Estamos en tiempos en los que la solidaridad es mandato, la prevención es la consigna y la sensatez es el mejor escudo para enfrentar esa tormenta perfecta que ya nos toca a la puerta.

Dentro de toda esta locura que han significado estos días de encierro, he visto con mucho agrado el reconocimiento que en todas partes se les hace a los médicos, enfermeras y al personal hospitalario que lleva a cuestas la carga de este virus que, de una manera sorprendente, nos ha puesto a todos en vilo. Las imágenes de las personas aplaudiendo en España, todos los días, a las 8:00 de la noche, a los verdaderos héroes de este episodio dantesco que estamos viviendo no deja de emocionarme.

Entiendo que en Europa los controles para todo este personal son en extremo rigurosos. A todos por igual, y en especial a los que están en contacto con los enfermos, se les pide que sean muy cuidadosos al regresar a sus casas: deben quitarse la ropa al llegar, ponerla a lavar aparte e inmediatamente tomar una ducha, todo eso antes de ni siquiera hablar con sus familias.

Este virus se las trae. Y si en esos países en donde todo funciona  ̶ léase, que cuentan con una seguridad social que garantiza el abastecimiento de medicinas, asistencia médica y hospitales dotados de equipos- están que no se dan abasto con esta pandemia, no quiero ni pensar en lo que deben estar pasando  ̶ y temiendo ̶ los médicos, enfermeras y quienes trabajan en los hospitales venezolanos.

Las cifras reales de los personas infectadas en el país con coronavirus no las conoceremos nunca, a menos que la situación llegue  ̶ Dios no lo quiera ̶ a límites incontrolables. Pero obviando esto ̶ no porque carezca de importancia, porque la tiene y mucha ̶ y poniendo el foco en otras instancias, la verdad es que en Venezuela la gente que labora en los centros de salud son tan heroicos como esos que pelean contra el covid-19 en otras latitudes.

Durante este confinamiento la mayoría hemos visto a los que brindan atención médica forrados con uniformes desechables, doble uso de guantes y pare usted de contar. Y es entonces cuando recuerdo que nuestros hospitales no tienen tubos de ensayo para hacer pruebas de laboratorio; que los guantes y los tapabocas son un lujo; que desde 2016 el gel antibacterial y el jabón para cumplir con los protocolos de higiene se convirtieron en herramientas mitológicas; que los campos quirúrgicos y el instrumental son escasos y que cosas tan básicas como alcohol, gasas y algodón corren por cuenta de los pacientes si quieren ser atendidos.

Cientos de veces hemos denunciado el deterioro de la infraestructura de los centros asistenciales, la falta de plantas eléctricas que les permitan seguir durante los apagones o de tanques de agua que les posibilite mantener la asepsia e  higiene que requiere su funcionamiento. Hemos señalado en El Nacional la desidia con la que el ministerio competente trata esta información. Y también se ha dicho acá que en nuestros hospitales hay gente de extraordinario valor, que a pesar de todo esto se mantiene en pie de lucha: asiste a la consulta, realiza cirugías y ayuda hasta con dinero que sale de sus bolsillos.

No puedo dejar de ver a los españoles aplaudiendo a su personal de salud desde los balcones con orgullo, sin pensar en que nuestros superhéroes de blanco y el equipo que les apoya hace rato que se merecen una ovación de pie, porque además de enfrentarse día a día, bajo su propio riesgo, con villanos como la inseguridad y la pésima infraestructura, tienen sueldos miserables.

Ojo, con esto no estoy diciendo que unos sean mejores o más valientes o más valiosos. No. Creo que las personas que ahora mismo se la juegan al atender a los afectados con esta enfermedad merecen todo nuestro respeto. Pero también creo que, en aras de poner nuestras barbas en remojo y de prepararnos para cualquier situación de esta índole, los responsables de la crisis sanitaria hagan un mea culpa, se vean un poco el ombligo y destinen el dinero público a solucionarla.

Ya va siendo hora de dejarse de mezquindades ideológicas que impiden que personas probas y calificadas  ̶ que las tenemos ̶ ocupen cargos que le permitan a la ciudadanía contar con estrategias y políticas adecuadas y coherentes en un área tan clave como la salud. Ya es hora de que se permita a los hospitales recibir las ayudas de quienes pueden (llámese ONG, ONU, Médicos sin Fronteras, etc.) aliviar el horror y la carestía en las que están sumidos desde hace ya varios años. Ahora es el momento de dejar de pensar en quién gana o pierde esta partida de dominó trancada en la que se nos ha convertido el país gracias a la cochina tozudez de un sistema económico populista que solo ha llevado riqueza a los bolsillos gobierneros.

Ahora la solidaridad con el otro es lo que prela. Porque estamos ante una situación que obliga a entender que, sin importar el cargo que se ejerce, lo que realmente tiene valor es la empatía, la compasión y buscar cuál es la mejor forma de restearnos con los nuestros para salir airosos de esta tormenta perfecta.

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