Esta columna vio la luz hace ya tres décadas completas. Muchos conocidos y curiosos durante años me preguntaron la razón para haber seleccionado a Colombia como tema único de mis artículos durante al menos tres lustros. Luego agregué otros tópicos que me permitieran analizar la realidad internacional vista desde nuestro ángulo, pero Colombia nunca dejó de estar.

Ocurre que vivir adosados a Colombia le aporta, hoy al igual que 30 años atrás, una dinámica particular al comportamiento de cada una de las naciones. En parte por la sincronía de hitos históricos que compartíamos desde el nacimiento de cada unidad ambas naciones, pero mucho más por la coincidencia de actitudes, sentires, criterios, costumbres y modos de comportamiento existentes entre las dos sociedades. Son infinitas nuestras concomitancias de significación y muy pocos nuestros desencuentros de calibre. Haber tenido que estar atento a esa realidad de manera anticipada y a lo largo de tanto tiempo, estar obligado a seguirla, a entenderla y a criticarla fue, sin duda, una decisión atinada de este periódico.

Tal cosa, esa especie de conjunción de identidad espontánea e inevitable entre los dos países facilitó el colosal trasvase de colombianos a Venezuela en el siglo pasado. Tal cosa también ha hecho posible que el desesperado éxodo de venezolanos característico de estos años de mal llamada “revolución” haya tenido como principal destino las tierras neogranadinas. Nos parecemos mucho, nos sentimos cómodos donde el vecino, pero hay además no un “no sé qué que es común a las dos nacionalidades” que hace que nos consideremos casi una misma cosa, particularmente cuando nos encontramos en tierras lejanas y ajenas, los unos a otros. Quizá es ello lo que explica que se baila cumbia en nuestros populosos barrios más que ningún otro ritmo.

Tres décadas después de haber escrito las primeras líneas que publicó El Nacional dentro de esta columna “Colombia en Cápsulas” estoy más convencida de que nuestro destino es uno, único y común. Las vicisitudes, lejos de apartarnos, han puesto de relieve esa simbiosis porque la inteligencia colectiva nos ha llevado a entender lo mucho que tenemos que ganar de una binacionalidad bien entendida.

Un fenómeno de esta naturaleza no se ha dado en los últimos cien años en todo nuestro continente.

Cuando soplen mejores vientos y Venezuela retorne a un equilibrio político, al ejercicio de sus libertades y al progreso económico, la interacción con Colombia será más que necesaria, será inevitable. Terminarán los elementos de distorsión que imposibilitan la consecución de una paz estable y duradera del otro lado de la frontera y el binomio adquirirá un peso específico propio. El abordaje de los países como una sola realidad se hará imprescindible.


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