Cuando ya parecía que el límite de lo insólito estaba colmado, el señor que ocupa  Miraflores se despachó con una exhortación a las aguerridas mujeres venezolanas resumida en una frase que pasará a la historia de la burla macabra: “A parir, a parir, cada mujer tenga seis hijos para hacer grande a la patria”.

Es cierto que Venezuela tiene una extensión respetable y que la misma está subexplotada por cuya razón el número de personas que ocupamos nuestro territorio es exiguo en términos de la ecuación habitantes/km2 que permitiría una población mucho más numerosa. China y la India son potencias de rango mundial precisamente por su número de habitantes cuyo peso específico las hace gravitar decisivamente en el escenario mundial. ¿Por qué Venezuela no?

Pero ocurre que para “hacer grande a la patria” aumentando exponencialmente el número de sus habitantes es imprescindible disponer de una estructura actual y una planificación que permita que esa meta pueda alcanzarse y mantenerse con un mínimo de seguridad, sanidad, alimentación, educación y dignidad que –ocioso es repetirlo– no están disponibles en la Venezuela de hoy.

Se pregunta uno qué clase de broma se gasta el usurpador cuando es evidente que el país no tiene en la actualidad ninguna de las condiciones que pudieran permitir un aumento drástico de su población. Si no hay alimento, ni medicinas, ni escuela, ni dignidad para los 30 millones que hoy pueblan a esta “Tierra de Gracia” se pregunta uno cómo se solventaría la situación con mas de 100 millones que pudieran ser los venezolanos nacidos al calor de la insólita perorata de quien felicita a una madre popular que acaba de parir su sexto hijo y que se nos ofrece como el ejemplo que hay que imitar para hacer “grande a la patria”.

Si en la Maternidad Concepción Palacios de Caracas –y seguramente igual en el interior– las parturientas deben compartir cama, los bebés se colocan en cajas de cartón y la atención médica mas básica no está disponible, dígame usted cómo se haría para administrar una explosión demográfica desorbitada. ¿A qué colegios y con qué maestros irán esos nuevos compatriotas? ¿En qué hospitales se atenderían a las embarazadas y las parturientas? Si hoy las cajas CLAP apenas surten a una reducida proporción de ciudadanos, se pregunta uno: ¿de dónde irán a sacar, importar, pagar y distribuir cantidades multiplicadas de ese recurso alimenticio diseñado apenas para paliar situaciones estrictamente temporales?

No digamos las circunstancias sociales y culturales en las que crecería una buena parte de esos nuevos compatriotas, en hogares pobres, con mujeres sin pareja estable como jefas de hogar en una sociedad matriarcal. ¿Qué futuro esperará a los muchachitos nacidos al conjuro de la broma macabra de quien debiera ser conductor y ejemplo de un conglomerado social?

Usted, señora Cilia, abogada, con algún nivel educativo, a quien llaman “primera combatiente” y usted, profesor Istúriz, otrora hombre de luchas sociales y libros, que estaban allí presentes y permanecieron impávidos cuando el bufón mandó “a parir, a parir…”, no les dio vergüenza ajena compartir esa escena convirtiéndose en copartícipes de tamaña insensatez? Parece que no porque bien calladitos se han quedado. ¿Qué harán las escuelas que enseñan lo que es la planificación familiar responsable? ¿Se cancelarán esos programas y los sustituirán por conferencias sobre incremento de la fertilidad en nuestra Venezuela, donde el índice de mortalidad maternal ha escalado notablemente desde que la “revolución bonita” da la pauta en la materia?

Así, pues, compatriota, lector de estas reflexiones semanales, considere aprovechar el posible ocio de su tarde sabatina o su jornada dominical para cumplir con la patria, para cooperar en hacerla “grande” fabricando nuevos venezolanos. ¡La “revolución” los atenderá, alimentará, educará y seguramente los formará como hombres y mujeres libres de provecho para quienes con ellos compartirán el futuro!


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