Jugar a la guerra es parte de un diseño que ha servido de brújula a los cabecillas de esta narcotiranía que nos oprime en Venezuela. Recordemos que en varias oportunidades el finado Hugo Chávez usaba sus cadenas de radio y televisión para anunciar el desplazamiento de tanques de guerra con sus respectivos comandos militares hacia la frontera con la hermana república de Colombia. No faltaban sus peroratas inflamadas de falso patriotismo para darles también instrucciones a los oficiales de la aviación, a que alistaran sus naves equipadas con cohetes, como una manera de amenazar con combates ¡a sangre y fuego! al gobierno del vecino país.

Ese es, evidentemente, un patrón de conducta. Maduro lo ha calcado y continuado. Son esas poses teatreras que desarrollan para aparentar que son «auténticos nacionalistas». Fingen que “son capaces de arriesgar sus vidas luchando por defender a la patria”. ¡Mentiras! Basta con recordar la conducta entreguista que han tenido a la hora de plantarle cara a los gobernantes de Guyana, ante quienes fueron, más bien, sumisos y entreguistas. Acatando órdenes de Fidel Castro, toleraron el inicio de explotaciones petroleras en nuestra zona en reclamación. Tampoco defendieron nuestra fachada al Atlántico. Como diestros impostores juegan a la guerra, que es una capacidad que muy bien saben ejercitar los dictadores para sacar esas cartas cuando están en serios aprietos.

Por eso Maduro repite la dosis y trata de provocar al gobierno del presidente legítimo de Colombia, Iván Duque Márquez, fanfarroneando con sus «juguetes bélicos», esos que han comprado en “el mercado de los perros de la guerra” a precio de oro, mientras la ciudadanía venezolana se muere de hambre. No hay escuelas debidamente habilitadas, no hay ni pupitres ni laboratorios adecuados para impartir las clases. Tampoco funcionan los comedores escolares y los maestros se ven compelidos por la tragedia humanitaria a salir a las calles a protestar por su precaria situación y Maduro exclama “a falta de pan… échenles plomo”. Por eso se vieron a esbirros civiles y uniformados atacar despiadadamente a los educadores.

La realidad es inocultable: «Alumnos con hambre no aprenden y maestros con hambre tampoco enseñan». La paradoja es que, ante ese cuadro de necesidades, Maduro exhibe en la frontera más de 5.000 misiles, más una batería de equipos para traquear simultáneamente 24 aviones. Pero no hay ni libros, ni pizarrones, ni agua ni luz en esas escuelas, mucho menos comida.

Por eso la solución verdadera es ponerle cese definitivo a esta perversa usurpación. Más nada.


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