El miércoles 22 de julio, en deplorable conchupancia entre una plutocracia parasitaria, siempre arrimada a quienes cortan el bacalao y arropada con la cobija de los subsidios, el cambio diferencial y otras prerrogativas impropias de una economía de mercado, y un gobierno ilegítimo, empoderado gracias a la genuflexión de instituciones claudicantes en resguardo de privilegios grupales y no de los intereses nacionales, se instaló la LXXVII asamblea de la Federación Venezolana de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción (Fedecámaras). No se trató de la convención de un partido político, cierto, y quizá resulte cuesta arriba esperar de ese foro un pronunciamiento categórico y estremecedor en torno a la crisis nacional, en concordancia con la cacareada responsabilidad social de la empresa privada. «Es importante que la sociedad civil sea también protagonista de la crisis actual», les recordó el Vaticano a los asambleístas en misiva de Prieto Parolin, canciller del Estado pontificio; pero… no pueden pedírseles peras al olmo.

En el acto de apertura, semivirtual, con muchos asientos vacíos y un tufillo a expiación por el ya casi olvidado carmonazo, tuvo estelar figuración la vicenico, quien, entre otras memeces, afirmó: «Nos asiste la verdad histórica», palabras evidentemente inspiradas en la frase más conocida y difundida del alegato de Fidel Castro en su autodefensa cuando fue procesado por el asalto al cuartel Moncada —«La historia me absolverá»—, y propias de la alienación del funcionariado chavista al discurso de los titiriteros cubanos.

La Rodríguez acababa de regresar de un viaje relámpago a La Habana. Acompañada del embajador Adán Chávez Frías, manifestó el solidario y automático apoyo del régimen madurista al gobierno de Díaz-Canel, ante las alarmantes protestas contra la sexagenaria satrapía antillana —en fotografía del Gramma se la ve enmascarillada y calzada de zapatos color rubí a juego con su falda (¿y labios carmesíes?), reunida con el primer ministro Manuel Marrero Cruz y otros burócratas de alto octanaje—; de allí, conjeturo, el swing fidelista de su arenga. Para el exultante Ricardo Cusanno, ¡ojo!, no gusano, presidente saliente de la patronal, fue «histórica», así lo destacó la prensa digital, «la presencia de Delcy Rodríguez en la septuagésima séptima asamblea anual» …o anal, tal se estilaba decir en épocas remotas, confundiendo el culo con las témporas. Coincidieron el adulador y la adulada en sus alusiones a la historia, intentando aderezar con una pizca de fatua trascendencia sus soflamas y la coyuntural convergencia de ambiciones y aspiraciones contrapuestas.

Sin la belleza atribuida por Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, al «encuentro fortuito, en una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas», pero sí con la patética ineficacia de dos mochos juntados para rascarse, la entente circunstancial de voluntades excluyentes no constituye un enganche a aquella  tercera vía tan del gusto del Chávez inicial —sin masticar y menos digerir lo de tanto mercado como sea posible y tanto estado como sea necesario, máxima príncipe del modelo económico más exitoso de todos los tiempos, la economía social del mercado—,  sino un S. O. S. del gobierno de facto a quienes saben de finanzas y producción —música para los oídos de apostadores de apetitos diversos—, apremiante e inevitable en virtud de la ineptitud gerencial del primero, los brazos cruzados de los segundos y las agallas de aventureros engolosinados con las oportunidades derivadas de la incompetencia roja. Como ya apuntamos, adulada y adulador echaron mano de la historia a objeto de justificar sus escarceos conciliatorios. Nosotros también lo haremos. En otra dirección y con diferente sentido, pues estamos en julio, mes con nombre de dictador (vainas del azar), y de regocijo para el chauvinismo tricolor, fomentado por el afán chavomadurista en mistificar hechos pretéritos y sustanciar con apócrifa heroicidad el expediente de felonías del socialismo del siglo XXI.

«The future is not what it used to be» —El futuro no es lo que solía ser— es la frase atribuida indistintamente a personajes tan disímiles como Yogi Berra, Robert Graves, Paul Valery o Laura Riding. No falta quien la repute anónima y probablemente ninguno de los nombres citados corresponda al verdadero autor. Siempre la creí salida del magín y la pluma de Arthur Clark, escritor de ciencia ficción y guionista de 2001, odisea del espacio, para quien, un buen día, la ciencia llegaría a eclipsar cualquier fantasía imaginable por el hombre. No me propongo dilucidar la autoría del aforismo, sino, parafrasearlo —el pasado no es como antes— y traer a colación el escamoteo de la realidad con el propósito deliberado de urdir una épica del líder, en función de una determinada concepción del mundo, como han hecho y continúan haciendo los exégetas y hagiógrafos de Chávez.

La manipulación indebida del pasado y su ideologización con fines doctrinarios (lavado de cerebro, especialmente el de niños y adolescentes) son rasgos característicos del totalitarismo y fue práctica rutinaria en la Italia fascista, la Alemania nazi y la Rusia comunista. La historia de Venezuela se ha incivilizado y militarizado en extremo y, en consecuencia, el procerato es exclusivamente guerrero. No difiere la weltanschauung chavista de la perezjimenista.  El tachirense encargó a Luis Malaussena el diseño del Paseo Los Próceres —el copódromo lo llamábamos en la Facultad de Arquitectura— y sobre dos monolitos de mármol negro se erigieron las estatuas de los 11 generales en jefe del ejército libertador; el barinés abrumó con una diagramación a base de los rostros de paladines de uniforme las páginas del pasaporte vinotinto. En el evangelio según san Hugo, un civil no vale medio de mierda y, con las excepciones reglamentarias —Luisa Cáceres, Simón Rodríguez—, es comparsa o personaje secundario de la tragedia o comedia bélica. Por eso, los civiles al servicio del modo de dominación nicochavista lucen chaquetas y gorras tricolor o se disfrazan con trajes de camuflaje, como hace a menudo Nicolás el obrero. Y no puede ser de otra manera, menos en estos días cuando hay razones y fechas para ebriedad patriotera.

Ayer, sábado 24, se conmemoró la natividad del Libertador, suprema deidad de un sincrético culto mágico religioso, cuyo profeta y sumo sacerdote fue el comandante galáctico, paracaidista con licencia para jurungar su osamenta; también se rememoró a otro dictador,  Juan Vicente Gómez, pacificador de esta tierra de gracia, montonera, y generales de hacienda, y fundador de la fuerza aérea venezolana; y, por si fuese poco, se cumplieron 198 años de la batalla naval del lago de Maracaibo, enfrentamiento final de la larga guerra de emancipación, donde José Prudencio Padilla, almirante pardo de origen colombiano, al mando de una flotilla de goletas y bergantines saboreó la gloria, mas no lo suficiente porque, en 1828, fue enjuiciado sumariamente y ejecutado en Bogotá, «siguiendo instrucciones de Bolívar y oficiando de juez el general Rafael Urdaneta, quien lo sentenció bajo cargos de conspiración y tracción» —de nuevo Saturno devorando a su hijos—. En atención a estas efemérides, el Ejército, la Aviación y la Armada estuvieron de plácemes y juerga, y la oficialidad superior debió navegar en un mar de güisqui y marchar a paso de vencedores con voladoras antológicas.

Hoy, domingo 25, Caracas cumple 454 años de fundada. El bonche será discreto: la hispanofobia del comandante có(s)mico puso coto a festivas evocaciones de la Conquista y la Colonia, y los ediles pesuvecos están loquitos por borrar de los libros de enseñanza el nombre de Diego de Losada y el toponímico Santiago de León; ansían, asimismo, revolucionar la heráldica y diseñar un nuevo blasón capitalino. Afortunadamente Chávez no era caraqueño; de lo contrario, ya su panóptica mirada ocuparía, sobre esmalte sanguíneo, la totalidad del escudo capitalino —falta de exceso del sentido del ridículo, opinaría Cantinflas—. También hoy, recuerdan los orientales a Santiago Mariño, general en jefe margariteño, defensor a ultranza del fuero militar, cabecilla de la «revolución de las reformas» y del golpe de Estado —carujada o carajada— perpetrado contra José María Vargas. Los golpistas en el poder brindarán por él in memoriam. ¡Ah!, y no se nos olvide: tal día como hoy, en 1812, capituló en San Mateo el generalísimo Francisco de Miranda y feneció la república parida el 5 de julio de 1811 en un congreso constituyente predominantemente civil. Como debe ser. ¿Y mañana? ¡Ay, mañana!

Mañana lunes 26 de julio, Maduro, Padrino & Co.  celebrarán con la metrópoli habanera los 68 años de la mencionada y frustrada toma del cuartel Moncada. Durante mucho tiempo ese día fue la única fiesta nacional de Cuba, y la intentona es considerada embrión de la revolución. Se oficiarán en el patio rituales de santería a la manera del comandante muerto (el de aquí, no el cubiche) quien, si mal no recuerdo, fue el primero en pronunciarse acerca de una posible unión entre las patrias de Bolívar y Martí. Una suerte de anschluss para proporcionar espacio vital al caimán barbudo (lebensraum). Y, como buenos y dóciles vasallos, los usurpadores beberán mojitos, cantarán “Guantanamera” y bailarán danzones. En este punto debería escribir ¡basta!, y poner punto final a la descarga; empero, no puedo hacerlo sin hacer mención del próximo miércoles 28 de julio y el sexagésimo séptimo aniversario del nacimiento de quien es tenido en el imaginario de la involución bonita como el redentor y segundo libertador de nuestro pobre país rico, petrolero y endeudado; es decir, del responsable de todos los males padecidos por el sufrido pueblo venezolano a lo largo de los últimos 22 años. ¿Tuvieron en cuenta esta monumental verdad quienes cursaron las invitaciones al Estado Mayor chavomadurista para participar en la comentada asamblea de Fedecámaras? De haberlo hecho, Jorge Roig, expresidente de la corporación, no hubiese colgado en su cuenta de Twitter este parecer: «El discurso de Delcy Rodríguez en Fedecámaras fue todo lo malo que se podría esperar, pero su aseveración de que los empresarios venezolanos generamos envidia a los empresarios de otros países fue la gota que derramó el vaso. Me consta que lo que generamos es lástima y compasión». Y no va más; estas divagaciones se alargaron en demasía. Asiento un adiós de rigor, pensando en cómo hacer nuestro agosto con el cono sin vírgula.


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