremo insoportable para los que la sufren, una fuerza exterior es la que interviene para enderezar los entuertos, casi como una llamada religiosa. Como en otras ocasiones la solución es una institución que aún no se llama FBI, pero que llega para poner orden y la última hora (la película dura 3 horas y 26 minutos que pasan volando) es la resolución de la trama. Mucho más una caída debido a los errores propios de la codicia desmedida que a la inevitable intervención de la justicia federal. En todo caso uno de los grandes filmes de la época, que confirma a Martin Scorsese como un referente inevitable del cine actual.

Los asesinos de la Luna. (Killers of the flower moon). EE UU. 2023. Director: Martin Scorsese. Con Robert de Niro, Leonardo Di Caprio, Lily Gladstone, Jesse Plemons

 


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