Seguramente hay temas de mayor relevancia política, económica o social a nivel global, como la lucha a la pandemia, los cambios vertiginosos de la tecnología, la inestabilidad política en varias partes del globo y los nuevos desafíos que la economía presenta a la sociedad. Seguramente esos temas van a ser mejor tratados y abordados por expertos y analistas. Hoy me voy a tomar una licencia, en esta mi columna de El Nacional, para conversar –“converso” con ustedes desde esta trinchera- sobre ellos, los grandes compañeros: los canes.

Escribir de los canes (los perros) desde la perspectiva no-veterinaria presenta un doble desafío: no vamos a expresar simpatías por alguna raza en particular y simplemente vamos a subrayar los mil beneficios que las mascotas -concretamente los perros- presentan a los humanos, especialmente en este nuevo tiempo que la sociedad es menos comunidad, con mayor posibilidad de comunicación pero con menos posibilidad de interacción. Los perros vienen a llenar, de alguna forma, ese vacío que la sociedad hipercomunicada hizo con la gente. La pandemia fue otro ladrillo entre los humanos. Más separación pese a estar más juntos. Los perros, en plena pandemia, fueron testigos de nuestro “encierro” y hasta debieron sorprenderse.

No vamos a hablar de energía ni de desarrollo sostenible o reciclaje ni del gas o del petróleo ni de las nuevas tecnologías que nos van a llevar a Marte, sino simplemete hoy toca hablar de los perros, grandes compañeros que -crisis y todo- están siempre al lado del humano para captar nuestas alegrías, penas y quizá para darnos un aliento cuando más se necesita. Tengo perro desde que tengo uso de razón. Varios fueron mis compañeros a lo largo de éste tramo de vida. Los recuerdo a todos con singular afecto y quizá mi último cachorro es la suma de todos ellos.

Los perros no reemplazan a nuestros hijos, es un hecho, ni a nuestra esposa, faltaba más, pero sencillamente son compañeros que están y cuya presencia requiere un acto de interactuar muy particular. Cada perro sabe cómo es su “amo” -fea palabra que es simplemente utilizada para ponernos en cierto pedestal- pero es verdad que cada perro conoce a su amigo (a su amo) hasta en lo más profundo de su ser. Nos acompañan en buenas y malas y claramente tienen -científicamente así afirman los que saben- la posibilidad de percibir nuestras buenas o malas vibras. Son fieles y pocas veces han cumplido ese adagio de “morder la mano del que alimenta”, es en todo caso una sentencia que se aplica al humano antes que al perro. La característica central de éstos seres vivos es la lealtad. Verlos como parte de las familias es siempre grato, como que es ingrato verlos vagar por calles porque nunca falta un humano des-enamorado y des-ubicado que los abandona. Ellos no abandonan.

Cuando un buen amigo me preguntaba sobre el título -y contenido- de mi columna le dije que esta vez no sería energía, ni tecnología, que estaría dedicada al mejor amigo del hombre, el mejor compañero y a veces mal tratado: el perro. Veo que a nivel global hay legislación importante que protege y promueve mejor trato al animal, pero más allá de la regulación o imposición, creo que nadie, en su sano juicio, podría hacerle daño a un perrete. Particulamrnte yo no lo hice, ni lo haría. Creo que la fealdad humana -más allá de todo lo malo que conocemos de la humanidad- se muestra en el mal-trato a los animales.

Vaya, entonces, mi homenaje a todos esos seres humanos que tienen sus perros. Y mi agradecimiento: sigan siendo leales como sus perros porque ellos son, sin dudarlo, compañeros de toda aventura y desventura.

@BorisSGomezU


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