En la historia de las naciones y de los pueblos suceden ocasionalmente hechos que cambian el curso de los acontecimientos, como si un alud de rocas cayera sobre el lecho de un río y desviara su corriente por otro lado. A este tipo de incidentes se les denomina puntos de inflexión. La elección primaria de la oposición, realizada el 22 de octubre del año pasado, es un evento de esta naturaleza y está produciendo cambios en el proceso político venezolano.

Hasta octubre de 2023 el régimen de Nicolás Maduro parecía inamovible. La oposición venezolana, que era mayoría desde hace una década y hoy es la inmensa mayoría de la nación, estaba fragmentada, desorientada, sin liderazgo, postrada por una larga lucha estéril y carecía del ímpetu necesario para levantarse. En tales condiciones era imposible enfrentar con éxito la contienda electoral presidencial del año 2024, en la que Maduro pretende por todos los medios y sin ningún respeto por el pueblo venezolano mantenerse en el poder por seis años más.

La elección primaria, realizada en condiciones muy adversas, cambió esa situación. De ella surgió el liderazgo de María Corina Machado con un apoyo popular que nadie imaginaba. Obtuvo 92% de los votos emitidos por los 2,5 millones de venezolanos que, pese a todo, acudieron a las mesas de votación. A partir de entonces MCM ha sido objeto de un feroz acoso por parte del régimen madurista que terminó inhabilitándola, violando la Constitución y el orden jurídico venezolano, para participar en el proceso electoral presidencial del año en curso. Con ese atropello se ha incrementado enormemente el apoyo popular y el respaldo internacional de la candidata MCM, quien en los actuales momentos supera con creces la fuerza política y electoral que tuvo Hugo Chávez en su mejor época.

Nicolás Maduro, que detenta un poder ilegítimo desde 2018, está empeñado demencialmente en prolongar su mandato más allá del 2024 con fines totalmente opuestos al interés nacional. Está más agresivo que nunca, desafiando a todo el mundo, a los Estados Unidos de América, a la Unión Europea, a los partidos políticos de oposición y al pueblo venezolano, que lo adversa y repudia. Está pateando los acuerdos firmados por su gobierno con la oposición en la isla de Barbados el 17 de octubre del año pasado con la mediación del reino de Noruega. Maduro desafía a Venezuela y a las naciones democráticas del mundo occidental al que Venezuela pertenece geográfica, histórica y culturalmente.

La gran pregunta en los actuales momentos es la siguiente: ¿será posible que un régimen ineficiente y delincuencial, que ha perdido el apoyo de todos los grupos sociales del país y solo cuenta con la fuerza armada, que ha arruinado a Venezuela en todos los modos posibles, que ha ocasionado el éxodo de más de 7 millones de venezolanos, muchos de los cuales han fallecido en su afán de escapar del desastre, se salga con la suya y siga en el poder mediante abusos, ilegalidades y fraudes de todo tipo?

Sí, un régimen pervertido y de fuerza, como el chavo-madurismo, puede hacerlo. Pero en las circunstancias actuales no le será fácil. Algo de su pelaje, si no de su pellejo, carne y huesos, dejará en el camino. Tendrá que quitarse la careta de falsa legalidad democrática que ha utilizado durante todos estos años de gobierno ilegítimo y mostrar al mundo su verdadera identidad, dejando de lado la dictablanda para asumir la dictadura militar sin tapujos que constituye su verdadera esencia. Pero no llegará muy lejos. Se recrudecerán las sanciones económicas y se profundizará la resistencia interna de todos los sectores democráticos del país. ¿Podría resistir seis años más en esas condiciones?

La experiencia histórica moderna nos enseña que todo exceso político tiene un final penoso a mediano plazo (muy pocos a largo plazo) y éste del chavismo ha traspuesto los límites de la tolerancia nacional desde hace varios años.


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