La Universidad Central de Venezuela está de cumpleaños. Son 301 años de historia que abarca un cúmulo de satisfacciones, reveses, angustias y ataques. Pero deben ser más los momentos que dan pábulo y razones suficientes para sentir orgullo por ella, por lo que allí ha acontecido y por el significado que conlleva ser la primera del país, y al propio tiempo Patrimonio Cultural de la Humanidad, según atinada disposición de la Unesco.

El 22 de diciembre de 1721 representó uno de los acontecimientos de mayor importancia y trascendencia de todo el periodo colonial venezolano, porque permitió obtener del Rey Felipe V la aprobación de la elevación del Colegio Seminario de Santa Rosa de Lima hacia la Real Universidad de Caracas.

No han sido pocas las veces que el hampa común, armada y desalmada, y al parecer con impunidad garantizadas, ha arremetido contra sus instalaciones, muchas de ellas constitutivas de verdaderas obras de artes.

Aun así, no han podido las bandas criminales, orondas por sus fueros delictivos, doblegar el espíritu universitario. Los destrozos en sus instalaciones no han podido hacer mella ni fracturar en modo alguno el sentir y el amor por La Casa que Vence La Sombra, así, en singular, como dice su himno, cuya letra es de Luis Pastori, juntamente con Tomás Alfaro Calatrava, y con música de Evencio Castellanos.

Por cierto, el himno tiene 4 estrofas y fue el primero compuesto para una institución de educación superior en el país, en 1946. «Esta casa que vence la sombra» es la frase que da inicio a la 1ª estrofa de dicho himno.

También ha causado daño a la UCV, y sigue causando en mala hora, el hampa administrada, esa que integran los propios egresados de sus aulas que desde hace ya bastante tiempo le han declarado una absurda guerra sin cuartel, ahogándola, asfixiándola, negándole los presupuestos suficientes para su funcionamiento.

Es la sombra espantosa de la peste, la misma que odia el estudio, le espanta la universidad, repudia el conocimiento, aborrece el olor a lápiz y cuaderno, le huye al pupitre, le teme a la tiza y al pizarrón, maltrata a estudiantes y profesores, los atropella, los mata.

Los que hoy agreden a la UCV son de la misma calaña de los que, en la década de los sesenta del siglo pasado, la usaron de guarimba y guarida para agredir a la incipiente democracia.

Muchos funcionarios de distintos rangos deben verse reflejados en la grave crisis que hoy vive la UCV. En ese pésimo espejo que hoy proyecta un espectáculo criminoso que afecta instalaciones de valor histórico, arquitectónico y cultural, y lastima el sentir venezolano, y en su mermado presupuesto que impide llevar a cabo decentemente programas y proyectos.

Siento los ataques en carne propia, pues al referirme al desagradable momento que hoy vive la cumpleañera y honorable universidad, tengo en mi mente y palpita mi corazón por mis hijos que allí cursan y han cursado estudios, practican deporte, se alimentan (o antes lo hacían regularmente) en su comedor, asisten a la biblioteca en fin…

Se experimenta una sensación de impotencia, de pena propia y ajena vergüenza por el triste espectáculo, donde el tufo a impunidad es insoportable, y no podemos dejar de sospechar sobre la posible complicidad.

Es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente.

Imposible, si no difícil, pensar sobre la negativa permanente a sostener un diálogo franco y directo que permita resolver los problemas, que seguramente existen, o desavenencias, haciendo de la vida universitaria más llevadera, armoniosa y pacífica; donde se pueda estrechar la mano de aquel que piensa distinto o con cuyas ideas, en cualquier área del conocimiento, no estemos de acuerdo.

Nada más antidemocrático y antilibertario que la intolerancia, la violencia y el afán violento de destrucción e imposición del pensamiento. Sería bueno ver a quienes hoy ocupan o han ocupado posiciones de gobierno, que otrora fueron dirigentes estudiantiles, y conocer ¿qué piensan hoy acerca de estas acciones violentas? De este ensañamiento, no solo con la UCV, sino contra todas las universidades venezolanas.

Lo que verdaderamente se requiere, hoy más que nunca, es que la UCV y su gente sean defendidos de verdad. Solo la llama del saber y del conocimiento, como la olímpica, podrá mantenerse encendida, inextinguible.

La sombra puede cultivarse, solo si se le da la vecindad del alma, y los malandros no la tienen.


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