Desde que comenzó esta guarandinga que llaman el chavismo se asustó tanto el país que quiso, para empezar, que alguien explicara qué diablos era lo que estaba pasando que hacía tanto ruido que producía insomnio y amenazaba hasta nuestra casa en Margarita, herencia de papá, con piscina y todo.

Confieso que no sé por qué razones creyeron que los historiadores serían los que podrían explicar estos siniestros efectos que acababan con nuestra seguridad y nuestra paz. Asunto bastante caprichoso y absurdo porque los historiadores se ocupan generalmente del pasado y el pasado dice poco sobre el presente, algunas analogías parciales y en general poco efectivas. Y la mayoría de nuestros historiadores se limitan a echar cuentos, algunos buenos y necesarios, pero que hacen más difícil la complicada tarea exigida. Se necesitaba que se manejaran conjuntos conceptuales, teorías de la historia, pero no había. Y a lo mejor esos grandes relatos también se murieron y habría que reinventarlos, tarea ímproba. Pasado algún tiempo se apagó la ilusión y ya no fue tema.

Diría que dejaron paso a los economistas. Esos sí manejaban números, fascinantes números, que podrían darnos ecuaciones exactas. Los números en caída libre, sobre todo, los que tenían que ver con abastecimiento mínimo y las grandes colas, caos en Pdvsa, devaluación del bolívar, inflación, producto interno bruto, productividad en caída libre de las empresas expropiadas y no expropiadas comenzaron a ser terribles y desconcertantes, hasta para los chicos de Harvard. Y lo de Chávez diciendo disparates durante horas y horas, que la patria murió cuando traicionaron a Bolívar, Páez y los colombianos, y resucitó con él no había número que lo explicara. Vámonos de aquí, pronto. ¿Para dónde? Para Madrid, allí está mi hermano, el ingeniero.

Se diría que las cosas no las explica nadie. Así pensó la mayoría, sobre todo los que no tienen un hermano en Madrid, simplemente se vive, se sufre y se espera un día de gloria, un momento inesperado y milagroso (José Gregorio, María Lionza), único, en que no se sabe cómo la banda de torturadores y cleptómanos desaparezca, a lo mejor por muerte natural. Mejor se dedica cada uno a lo suyo, a vivir –unos pocos- y sobrevivir los más, muchos más.

Digo esto, porque hoy se abre ciertamente un rayo de luz de que algo puede pasar. Algo, no hay que exagerar. Nadie ve la puerta de salida, pero sí el echar a andar. El pueblo empezó a moverse, a tratar de llegar a unas elecciones limpias en manos de truhanes. Tarea a la que nadie ve con precisión una puerta de salida, repito. Pero la gente comienza a reunificarse y busca encontrarse con algún líder -¿María Corina?- pero inhabilitada con otros dos algo macizos. Pero por lo menos podemos mover las barajas que ya es algo, hay que ayudar a los seres celestiales, y a los infernales también, a que encuentren el camino que salva. Quién quita que el día milagroso se les dé a unos políticos reencauchados, un pueblo desesperado, con la ayuda sobrenatural. Quién quita, lo que sí parece es la hora de buscarlo.


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