La película Independence Day de Roland Emmerich celebra 25 años de su estreno y de crear un nuevo sentido del blockbuster. Con su versión apoteósica y cursi de la clásica historia Guerra de los Mundos de H.G. Wells, el filme también es un tributo al cine espectáculo. Para bien o para mal, la respuesta de Emmerich a la eterna pregunta si estamos solos en el universo, es cine espectáculo en estado puro. Una versión sobre la ciencia ficción que no pasa de moda, sino que se convierte en un recuerdo entrañable en la cultura popular.

La película Independence Day de Roland Emmerich sorprendió desde sus primeros carteles promocionales. La visión de una descomunal nave extraterrestre flotando sobre varias ciudades del mundo, desconcertó y maravilló a partes iguales.

Aunque no estaba claro cuál era el argumento, lo que sí era evidente es que esta vez, los visitantes del espacio exterior no eran inofensivos. Pero mientras otras tantas películas apostaban al miedo o a la curiosidad por el encuentro alienígena, Emmerich decidió que su película sería una batalla.

Y no uno ideológica, culturalmente relevante ni mucho menos, una búsqueda de respuestas intelectuales. Sería una especie de subversión peculiarmente cursi de los tropos habituales para crear un objetivo: el asombro. Independence Day nació como una celebración a los ideales norteamericanos llevados a una nueva dimensión.

De una forma casi ingenua, el director creó una épica en la que Norteamérica se convertiría en un héroe de acción. Reinventando el clásico de H. G. Wells La Guerra de los Mundos para una generación deslumbrada por lo visual, la película, además, fue una sacudida desde lo obvio.

Emmerich decidió convertir el primer gran encuentro entre lo humano y lo alienígena en una catástrofe. Como si eso no fuera suficiente, basó la efectividad de toda la propuesta en provocar una sensación de asombrado horror. Las primeras imágenes de la película mostraban todos los grandes símbolos de poder estadounidenses devastados, arrasados por algún tipo de fenómeno violento.

Y de hecho, varios de los eslogánes de promoción dejaban claro que el filme mostraría un enfrentamiento descomunal. “Siempre hemos creído que no estábamos solos. El 4 de julio desearíamos haberlo estado”. Pero la premisa, en absoluto original y que después de llegar a la pantalla levantó críticas por nacionalista y ramplona, funcionó.

Con su rudimentario argumento, efectos especiales a gran escala y un desenlace poco menos que absurdo, marcó un hito en el cine de entretenimiento. Emmerich encontró la forma de narrar la conocida historia sobre dos civilizaciones en disputa desde un ángulo atractivo. Fue esa percepción  —lo monstruoso convertido en asombroso— lo que transformó a Independence Day en el blockbuster por excelencia.

Independence Day, la amenaza total sobre un mundo desprevenido

Independence Day no es una gran película. Lo que en realidad sí es, es la decana de todos los argumentos basados en la espectacularidad para crear una mirada exitosa sobre el género de ciencia ficción. Emmerich no tenía pretensiones de crear un panfleto reaccionario, meditar sobre el miedo o incluso, enviar un mensaje sobre lo desconocido. El director solo deseaba mostrar la paranoia moderna sobre el enemigo invencible a una dimensión estruendosa.

Lo logra, además, al mostrar la invasión extraterrestre desde cierta frialdad que resulta violenta. Las naves de Emmerich aparecen sobre las principales ciudades del mundo y el guion, se enfoca en su primera hora, en analizar el miedo. En realidad, fue un recurso inteligente que permitió al director innovar con una batería de efectos especiales integrados al espacio visual de manera poderosa.

Mientras que Steven Spielberg había mostrado un mensaje optimista sobre encuentros alienígenas, Emmerich jugó con la idea de una disaster movie al uso. De hecho, la película juega con la atmósfera de la amenaza desde sus primeros minutos. Las reglas de un evento apocalíptico son las mismas que en los clásicos sobre terremotos e incendios mortales. Emmerich hizo buen uso de ellas y al contrario de gran parte de las películas sobre ataques extraterrestres del cine, las elabora a su favor.

Algo gigantesco, inevitable y potencialmente mortal se avecina. Las naves no desean comunicarse, no hay una sola mirada a los alienígenas. Por si eso no es suficiente, el rudimentario guion se toma el atrevimiento de jugar con la cultura popular. El peligro se hace asfixiante, mientras el mundo observa. Independence Day sabía que no creaba nada nuevo, pero tomó lo conocido y lo llevó a una mirada interesante sobre la paranoia colectiva.

Y el desastre inminente se observa a través de los ojos de sus testigos de excepción. Desde la frialdad deductiva de David Levinson (Jeff Goldblum) sobre el ataque extraterrestre, hasta el símbolo norteamericano encarnado por el Steven Hiller de Will Smith.

La película está estructurada para construir una premisa basada en la tensión. El tiempo corre y Emmerich decidió no ser sutil. El personaje de Goldblum se convierte en la forma en que se comprende el paso del tiempo. Y a medida que lo hace, el filme logró innovar en una idea sutil pero poderosa. Lo inevitable a escala colosal, en medio de un escenario casi apocalíptico.

Al mismo tiempo, los personajes secundarios muestran el pánico doméstico, la sensación claustrofóbica que es imposible escapar. Emmerich jugó bien sus cartas y relativizó la idea del peligro hasta convertirlo en experiencia. En la Casa Blanca, Thomas J. Whitmore (Bill Pullman) interpreta la versión más edulcorada y cliché del buen chico norteamericano, pero también al poder.

Y Emmerich, que intenta además dejar claro que lo que vendrá supera con creces toda arma y estrategia conocida, decide que Estados Unidos será la víctima. Lo hace, al elaborar un minucioso escenario y mostrar punto a punto la forma como el inminente ataque llega en una ola de fuego.

Cuando el reloj en la portátil de David Levinson llega a cero es evidente que la película llegó a su punto más alto. Y para bien o para mal, está a punto de hacer historia.

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Una de las principales críticas a Independence Day es el hecho básico que es una película de una ambición gigantesca con ideas disparatadas. Pero a pesar de eso, Emmerich logró que la mezcla poco probable no solo funcionara, sino que además se sostuviera con habilidad.

Eso, a pesar que el segundo tramo de la película es mucho menos efectivo que el primero. Sin secretos que guardar y la tensión diluida en efectos de primera línea, el argumento avanza al caos. A eso habría que añadir una de las conclusiones más ridículas de la historia de la ciencia ficción. Pero para entonces, el film ya cumplió su cometido.

Con su paisaje de monumentos históricos y simbólicos devastados, ciudades consumidas en cenizas y supervivientes heroicos, Independence Day brilla entonces con gloria fatua. Y es la celebración casi inocente del triunfo improbable del mundo contra la amenaza violenta. Independence Day fue una de las primeras grandes películas de acción en que la diversión es el objetivo. Y aunque hay un trasfondo político indudable, está tan diluido en la simplicidad de su argumento que resulta inofensivo.

Emmerich ha dicho con frecuencia que su película no estaba destinada a aleccionar, sino a “crear un sentido de lo monumental”. Y no se equivocó. Convertida en un fenómeno de marketing (seis días antes de su estreno todo el condado de Los Ángeles estaba lleno de publicidad) fue creada como objeto comercial. Pero más allá de eso, fue la primera película en celebrar de manera impúdica al héroe norteamericano de la cultura popular. El destinado a salvar el mundo en el día más señalado de su calendario patrio.

¿Podría el Imperialismo evidente de Independence Day sobrevivir en la actualidad? Su secuela de 2016 fue un fracaso y demostró que la fórmula estaba gastada. Pero, aun así, la película sobrevive como una reliquia de un tipo de cine impensable en la actualidad. Tal vez su mayor mérito.

 

 


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