La semana pasada vimos una vez más a un Nicolás Maduro bien envalentonado, jugando con el tiempo, cual gato que manipula tranquilamente con sus garras al pobre ratón, antes de decidir su trágico destino. Es una lección muy bien aprendida de su difunto mentor, quien, ante los micrófonos y cámaras de televisión, mostraba siempre la serenidad de alguien que no tiene ninguna prisa. Pensar que en aquel remoto 2013, cuando Maduro le robó a Capriles la elección que este no supo cobrar, nadie le daba más de seis meses de gestión.

Y no es para menos. Luego de la sepultura oficial del quimérico referéndum revocatorio presidencial, la paz y el sosiego parecen haberse instalado en los predios del Palacio de Miraflores.

Que si en 2025 o 2026, Maduro fingía, en tono de burla, durante un acto de inauguración de la plaza Rebelión Antiimperialista, no estar seguro del próximo evento electoral, para luego corregirse “misericordiosamente” al día siguiente, y al menos anunciar que, efectivamente, las próximas elecciones presidenciales se llevarían a cabo en 2024; pero, eso sí, que nadie se engañara, porque la paliza que le daría su partido a la derecha golpista sería fulminante; palabras más, palabras menos.

Tiempo es lo que le sobra al régimen para maquinar qué nuevas artimañas y trampas empleará para esa fecha que luce a años luz de nuestro trágico presente.

Por ahora, es de suponer que, solo como plan B, el gobierno de facto irá haciendo todo lo posible por imponer falsas percepciones sobre supuestas mejoras en el desenvolvimiento económico y programas de asistencia social, así como aquellas vinculadas al fomento de la imagen de un Estado que intentará, falsamente y con el descaro acostumbrado, decirle al juez Khan de la Corte Penal Internacional que ahora sí se respetan los derechos humanos en Venezuela, y otros periquitos más.

No es por azar que el infausto Diosdado Cabello haya estado dictando recientemente una especie de cátedra ética del partido, a propósito de la captura hace poco de la alcaldesa chavista del municipio José María Semprúm (Zulia), Keyrineth Fernández, y de los diputados Tania González y Luis Viloria Chirinos,por delitos vinculados al narcotráfico, así como de la detención del alcalde del municipio independencia (estado Anzoátegui), Carlos Rafael Vidal; el comandante de la Guardia Nacional Bolivariana, José Antonio Barrios y el fiscal superior del estado Bolívar, Manuel Gil Da Silva, acusados de ser los líderes de una red de delincuencia organizada, dedicada al contrabando y venta ilegal de gasolina. “Operación Mano de Hierro” la han hecho llamar, un poco en la onda de las aventuras de Superbigote.

Si, a todos nos pareció un chiste escuchar al cínico vicepresidente del PSUV decir que “ser corrupto no es ser revolucionario, ser corrupto no es ser chavista”, pidiendo en nombre de sus representados que se “aplique el peso de la ley (…) caiga quien caiga” a quienes, utilizando su cargo político o militancia del partido, sean sorprendidos cometiendo delitos.

2024 está muy lejos, pero a la oposición democrática, esa que sigue careciendo de una estructura unitaria y una hoja de ruta clara tan necesarias, parece no quedarle más remedio que montarse inmóvil en esa escalera mecánica que la ha de llevar, una vez más, a otra de las tantas trampas políticas del régimen.

Las trampas las pongo yo

Y es que, en medio de esa desarticulación y confusión siempre presentes en las filas de la oposición, vimos la semana pasada, apareciendo de la nada, al jefe negociador de la plataforma unitaria, Gerardo Blyde, anunciando la conformación de un grupo de países de amigos que sería coordinado conjuntamente entre las Naciones Unidas y el Vaticano, y que tendría como función ser garante del proceso de negociaciones en México.

Uno supone que este anuncio ha sido de alguna manera el resultado de aproximaciones previas con el régimen, aunque a juzgar por las declaraciones del mismo Blyde, no pareciera ser el caso. Lo que sí quedó claro es que la idea sería conformar un grupo de amigos de máximo 10 países, asumiendo que 5 de ellos serían aliados políticos del régimen y los otros 5 afines a la oposición democrática representada por Juan Guaidó. Hasta ahora el proceso de negociaciones ha contado con la participación de Rusia y Países Bajos, como partes acompañantes, junto a la mediación de Noruega y apoyo del gobierno de México ofreciendo su país como sede.

La propuesta del señor Blyde plantea ciertas interrogantes. Una de ellas tiene que ver con la posibilidad de que el gobierno de Estados Unidos se involucre en las negociaciones como parte de ese grupo de países garantes, un poco en la lógica del apoyo que ha mostrado recientemente a la necesidad de un entendimiento entre las partes, pero que inmediatamente choca con la segura negativa de la dictadura madurista, a pesar de que ya el imperio ruso tiene un puesto como acompañante del proceso.

Si bien en el memorando de entendimiento firmado como base para las negociaciones, ambas partes convienen, entre otros aspectos claves, su disposición a acordar las condiciones necesarias para celebrar elecciones en Venezuela “con todas las garantías” y el levantamiento progresivo de las sanciones internacionales contra el gobierno de facto, resulta claro que para este último no sería de ninguna utilidad volver a la mesa de negociaciones, sobre todo en momentos de un largo receso electoral que se abre de aquí a 2024.

La conformación de un grupo de amigos para el proceso de negociaciones en México pudiera significar al régimen mayor presión para el establecimiento de condiciones óptimas para los comicios presidenciales de 2024, pautados en el calendario del mismo Consejo Nacional Electoral controlado por el oficialismo. Un anzuelo que muy difícilmente morderían las fauces de Nicolás y sus huestes.

El tiempo dirá si la razón de mayor peso que motivó al régimen a participar en las primeras rondas de negociaciones estuvo ligada a su objetivo de liberar, a como diera lugar, al testaferro de Nicolás Maduro, hoy día en manos de la justicia estadounidense.

De momento, el gobierno de facto lo tiene muy claro: desde una posición de mayor fortaleza seguirá cumpliendo con su hoja de ruta ya trazada, que no es otra que la de seguir ganando tiempo, profundizar en el desgaste de la oposición y, muy seguramente, llegado el año 2024, aplicar las mismas artimañas que tan buenos resultados dieron a Daniel Ortega en Nicaragua, es decir, eliminar cualquier vestigio de oposición y asegurar los resultados esperados. Este es el plan A de la dictadura.

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