“El humor no puede existir

del lado de los poderosos,

 los carceleros o los ejecutores

cotidianos de la estupidez”.

 Adriano González León

El Cicpc allanó viviendas de los humoristas Reuben Morales y Napoleón Rivero. Los conductores del programa de humor político Kurda Konducta tienen orden de captura por instigación al odio y delitos informáticos. Desde ya consigno mi opinión según la cual, son inocentes.

Es sabido que si a algo temen los autócratas ensoberbecidos, es a la inteligencia de los humoristas traducida en la agudeza de una frase lapidaria, la acertada caricatura que los desnuda, o la parodia escénica que les deshace la parafernalia, reduciéndolos a objetos risibles.

Las palabras se hicieron para decirlas, incluso en forma de verbos, y a eso voy gracias a la generosidad de gente buena que me brinda el espacio. Escribir, incluso humor, pues quien usa la palabra para levantar sus ideales, sin codos ni violencia, sin siembra ni sombra de odio ni venganza, sino como bandera limpia y en alto, quizá logre algún noble propósito, convencer al dubitativo, orientar el rumbo del desviado o tal vez a enderezar el curso del embriagado barco.

Expresarse, sin más limitación que la propia libertad, el albedrío de sentirse como pez en el agua, y en el mejor de los casos –tal vez por suerte- y ejercicio competente y combativo, no dejar de sentir el gusto que da ver su nombre y pensamiento sobre el papel, además de ser leído por mucha gente.

Pensar y decir, aunque peligroso en estos tiempos, buscando la manera que el mensaje llegue a su destino con ánimo de corregir errores, subsanar omisiones o simplemente eso que se enuncia, porque al fin y al cabo, se castiga por hechos, no por intenciones, el pensamiento no delinque (cogitationis poenam nemo patitur).

Reír, ¡oh, cómo no reír! Quizá burlarnos, y como dice Rodolfo Izaguirre, “vale burlarnos no sólo de nosotros mismos, que es algo sano y bueno, sino del gobernante de turno, sea caudillo civil o militar. Y burlarnos con más razón, si el gobernante cree serlo sin tener condiciones ni partida de nacimiento. Y cómo no burlarnos de un ser que habla con un pajarito que revolotea sobre su cabeza y hace de los panes, penes».

Convencer y convencernos de que, si algo está podrido, además de los alimentos en los contenedores, es justamente el concepto socialista del chavismo.

Llorar, sea cual sea el motivo, por ejemplo, la indignación de padecer una pesadilla de larga data aposentada en palacio; las infames colas por una medicina –por ejemplo, dije– lo que ha convertido las farmacias en verdaderos y tristes refugios de oración o acudir a los aeropuertos a despedir a seres amados, a llorar, incluso, el insilio que nos produce quedarnos.

Llorar, porque el dolor que no se desahoga con lágrimas puede hacer que sean otros los órganos los que lloren. (Braceland y sus vainas). Libertarse para volver a amar es otra posibilidad, siempre. Esperanzarse también. Evitemos caer víctima de la desmoralización, lo que es un riesgo que hay que conjurar en lo inmediato. En estos tiempos difíciles y sombríos, coloreados de un rojo alarmante, vale la pena esperanzarse.

Aunque cuchillos dominen el paisaje, alguna flor habrá nacido hoy en los jardines ocultos del alma. Que se imponga la sinfonía del corazón a ese eco perenne de sirenas. A ese verde vergüenza uniformado, y a los fanáticos del pensamiento único.

Solidarizarse con tantos que hoy padecen la persecución la prisión injusta de un antojo oficial, el de turno o por el motivo más absurdo e inimaginable; que siguen hoy en una mazmorra civil o militar, inocentes padeciendo los embates de una prisión inexplicable en justicia o razón. No hay mejor hora que aquella en que vemos salir en libertad a los presos inocentes.

Entender cabalmente que el desastre que lleva ya más de veintidós años, “legado” del ido comandante, y cuyos herederos ungidos se proponen (del verbo proponer) empeorar a velocidad espeluznante, es semejante a lo que sugiere la respuesta de Picasso a un oficial alemán durante la ocupación de París, según la supuesta y famosa anécdota, no comprobada: se cuenta que ante su célebre cuadro Guernica, inquirido por el alemán el gran pintor:

—¿Eso lo hizo usted?

La respuesta de Picasso fue:

No. Eso lo hicieron ustedes.

A nuestro humorismo, desde siempre esencialmente político, lo ha acompañado o le ha salido al paso en muchos casos, el execrable mal de la censura, que se presenta cuando la barbarie percibe temerosa los avances del talento, y se hace sentir en sus diversas formas que van desde la confiscación de ediciones, la clausura temporal o definitiva de publicaciones y los allanamientos con destrucción de imprentas, hasta la encarcelación de escritores y dibujantes humorísticos; y el camino que ha recorrido ha incluido sortear incomprensiones, intolerancia, ignorancia, prepotencia o abusos, de parte de más de un gobernante.

Yo, como José Ignacio Cabrujas: “Quiero un país con humor, donde se pueda hablar mal del gobernante y de quien lo eligió, que tengamos el derecho de detestar y de querer al presidente. Un país donde pueda jugar con todo, desde Simón Bolívar para abajo; donde la idea más sublime y la más rutinaria y mediocre contenga un sentido de humor y de juego”.

El humorismo ha sido un elemento clave en la formación de la personalidad del pueblo venezolano, el cual en circunstancias difíciles suele reaccionar con expresiones festivas que le permiten sobreponerse. El humorismo, suerte de “aptitud especial del intelecto y del espíritu” como lo definía Hegel, ha tenido en Venezuela una historia rica en creadores y obras, reveladora tanto de la aceptación y ascendencia de los humoristas en el seno de densos sectores sociales, como de sus peripecias para burlar con inteligencia la censura de las dictaduras y la intolerancia de más de un gobernante democrático cerrado a la frescura de la risa.

El humorista no puede callar y habla cuando los demás guardan silencio, como habló Chaplin en El Gran Dictador.


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