Foto Juan Barreto / AFP

«Madre, si me matan, que no vengan los hombres de las sillas negras«.

Andrés Eloy Blanco

Aspirar los olores de la República con nariz sensible, sentir al país como dice el tango, «cuesta abajo en su rodada», pero con esperanzas.

Entender a cabalidad que mientras otros países avanzan hacia el desarrollo, con sociedades más justas sin recurrir a la limosna, nosotros mostramos como huella del desastre un indígena, un indigente o un niño de la calle en cada semáforo, testimonio visible del desgraciado modelo chavista, hoy continuado y agravado por su heredero políticos.

Rechazar el torpe afán de los corruptos, de seguir a troche y moche aferrados al poder, desconociendo olímpicamente que más de 80% de la población no los quiere allí, aposentados en Miraflores.

Asistir entusiasmados a la concentración civil a expresar nuestro más enérgico rechazo al peor gobierno de toda nuestra historia republicana, y a los que se dicen orondos, “herederos y legatarios” de la infamia llamada chavismo, la locura que encarnó aquel milico mediocre y resentido.

Apoyar a los maestros, a los trabajadores de la salud y en general, a toda la masa trabajadora que hoy se encuentra padeciendo padeciendo salarios de hambre y miseria.

Gritar a todo pulmón ¡ya está bueno, se acabó!, que deben respetar el derecho a convocar a elecciones libres y transparentes, pacíficas, legítimas y democráticas, y cambiar a quienes hoy están en el gobierno, en mala hora, ocupando el poder y a sus adláteres. No a la economía que reparte miseria, compra conciencias y esperanzas, nos iguala hacia abajo. Decir no el próximo 23 de enero a esa otra metáfora de la pobreza que es el chavismo.

Porque ya no es posible una cola más por comida y medicinas, por lo más elemental. Que la única que deseamos en lo inmediato es aquella que nos permita salir de esta pesadilla que padecemos y que nunca ha debido posarse en suelo venezolano.

Una preciosa y propicia ocasión civil, civilizada y civilista para decirle no a la maldición que desgobierna y manda en Venezuela, con una pretendida “unión cívico-militar”, sin fundamentación constitucional ni legal alguna, que nos niega las libertades ciudadanas, nos quiere uniformar en un solo pensamiento, gris y triste, como es el ideario comunista, llevándonos al abismo terrible ese de perder el amor por el país, el arraigo, la venezolanidad.

El próximo 23 de enero diré, parafraseando al poeta  Guillermo de León Calles: «Mañana es enero 23”, y por las calles de Santiago de León de Caracas ¡marcharé!

Convencidos de la democracia marcharemos; rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento.

Consciente de aquella, debemos ejercerla, defenderla y sostenerla, conociendo sus ventajas sobre otros sistemas de gobierno. Así, emocionados, moderados y verdaderos dueños de nuestro ímpetu, seremos aptos para evitar que las pasiones se impongan sobre la razón.

No nos arredren durante la jornada civil y pacífica, las amenazas de tantos envalentonados chavistas amparados por la peste, con su lenguaje de matón de barrio, portero de burdel. A pesar de las reiteradas y peligrosas amenazas de los llamados colectivos chavistas, grupete de las ideas explosivas y planes diabólicos de quienes siguen empeñados en destruir a Venezuela, marcharemos el próximo 23 de enero.

No se requiere de mucho talento o filosofía para comprender cuando un hombre es falso o hipócrita, Venezuela, desgraciadamente, ha sabido desenmascarar a muchos de sus líderes, que infieles a sus promesas sólo han vivido su egoísmo.

¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción! Una verdadera lástima que la mediocridad partidista que tanto han criticado haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que adecos, copeyanos y masistas de otros tiempos.

Más serviles y menos independientes, más lacayos y lambucios, además de tristes servidores del militarismo más arbitrario y abusivo que se haya vivido en Venezuela.

Evitemos que sigan llevándonos hasta la más grande de las miserias, haciéndonos perder lo más bello de un pueblo, como es la alegría.

El 23 de enero caminaré sus calles, no me dolerán mis pasos ni a ellas el desgaste en sus aceras, ni mis pies… la misma impronta. ¡Caracas!

 

 


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