Oficialistas mañosos coinciden con difusos sectores opositores. Ninguno está convencido ni cree la fantasía de la cual tanto platican. Elecciones creíbles y libres, sean presidenciales, o solo legislativas que castro-maduristas se empeñan en plantear, con insistencia y acompañamiento de quienes saben no las tienen consigo.

Negar que el PSUV es el de mayor militancia del país, y los cuatro partidos que se han apropiado indebidamente de la bandera opositora deben sumarse para más o menos igualarlo. Es una tontería inexplicable. El asunto, cada grupo -aun unidos- es abrumadoramente minoritario frente al resto del país. Muy pocos, con al menos un dedo de frente, entendería pulcritud de unos sufragios con los poderes públicos tal como están conformados. No solo el electoral, todos.

La ventaja real del presidente interino es el actual gobierno de Estados Unidos, única fortaleza seria, efectiva que posee la oposición venezolana. Lo demás poco o nada cuenta. Sin embargo, cohabitantes -por el momento- han tenido éxito, logrando convencerlos con ilusiones vanas, utópicas, como el imaginario quiebre y aparente elección negociada.

El problema sigue donde siempre ha estado, al menos desde que empezó el enfrentamiento serio contra el castro-madurismo. El oficialismo sufre señalamiento de ilegitimidad, conscientes de que la población por un lado rechaza a Maduro, por el otro apoya a Guaidó y finalmente, la nación no apoya a ninguno, razón por la cual, necesitan cubrirse con careta de legitimidad.

Disfraz, piensan ellos, solo puede tener sustento si surge de unas elecciones, aun fraudulentas. Pero, presidenciales, ni de lavativa, ese riesgo no se lo cala Maduro ni lo toman sus titiriteros de La Habana; parlamentarias con bribonadas tienen oportunidad. Con una mayoría combinada entre el oficialismo y sus cómplices socios podrían seguir disfrutando, traficando y enriqueciéndose a placer, con todo y sanciones dejando despejado al Poder Ejecutivo.

Estructuraron una oposición obediente, sumisa, negociadora dándole oportunidades de lucimiento y expectativas a fracasados que hace tiempo disiparon sueños abrumados por pequeñas realidades. Recurrieron gustosos a los diálogos convenientes, no para conversar ni conseguir acuerdos, sino para que venezolanos y extranjeros creyeran son demócratas incomprendidos.

Decidieron regresar en cambote a la misma Asamblea Nacional que abandonaron como minoría intrascendente para ingresar con inferioridad gritona e irrelevante; se aprovecharon del candor y candidez del encargado y compañeros de ruta de aceptarlos, cuando tenían derecho de cerrarles las puertas constitucionalmente.

Sin embargo, nada lograron, aun habiendo perdido fuelle el interino presidente mantenía suficiente popularidad; entonces, sacaron la chequera, compraron parlamentarios no solo para sacar a Guaidó, sino para ubicar en su lugar al amigo atado y bien amarrado con dólares, en esos negociados nadie es tan pendejo para creerse la mitología del petro.

Nuevamente perdieron, olvidaron su nula credibilidad, y que la fuerza de la Asamblea Nacional no está en la sede sino en que sus miembros son electos por los ciudadanos y pueden reunirse, tomar decisiones, promulgar leyes o derogarlas, donde se congreguen por acuerdo mayoritario, hay Poder Legislativo, sea en el Palacio Federal, o en el patio trasero de una casa.

Entretanto, dejan de lado al Parlamento con atribuciones para elegir rectores del Poder Electoral, miembros del Poder Moral, e incluso magistrados del Tribunal Supremo de Justicia. No solo porque es parte de sus facultades constitucionales, sino porque unas elecciones presidenciales, legislativas o del conserje del edificio administrativo de los diputados, con los mismos que hoy conforman esos poderes, no se las creerá nadie, y en consecuencia no generarán ni un ápice adicional de legitimidad.

En medio del coronavirus, un globo de ensayo temerario, la posibilidad de suspender elecciones; no hubo reacción solo lloriqueo y lamento. La supuesta oposición siente el derecho de gobernar y no escatimaran esfuerzo para lograrlo, así sea, otorgar cualquier concesión de perdón y cohabitación, traicionando lo que piense y quiera la ciudadanía. Les importa un carajo.

Importante recordarles a borregos, que fingieron, y aún aparentan de opositores, del ¿y tú qué propones?; “suma no restes”, “multiplica no dividas” y el resto de necedades pro diálogo, que aceptar unas elecciones sin el cese de la usurpación, gobierno de transición en ese orden, es poco menos que una locura, estupidez y sosería.

Los simplistas se preguntan en su empeño colaboracionista, ¿quién, qué o cómo se puede obligar al régimen para que acepte una elección libre, pura y transparente? Irónicos ripostan felices, radiantes y entusiasmados; será por presión interna, ¿cuál?, y externa ¿la misma que funcionó en Cuba? Importante acotar que en Cuba hubo verdadera presión por parte de Estados Unidos. Sin embargo, la URSS fue su gran aliada. Europa cómplice y América Latina la gran alcahueta de Fidel y su pandilla, salvo honrosas excepciones, Rómulo Betancourt, una de ellas.

@ArmandoMartini


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