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Y me dio COVID estando plenamente vacunado, con las dos dosis de Moderna. Lo cual confirma que las vacunas son muy efectivas, pero ese 3% o 4% de margen dentro del cual no lo son realmente existe y por ahí puede colarse el virus.

Mi caso es típico dentro de lo que presentan las estadísticas. Soy mayor de 60, me vacuné temprano, mi vacuna me protege, si no totalmente contra el virus, sí contra un desarrollo grave de la enfermedad y más aún contra la muerte por COVID. Lo otro es que hay que hacer caso a las recomendaciones de los expertos en salud pública: llevar mascarillas en sitios cerrados, llevar mascarillas en sitios abiertos en localidades muy afectadas por la enfermedad, evitar concentraciones de gente y mantenerse a 2 metros de distancia de los demás, en lo posible.

Digamos que estas son más o menos las últimas recomendaciones de los Centros de Control y Protección contra Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés). Uno de los dramas en este país respecto a la COVID-19 ha sido la confusión en la emisión de mensajes de los CDC a la población general. Hace poco recomendaban que los vacunados no portaran mascarillas en sitios cerrados, por ejemplo (¿quién carrizo iba a controlar en ninguna parte que los no vacunados no las portaran? ¿quién iba a pararse a distinguir entre un vacunado o un no vacunado en ningún supermercado?). Ahora se han dado cuenta que lo mejor es que los vacunados porten las mascarillas, por varias razones: la variante delta (dominante en Estados Unidos y otras partes del planeta) es mucho más contagiosa, incluso para los vacunados, y éstos, infectados y asintomáticos, pueden transmitir la enfermedad.

¿Por qué me pudo haber dado COVID? Mi caso confirma que hay que tomarse en serio lo de los riesgos. Me cuidé bastante por más de un año, período en el cual prohibí a mi hijo que entrara a mi casa, o que anduviéramos juntos en el mismo vehículo, en la oportunidad en que visitó nuestra ciudad y todavía nadie en nuestra familia estaba vacunado. Una vez vacunado, decidí hacer efectivo el boleto de viaje a España que había comprado desde antes de que hubiera pandemia. Apenas España abrió sus fronteras a la gente con mi pasaporte, fijé fecha de viaje para el 14 de julio y estuve 14 días en un país que por mucho tiempo estuvo en categoría 4 (la peor clasificación de riesgo del Departamento de Estado) y que por los días de mi visita había bajado a categoría 3 (no buena todavía). Hoy está de nuevo en categoría 4.

Antes de ir a España, había visitado a mis nietas en Mississippi, todo el tiempo enmascarado, menos en casa, porque la familia entera estaba inmunizada. Afuera, sin embargo, era un reto ser visitante. Mississippi es uno de los estados con menor índice de vacunados y de respeto a las medidas de mitigación. Le gente allí se niega a vacunarse y a portar la mascarilla. En los supermercados, la gente puede mirarte feo. En un restaurante, un comensal me hizo incluso señas de que me quitara la mascarilla, mientras esperaba por comida que había encargado para llevar. Nadie allí la llevaba puesta.

También fui a California, a visitar a mis otros dos hijos. Mis hijos y sus parejas estaban todos vacunados. Fuimos un par de veces al restaurante de mi yerno, con mesas bien separadas en su interior, todos con mascarillas y con las medidas de mitigación de rigor.

Pero España era algo diferente. No sólo por el riesgo que implicaba estar allí, según las autoridades norteamericanas, sino que después de haberme enfermado, me pareció que también prevalece una cultura diferente ante la enfermedad, distinta a la de quienes seguimos los protocolos en Estados Unidos. Me reuní un par de veces con personas no vacunadas. Lo cual yo ignoraba. Asumí que quienes se reunían conmigo estaban todos vacunados. Y no fue así. Para terminar rápido con el cuento español, valga decir que después de estar en cinco distintas ciudades españolas, me hice un test rápido de COVID el penúltimo día y resulté negativo. El último día me vi en Madrid con personas amigas, una de las cuales no se había vacunado y dio positiva como a los dos o tres días. Cuando me avisaron, yo ya había empezado a manifestar síntomas.

Otro detalle importante es que, al llegar de regreso al aeropuerto de mi destino final, las autoridades migratorias retuvieron en cola durante una hora o más a casi todo el avión, en esas colas que no son en línea recta, sino que van dando vueltas en un mismo espacio hasta llegar a la taquilla. Sin distanciamiento social. Amuñuñado todo el mundo, cansados de un vuelo de 7 horas desde Europa, había una sola taquilla abierta, en la que el funcionario se empeñaba en hacer cuanta pregunta se le ocurría a quienes debía sellar rápido el pasaporte, dejando pendiente a una congregación enorme de personas, con mascarillas, sí, pero a apenas centímetros una de la otra.

Me tocó mi número de la rifa, aunque jugué sin la intención de ganármelo. Fui a un país de alto riesgo. Me reuní y abracé a personas que no tomaban mis mismas precauciones. El ambiente aeroportuario tampoco contribuyó a que pasara por Go sin cobrar los 200. Cualquier cosa pudo haber pasado.

Mi caso es típico de lo que muestran las estadísticas. Los vacunados plenamente contra la COVID también pueden contraer la enfermedad, aunque con mucho menos probabilidad de los no vacunados. Ninguna vacuna es 100% efectiva, pero su inmunización reduce en una inmensa proporción los riesgos de hospitalización y muerte. (No me hospitalizaron, y aun lo estoy contando). Variantes del virus como la delta son más transmisibles y han complicado la efectividad de las vacunas. No obstante, estudios hechos en Israel y en el Reino Unidos indican que la efectividad protectora de vacunas como la Pfizer (similar a la de Moderna) sigue siendo alta frente a la variante delta. Estudios hechos en julio por la Clínica Mayo, y otro realizado en hogares para personas mayores en Ontario, Canadá, conceden mayor grado de protección a la vacuna de Moderna frente a la variante delta. AstraZeneca también es buena.

Todavía no hay datos suficientes para determinar la durabilidad de la inmunidad que ofrecen las vacunas. Hay estudios en Israel que indican que gente que recibió la vacuna de Pfizer cinco meses atrás, o más, tienen más probabilidades de infectarse de COVID que otros que recibieron su doble dosis hace menos de cinco meses. Cuando los pacientes eran mayores de 60 años, las probabilidades de infectarse eran tres veces mayores que las de quienes se habían vacunado 146 días antes o menos. Estando en ese rango de edad, yo obtuve la segunda dosis en febrero, cinco meses antes de haberme contagiado. De allí la discusión de si hace falta un refuerzo, con una tercera dosis, especialmente para los mayores de 60 años.

La vacuna (sea Pfizer, Moderna, AstraZeneca, la china, etc.) es el mejor antídoto contra la enfermedad de COVID-19. Casi la totalidad de los hospitalizados y fallecidos actualmente en Estados Unidos es de no vacunados. El presidente Biden ha expresado que ahora se trata de una pandemia de los no vacunados.

Lo grave en este país es que aun cuando se ha llegado a un punto en que hay más vacunas que los brazos que las necesitan, hay todavía alrededor de 93 millones de personas elegibles para vacunarse (un tercio de la población) que no lo han hecho. Ello constituye un importante escollo para enfrentar la pandemia en general, porque el virus lo que necesita son cuerpos para reproducirse y si hay más cuerpos disponibles, más fácil la propagación, y más fácil también la posibilidad de que el virus mute hasta llegar a una variante de las cuales las vacunas no te puedan proteger. Es decir, que los no vacunados pueden no solo hacerse daño a sí mismos y a sus familias, sino que también representan un potencial daño incalculable para toda la población.

¿Quiénes no se vacunan en Estados Unidos? Los hay esencialmente de dos tipos: hay un grupo que definitivamente se niega a ser vacunado, entre los cuales hay una predominancia de gente de raza blanca, rural, evangélica y políticamente conservadora. En el otro grupo están aquellos abiertos a colocarse la vacuna, pero esperan por diversas razones a tomar su decisión. Aquí hay una amplia gama de personas, que tienden a ser más diversas y urbanas, e incluyen a gente joven, latinos, afroamericanos y demócratas. Debido al reciente aumento de casos, hospitalizaciones y muertes, especialmente en los estados del Sur, últimamente ha habido aumentos en la inoculación de este grupo, del cual las encuestas indican que representan menos de la mitad de los adultos no vacunados en Estados Unidos.

El problema entonces radica en esa población recalcitrante, que ha sido influenciada mayormente por teorías conspirativas y de falsas defensas de las libertades individuales, propensa a creer todo lo dicho anteriormente por Donald Trump sobre la enfermedad. Es el legado que dejó el expresidente a su país y al mundo, al politizar el tema de la pandemia, creando una cultura contra la vacuna y contra el resto de medidas de mitigación, cultura que, como la variante delta, se han encargado de propagar y hacerla más temible los gobernadores de Texas y Florida, donde los casos de COVID-19 siguen aumentando en forma alarmante.

Dejemos para otra oportunidad este otro asunto.

@LaresFermin


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