La tripulación de «Ye Olde Pub.» Agachados (izq-der): Charlie Brown, Spencer Luke, Al Sadok, y Robert Andrews. De pie (izq-der): «Frenchy» Coulombe, Alex Yelesanko, Richard Pechout, Lloyd Jennings, Hugh Eckenrode, y Sam Blackford. Foto cortesía ADAM MAKOS

El 20 de diciembre de 1943 el teniente de la Luftwaffe Franz Stigler, piloto de caza Mesersmicht Me 109 G en la Defensa del Reich, se encontraba de buen ánimo porque en su base se respiraba el ambiente navideño. Aunque en el norte no era igual que en su natal Amberg de la región de Baviera, donde las fiestas comenzaban a finales de noviembre con el famoso mercado de la plaza; al menos todo estaba decorado y solo faltaban cuatro días para disfrutar de una buena cena en Nochebuena. Extrañaba los olores de las almendras tostadas y los sabores del Lebkuchen (pan de especies) y el glühwein (vino caliente), que comía y tomaba mirando la basílica de San Martín. Todo era alegría hasta que llegó esta absurda guerra donde su hermano, también piloto, había fallecido en 1940. Poco a poco las ciudades iban siendo destruidas por los cuatrimotores de la Royal Air Force (RAF) y la United States Army Air Forces (USAAF). No solo debía cumplir con la defensa de su patria sino también era un compromiso con la memoria de su querido hermano y tantos camaradas del aire. Absorto en estos pensamientos pasó sobre su base un solitario B-17 claramente dañado. No lo pensó mucho, era la presa fácil para lograr la victoria que le faltaba y obtener así la cruz de hierro ¡porque ya tenía 28 años!

El B-17 “Fortaleza volante” apodado “Ye Olde Pub”, comandado por el teniente Charles Lester “Charlie” Brown del escuadrón 527 del Grupo de Bombardeo 379 de la USAAF, se encontraba sumamente averiado cuando pasó por encima de la base de Stigler. Después de haber bombardeado la fábrica de los Focke-Wulf FW 190 en Bremen; la acción de los cañones antiaéreos (“Flak”) y el ataque de varios cazas (tanto Me 109 como Fw 190) le había destruido el morro acristalado, paralizado un motor y afectado otros dos aunque seguían funcionando, congelado la mayor parte de sus ametralladores y cañones defensivos, muerto su artillero de cola y herido otros seis miembros de los diez miembros de su tripulación. Era su primer vuelo y parecía el último, en una ocasión estuvieron a punto de estrellarse y por ello el teniente Brown pensaba que lo mejor era saltar en paracaídas y aceptar ser prisioneros de guerra, algo mejor que la muerte. Bajo el asiento llevaba su Biblia, y rogó al Señor el gran milagro de llegar a la costa sin que la barrera de “flaks” del “Muro del Atlántico” los derribaran, y finalmente atravesar el mar hasta Gran Bretaña. Al hacer esta súplica desesperada había cerrado los ojos  y al abrirlos vio al costado de su avión el Me 109 de Stigler, cerró varias veces los ojos orando para que desapareciera el caza enemigo, pero lo que escuchó fue su copiloto decir: “Ha llegado nuestro fin”.

Franz Stigler (izq) y Charles Lester Brown

Stigler al despegar estaba decidido a derribarlo, ignoró las advertencias de su mecánico que le dijo que su radiador podría no responder al tener una bala enemiga incrustada, con la frase: “el B-17 prácticamente vuela de milagro, será rápido”. Y era verdad, porque al aproximarse por la cola pudo ver que la faltaba un estabilizador y parte del timón. Se preparó para rematarlo pero le extrañó que el artillero de cola no disparara, quitó la mano del gatillo y la puso en su rosario al mismo tiempo que descubría que su enemigo estaba muerto. Era el mismo rosario que siempre lo acompañaba, y que tantas veces había visto a su madre pasar las cuentas de las avemarías, y decirle que la Virgen lo cuidaría porque tantas oraciones no podían quedar sin respuesta. Recordó al cura Josef de su parroquia, piloto de cazas de la Gran Guerra junto a su padre; ambos le habían inculcado su pasión por el vuelo al fundar un club de planeadores pero también profundos valores cristianos. Al salir del bachillerato dudaba entre ser sacerdote o piloto, pero el padre Josef lo conocía mejor y le dijo: “Franz, sé bien que amas volar y lo haces muy bien,  no te preocupes que también puedes ser santo siendo un piloto siempre y cuando uses tus talentos para hacer el bien”.

A medida que se adelantaba y detallaba el fuselaje del B-17 se percató de la carnicería que había realizado otros camaradas, fue inevitable escuchar en su memoria a su jefe de Ala en el Norte de África (Geschwaderkommodore George Rödel) cuando le preguntó frente a la esvástica de la cola de su Me 109 si era nazi. Temeroso respondió una frase relativamente hecha: “No, yo lucho por mi patria, no me interesa la política”; y este le dijo posando su mano sobre la cruz alemana blanca y negra del fuselaje: “¡Excelente! Nunca olvides que esta es la verdadera cruz de Alemania, la de los caballeros teutones que eran cristianos, y no esa otra cosa retorcida. Si sé que matas a un enemigo que se lanza en paracaídas deshonrando esta cruz, yo mismo te mato”. De inmediato vio los rostros aterrados del piloto y el copiloto del bombardero, eran cómo esos paracaidistas que le hablaba su “maestro” Rödel. Pero la “Fortaleza volante” está erizada de armas y cualquiera podría dispararle. Decidió arriesgarse y le mostró su palma extendida cómo forma de comunicarle que no les dispararía y que ellos tampoco debían hacerlo, pero que debían aterrizar para salvarse. Pronto vendrían las “flaks” de la costa que los destrozarían debido a la baja altitud que llevaban. Brown le decía que no, que no iban a aterrizar. Stigler temiendo lo peor ante las antiaéreas puso su avión debajo del B-17 protegiéndolo, esperando que los artilleros en tierra primero identificaran que era un Me 109 y segundo creyeran que lo escoltaba como una especie de “prisionero”. Dio resultados y no dispararon, y ya la costa estaba cerca, Franz volvió a ponerse a vista del piloto y le hizo un saludo militar que Brown contestó al tiempo que le decía a su tripulación: “es un buen hombre”. Stigler le dijo en alemán y luego en inglés: “Feliz Navidad” y alejándose hizo una oración: “Niño Jesús, es Navidad, están en tus manos”.

Ambos lograron sobrevivir a la guerra y nunca contaron lo ocurrido, pero querían saber uno del otro. Stigler siempre se preguntó si su acción había logrado salvarlos, y Brown quería poder agradecérselo a ese ángel desconocido de la Luftwaffe. El momento se dio en 1990 y entre ellos surgió una profunda amistad. Una vez Brown invitó a Stigler para que pasaran una Nochebuena con sus respectivas familias. Al llegar al sitio Franz vio a muchos niños y jóvenes parejas alrededor de un hermoso árbol de Navidad. Brown le dijo: “Todos ellos son los descendientes de la tripulación de mi B-17, sabes bien que no existirían sin tu gesto generoso”. Stigler le entregó un libro como obsequio el cual tenía la siguiente dedicatoria:

En 1940, perdí a mi único hermano luchando de noche. El 20 de diciembre de 1943, cuatro días antes de Navidad, tuve la suerte de rescatar un B-17, un avión tan dañado que era un milagro que siguiera volando. 

El piloto, Charlie Brown, llegó a ser tan valioso para mí como lo fue mi hermano.

Gracias, Charlie.

Tu hermano,

Franz.

La siguiente historia es verídica, solo he realizado algunas adaptaciones (pensamientos, frases evidentemente, entre otros) que no desvirtúan el sentido original de lo que ocurrió ni la personalidad de sus protagonistas, para convertirlo en un cuento de Navidad. El estudio historiográfico fue publicado en el 2012 por los historiadores Adam Makos y Larry Alexander: A Higher Call: An Incredible True Story of Combat and Chivalry in the War-Torn Skies of World War II; y la adaptación que realicé está basado en lo que se afirma en dicho libro. El domingo próximo es Nochebuena y he querido dar a mis lectores y amigos este pequeño regalo de Navidad, y recordar que en los momentos más terribles siempre hay personas buenas como Stigler y Brown que hacen la diferencia. “¡Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra Paz a los hombres de buena voluntad!”.


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