Hay escribidores capaces de enfrentarse a una página en blanco con el arrojo de un piloto de Fórmula 1 y, en tiempo récord, redactar una página completa de un periódico standard. Según Adriano González León, Carlos González lo hacía con regularidad y espíritu deportivo en Meridiano, periódico de su propiedad (de Carlos, no de Adriano), y también Rodolfo Terragno en los inicios del Diario de Caracas al mando de Diego Arria. Estoy muy lejos de emular semejantes hazañas: acometo el teclado con dos dedos y no siempre tengo encendido el bombillo. A fin de verle el queso a la tostada, suelo valerme de una frase célebre —una «cita citable», la llamaría la centenaria revista Selecciones del Reader’s  Digest—, la sinopsis de un cuento o de una película y, la más de las veces, tal he dejado constancia en entregas anteriores, de una efeméride: toda fecha es ocasión para evocar  algún evento feliz o una deplorable tragedia, y conmemorar uno de los muchos «días internacionales» dedicados por la Organización de las Naciones Unidas a crear conciencia sobre variados aconteceres, grupos etarios, instituciones (el Día de los Museos fue celebrado el pasado miércoles), y, en general, a  diferentes manifestaciones y expresiones del patrimonio material e inmaterial de la humanidad: el plenilunio de mayo (Vesack budista), los vuelos espaciales tripulados, el Novruz (Año Nuevo persa),  las remesas, la  felicidad y un abultado etcétera.

Mientras definía peso y contenido de la presente travesura, leí sobre el alivio de algunas de las sanciones de Estados Unidos a los regímenes de Cuba y Venezuela, y me sedujo la idea de referirme al impacto de tales concesiones en el reinicio y curso subsiguiente de las negociaciones en suspense, ahora con la vista de los potenciales dialogantes puesta en las elecciones de 2024, ansiadas con inusitada vehemencia  hasta por algunos de sus más intransigentes adversarios, víctimas, conjeturo, del «síndrome de estar quemado», al cual alude la psiquiatra y especialista en neuroinmunología y medicina cuántica Rebeca Jiménez (Al venezolano lo han desmontado emocionalmente. El Nacional, 22/09/2021). María Corina, como siempre, dijo ¡no!, y Felipe González, a su modo, la avala: «Uno no puede negociar con la violación sistemática de derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad». La merced de Biden apunta a serenar ánimos y aplacar arrogancias, generando un ambiente propicio al contraste de posturas y al logro de acuerdos orientados a solucionar la crisis de gobernanza y el clima de intolerancia imperantes en el país. Ello, alegan opositores contumaces, comporta un tácito reconocimiento del mandato madurista. Acaso sea cierto, pero vamos a dejarnos de pendejadas: quien corta el bacalao en palacio y es tenido como comandante en jefe de la fuerza armada nacional es el bigotón —¡no, las minúsculas no son un error!—. Juan Guaidó, a quien es de justicia reconocer su proyección internacional y su tenacidad, es arte y parte del rifirrafe a ventilarse nuevamente en México y debe necesariamente estar representado en esa conversa, cuya continuidad está en veremos, dado el empeño del loquero Rodríguez en exigir, en nombre de su jefe, la presencia en ella de Alex Saab, condición imposible de satisfacer porque ese sujeto es reo de la justicia norteamericana.

Cuando esto escribo  —jueves 18— se cumplen 28 años del encarcelamiento de Carlos Andrés Pérez, acusado de malversación de fondos públicos, mediante una abominable sentencia inducida por la acusación vindicativa de un fiscal rencoroso y el influjo de los denominados  «notables» —tal vez porque se hacían notar a diario en los medios de comunicación, sustitutos a su entender de los partidos políticos—, un avispado  grupete de ordeñadores de las ubres estatales, auténticos parásitos de una democracia defectuosa, aunque perfectible, sepultada por ellos mismos con el  ejercicio interesado de la antipolítica. La fecha es aciaga y digna quizás del adjetivo infame, como el 4 de febrero o el 27 de noviembre; empero, de aquí en adelante volcaremos nuestra atención al 22 de mayo, cuando se recuerdan la fundación, en 1764, de Santo Tomás de la Nueva Guayana de la Angostura del Orinoco, hoy Ciudad Bolívar; y, en 1863, la firma de Tratado de Coche, poniendo fin a la Guerra Federal. Mas, en favor de estas líneas, viene a cuento al remembrar lo acaecido en la Universidad Central de Venezuela, un 22 de mayo, pero del año 1969 y no domingo, sino jueves.

Al día antedicho había transcurrido un año del fallido intento de la juventud francesa de asaltar el cielo e instaurar la imaginación en el poder; sí, hacía un año de la revuelta del Mayo francés de 1968, cuando multitudinarias manifestaciones estudiantiles con adhesión de los trabajadores pusieron en jaque a la V República de Charles de Gaulle y sacudieron las buenas conciencias de la bien pensante sociedad burguesa; un año, sí, pero las imaginativas consignas de los jóvenes parisinos —¡Prohibido prohibir!, ¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!— insuflaron en nuestras universidades un gran aliento al movimiento de renovación académica. Recuerdo muy bien aquellas jornadas de acalorados debates e irracionales tomas, cual la de la Dirección de Cultura, pues acababa de entregar mi tesis y, aguardando el acto de graduación —esperé dos años para recibir el título en un acto deleznable bajo la rectoría espuria del ingeniero Oswaldo de Sola, en la torre Lincoln de Sabana Grande—, colaboraba con Jacobo Borges en la producción y dirección de cortos cinematográficos de agitación y propaganda —Cine Urgente llamábamos al colectivo integrado por Pedro Laya, Emilio Ramos, Josefina Jordán, Jacobo y yo—. Con cámaras de 16 milímetros y grabadoras al hombro nos encontrábamos en la Ciudad Universitaria al momento de producirse una violenta trifulca: militantes de la juventud copeyana,  envalentonados con el triunfo de Caldera en las elecciones de diciembre del año anterior, organizaron, para consternación del chichero, una marcha hasta el emblemático reloj de la Universidad Central de Venezuela, «en defensa de la pacificación» y, aunque el rector Jesús María Bianco se opuso, los verdes en sus trece porfiaron en llegar hasta donde se habían propuesto; sin embargo, activistas de la ultrazurda y zarrapastrosos pobladores de la Tierra de Nadie, hoy enchufados de alto coturno, decidieron detenerles. El presidente de la FCU, Alexis Adams (†) procuró poner orden en el despelote, a fin de evitar una reyerta de impredecibles consecuencias, pero fue herido gravemente de un balazo en el hígado. Se acusó sin pruebas a Gustavo Tarre Briceño, pero este pudo demostrar su inocencia y al día de hoy la identidad del gatillo alegre sigue siendo una incógnita. Nosotros logramos rodar un buen pietaje de lo acaecido, incluyendo una toma de Alexis al caer por efectos del disparo. Con ese material conseguimos editar un documental (un tanto sesgado ideológicamente) de 40 minutos de duración. En él, lo ocurrido en el campus de la Central es parte de la cadena de percepciones de un individuo pegado a una radio portátil. Cuñas y noticias eran el fundamento de la banda sonora. Y se llamó, lógicamente, 22 de mayo.

El 31 de octubre de 1969, 5 meses y algunos días más tarde de los sucesos narrados, se dio inicio a la «operación Canguro». Por órdenes del presidente Rafael Caldera, 23 tanques de combate, 100 vehículos de usos varios y unos 3.000 efectivos policiales y militares comandados por el general Homero Leal Torres, ingresaron a la Ciudad Universitaria de Caracas y causaron destrozos en el Rectorado, laboratorios, bibliotecas, escuelas, facultades y residencias estudiantiles con saldo de no se sabe con exactitud cuántos muertos, heridos, detenidos y desaparecidos. Se trató del «allanamiento más desproporcionado y brutal de los realizados a la UCV». Caldera, profesor en la Facultad de Derecho de la casa de estudios por él ultrajada, defenestró al rector Jesús María Bianco y reformó a placer la Ley de Universidades, a fin de darle un barniz de legalidad a su política antiautonómica —le hubiese gustado una legión de bachilleres disciplinados al modo de seminaristas y cadetes—. Estas acciones fueron secuela de aquel 22 de mayo de 1969 aquí reseñado. Constituyeron una de las muchas manchas de la democracia, y apuntalaron las incumplidas promesas y el demagógico discurso de Hugo Chávez.

Bertrand Russell era tan jodedor como filósofo.  Sustento esta falta de respeto en un alegato suyo según el cual «No hay ninguna imposibilidad lógica en la idea de que el mundo haya aparecido hace cinco minutos, exactamente como está y con una población que ‘recuerde’ un pasado completamente irreal». Pues bien, con base en esa hipótesis lo contado por mí pudo no haber sucedido y ser mero producto de mi imaginación; de igual manera el chavismo y su cola de pajamaduristas serían apenas fugaces alucinaciones; pero, infortunadamente, la tierra de cinco minutos del sabio británico no pasa de ser un «argumento escéptico». La realidad es otra. Alexis Adam fue herido un 22 de mayo hace 53 años, Caldera intervino la UCV y, el 13 de febrero de 1994, le facilitó a Chávez el ascenso a las alturas del poder. Gracias a una indulgencia derivada del rencor o de la envidia, llevamos 23 años aguantando los abusos de una panda de facinerosos, destructora de instituciones, pervertidora de  leyes y confiscadora del espacio y el tiempo ciudadanos con un par de claros objetivos: lucrarse y gobernar per sæcula sæculorum. Y mañana, 23 de mayo, Día Mundial de las Tortugas, inicia su andadura la nueva estructura de la Plataforma Unitaria. Ojalá no lo haga al ritmo de los quelonios.


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