La Naranja Mecánica pasó de ser un libro controvertido a un clásico cinematográfico incómodo con extraña facilidad. La adaptación de Stanley Kubrick de la novela de Anthony Burgess es una pieza singular de provocación y simbolismo brillante. Pero también, es un cruel desafío a algo más elaborado que Kubrick plasma con una rara belleza. Del mal humano a los terrores del libre albedrío. A un cuarto de siglo de su estreno, la película aún es motivo de controversia y discusión.

¿Podría estrenarse en nuestra época La Naranja Mecánica de Stanley Kubrick?; la pregunta se la planteó el crítico Adam Nayman hace unos años, sin encontrar respuesta. Mucho más, después de que la película llegó a Netflix y pudo llegar, como nunca antes, a una audiencia mucho más amplia y diversa. Sin duda, se trata de un cuestionamiento que abre la puerta a la idea de la envergadura de la película como legado. También, de su estructura como base de un cierto tipo de cine polémico, audaz, provocador e incómodo que ahora mismo, resulta difícil de encontrar. En una época de ruptura estilística y argumental, La Naranja Mecánica superó todos los límites. Los llevó a otro extremo y convirtió el cine contemporáneo en algo extraño y poderoso.

Todo, de la mano de un Stanley Kubrick obsesionado con contar una historia retorcida con un raro virtuosismo. Además, de un libro que creó un universo propio basado en la violencia. No obstante, La Naranja Mecánica es más que una pieza escandalosa. Es una reflexión sobre la libertad de los individuos, su poder para volverse peligrosa y lo turbio de lo brutal de la naturaleza humana. Plagada palizas, conversaciones retorcidas, violencia sexual y críticas a la hipocresía cultural, La Naranja Mecánica no es fácil de digerir.

No lo fue en su estreno en 1971, cuando aterrorizó y cautivó a partes iguales a una audiencia que no supo bien como encajar el impacto. ¿Qué intentaba mostrar Kubrick con escenas aterradoras en las que podía escucharse a Beethoven como un contexto sofisticado?; ¿qué narraba una película en la que una violación se convertía en un acto simbólico y la tortura en una forma de bien común?

Kubrick tomó lo mejor del libro de Burgess y elaboró algo nuevo. No sólo rompió el paradigma de la violencia que se castiga por inadecuada. También, creó un tipo de villano-antihéroe depravado que removió las bases de ciertas ideas del cine, todavía sujetas por la censura. Kubrick experimentó, golpeó con fuerzas las bases de la moralidad de la época y sostuvo una historia impecable cuya huella está en todas partes.

Lo está, en la transgresión absoluta y temeraria de Trainspotting de Danny Boyle. En la subversión brutal y misteriosa de El club de la pelea de David Fincher. Lo está, en el baile frenético y enloquecido del Joker de Todd Phillips. Cada nueva generación de cineastas y creadores, parece haber tomado algo del carácter subversivo, siniestro y bien construido de La Naranja Mecánica. Pero más que eso, la película abrió a canal la industria del cine, enquistada en en el dilema de lo venial, lo absurdo y lo autoral. Kubrick tuvo el valor de reconstruir cada concepto y adjudicar un valor nuevo y transgresor a cada uno de ellos.

Nada sería igual después de Alex Delarge (Malcolm McDowell), el antecedente inmediato de la enfurecida y oscura locura del Jack Torrance de Jack Nicholson. De la crueldad retorcida y sofisticada del Pat Bateman de Christian Bale. Incluso, un eco renovado del miedo convertido en fatal condición del desastre que Anthony Perkins encarnó en Psycho. Al final, el personaje de McDowell convirtió el mal en un atributo fatal y necesario. En un recorrido siniestro por la oscuridad de los hombres.

La Naranja Mecánica y una nueva época para la violencia 

Durante décadas, los críticos han insistido que la visión de Kubrick de la violencia (limpia, artística y sofisticada) la hace menos dura. Pero es justo esa deshumanización (el hecho de observar con un aparente burlón placer), lo que hace a La Naranja Mecánica más implacable. Una especie de efecto reflejo que hace al espectador preguntarse por su capacidad para reflexionar sobre la violencia. ¿Por qué incluso con todo su brutal discurso, La Naranja Mecánica sigue pareciendo pertinente, inteligente y comprensible?

No hay una respuesta sencilla para eso. De hecho, Kubrick ideó a La Naranja Mecánica como una caja de resonancia. El guion no emite opiniones, tampoco juicios morales. Solo muestra y con una atención inquietante, la forma en que la crueldad puede expresarse en cientos de dimensiones distintas. De hecho, la novela tiene un discurso idéntico y por ese motivo, le llevó tanto esfuerzo a Burguess vender los derechos. La posibilidad de la adaptación pasó por varias productoras y estudios. E incluso, hubo una propuesta para dirigir la versión cinematográfica para Ken Russell, protagonizada por Mick Jagger.

La mera idea que una de los grupos de rock más transgresores de la época en combinación con una novela inquietante, provocó un debate. Uno tan sostenido que escandalizó a la Junta Británica de Certificación de Películas. Al final, el proyecto fracasó y Burguess se encontró de nuevo en el desagradable limbo de los proyectos inacabados. Hasta que finalmente, Kubrick se interesó en el proyecto.

La generación de La Naranja Mecánica 

El guionista Terry Southern, hizo llegar a Kubrick la novela de Burgess y agregó una nota “Te gustará”. Pero el director, obsesionado con su inacabado proyecto sobre Napoleón ignoró la sugerencia. No obstante, su esposa terminó por leer el libro y se asombró por lo que llamaría “su espíritu destructor”. Poco después, Kubrick también terminaría por obsesionarse con el libro. Y para cuando comenzó a escribir el guion, se esforzó por plasmar su singular “poder para la confrontación”.

La historia pasó por varias reescrituras. Desde la eliminación de escenas ultraviolentas que Kubrick sabía no podría plasmar en pantalla sin el acecho de la censura, hasta la edad de Alex. Poco a poco, el proyecto tomó forma y Kubrick encontró una forma de reconstruir el durísimo lenguaje literario de la novela en una versión análoga. Para cuando escribió la escena final, incluso ya Alex tenía un rostro. Malcolm McDowell fue la primera y única opción del director para el personaje. El actor aceptó encantado e incluso contribuyó a la terrorífica e icónica imagen de Alex Delarge en pantalla.

Y aunque después sería conocido por sus rigurosos y duros rodajes, el de La Naranja Mecánica fue extrañamente corto. Comenzó en septiembre de 1970 y culminó en abril de 1971. Poco después diría que había una energía “maníaca y perturbadora” que permitió a la película “tomar vida propia”.

Los hijos de La Naranja Mecánica 

A cincuenta años de su estreno, La Naranja Mecánica continúa siendo incómoda, brillante, dura, complicada en cada uno de sus puntos. Prohibida en Inglaterra hasta 1999, en Brasil hasta 1978, en Sudáfrica hasta 1984 y en Irlanda hasta el 2000 se convirtió en un mito turbio. También, en una ejemplar mirada al cine como herramienta subversiva e intelectualmente relevante.

¿Podría La Naranja Mecánica estrenarse en nuestra época?; la pregunta continúa sin respuesta. O más bien, la respuesta es tan incómoda como para que brindar una nueva dimensión a su importancia.

 


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