El 23 de Enero corre el riesgo del olvido. Ha pasado toda una vida y solo habrá unos cuantos venezolanos, o reencauchados, que conserven recuerdos de la gesta que parió la democracia. Este es un país de gente joven, que en su gran mayoría hace su propia historia en otros destinos o está pensando en hacerla, así sea cruzando el Darién y el río Bravo.

Pero en este 2024 de renacida esperanza y tanta incertidumbre, la fecha cobra un significado especial. Lo primero es que hoy, como entonces, la aspiración de ser un simple país normal -nada de potencia y ejemplo, que tanto mencionan los falsos próceres revolucionarios-; un país de escuelas y de parques, de calles tan solo medianamente limpias, de empresas y empresarios y sindicatos, de agua en todos los grifos y luz cuando se oprima el interruptor; de gente que no grite por la tele, ni insulte, incluso que solo mienta en casos de extrema necesidad y sea capaz de pedir perdón sin exhibir un crucifijo. Ese país extraviado sigue siendo un anhelo.

El 23 de Enero recuerda también que había militares comprometidos con el país. De verdad. Y que esos militares -con algunas excepciones- aceptaron el mando civil y la subordinación. Y había -y vaya que los necesitamos- unos partidos que fueron capaces de hablarse, de poner las rencillas de lado y de defender, por encima de las diferencias, la vida en democracia. Fue imperfecta, sí; le faltó renovarse a tiempo, también; fracasó ante la corrupción, como no; y, sobre todo, pereció por falta de ideas y de trabajo político y algunas de cuentas pendientes que esperaron su oportunidad para el zarpazo. Pero -uno más- nada que ver con esto.

Este 23 de enero de 2024 no es un momento para la nostalgia. El homenaje que se le puede rendir al de hace 66 años es reconquistar la democracia. Se dice fácil, pero ciertamente es una tarea descomunal. El impulso es lo que se hizo el año pasado: la primaria opositora, que retó al poder enroscado en el Palacio de Miraflores y lo venció. Incluso, lo que no se hizo: el desinterés absoluto de los venezolanos por el referendo del Esequibo del pasado 3 de diciembre. Los dos hechos fueron actos de desobediencia: uno, intencional y planificado: el otro, espontáneo, de la gente que no come completo pero tampoco come cuento.

La tarea es descomunal por el prontuario de los que desgobiernan. Es descomunal porque a la oposición le haría falta más nervio, más cabeza y un corazón enorme. Es también descomunal porque la gente carga con los desafueros de unos y las ligerezas y ambiciones de otros. Hay que volver a creer, no queda otra. Esa es la invitación del liderazgo que se eligió el 22 de octubre: pasar por encima de la desesperanza y que sea el pueblo -tantas veces mencionado, tantas veces secundario- el que decida que esto está por acabarse, que es insoportable, y que el poder que sojuzga es débil porque ya no convence a nadie.

Pompeyo Márquez, el legendario Santos Yorme que burló la dictadura perezjimenista, decía que a finales de 1957 nadie en Venezuela y sobre todo en el mundo político pensaba que el tirano iba a caer en cuestión de unos meses. Y cayó aquel 23 de Enero de 1958. Ahora no hay que disparar ni una sola bala, sino voto sobre voto -cuando se les ocurra convocar a las urnas- para restaurar una nueva democracia y ser ese país de escuelas y hospitales y de parques. De gente siendo dueña de su vida en esta tierra.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!