Curiosear con los prismáticos, observar a la gente sin ser visto” (Íñigo Domínguez)

El fin de semana de agosto anterior al lunes en que El Nacional publica mi columna de opinión hago lo que acostumbro a hacer los sábados y los domingos: leo la prensa atrasada, trato de relajarme y le doy vueltas a un tema. No siempre pasa, pero a menudo sucede que un artículo o una noticia me mueven a escribir la mía.

En esta ocasión, las ganas de subrayar líneas enteras y seguir leyendo vinieron de un artículo que cuestionaba la utilidad de la cultura, y casi estoy revelando el título mismo del texto (Daniel Innerarity, “La inutilidad de la cultura”, La Verdad, 16.08.2020). El autor, catedrático de Filosofía Política e Investigador en una universidad española, señala la necesidad de cuestionar el enfoque eminentemente práctico del sistema educativo actual. Apunta, entre otras cosas, este principio: “Si uno solo aprende lo que es útil, lo inmediatamente aplicable, lo que corresponde a las necesidades del propio tiempo, corre el riesgo de no prestar atención a las cuestiones verdaderamente relevantes”. Para el profesor vasco, no siempre lo más importante ha de resultar útil. Perdone mi manifiesta devoción por lo que sigue, que cito literalmente: “La cultura está hecha de interrupciones y moratorias, gracias a las cuales podemos cambiar de orientación, modificar nuestra instalación en el mundo o redefinir los problemas”. Y concluye con la idea de que uno debe pararse a pensar, evitar dejarse llevar. El acto de la reflexión, también en la educación, es un acto ineludible.

El texto completo de Innerarity supone, al menos para mí, la aceptación de  “cocinar a fuego lento” lo que llamamos cultura, las nociones, los conceptos, las ideas para poner en duda, cuestionar, reflexionar -¿qué es sino la filosofía?- sobre la esencia de las cosas en sí mismas sin obligarse a buscarles una dimensión práctica.

Después de leer el artículo de Daniel Innerarity uno puede entender mejor el daño infligido a un profesor por el alumno impertinente que interrumpe la clase con la pregunta: “Yesto, ¿para qué sirve?”


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