A los presidentes con tendencias autoritarias no les gusta el sistema de división de poderes y la existencia de otros poderes independientes. Como estrategia, el gobierno de Maduro para avanzar en su ilógica de afianzarse en el poder tiene su Asamblea Nacional como su traje a la medida para legitimar lo inconstitucional; además, este poder que puede ser utilizado para las amenazas políticas germina en un tipo de violencia visible e invisible, muy difícil de ver a simple vista, pues son las propias estructuras psíquicas de las personas las que las hacen frágiles. Nuestro análisis se puede explicar desde un enfoque del daño antropológico, anomia social y secuestro emocional. La sociedad venezolana percibe, interpreta y reacciona ante la amenaza política de diversas formas inducidas por el régimen para frenar el proceso irreversible en su decadencia político-electoral.

Evidentemente, en nuestro país, existe una violencia estratégica, el régimen es supra, amenaza, por encima del derecho y de las leyes, siempre apuntalado en la violencia estratégica. La agresión al adversario ya es práctica gubernamental común: los vejámenes a los dirigentes políticos detenidos en varios estados del país por protestar por una mejor calidad de vida contra el régimen de Maduro, la tortura psicológica a los presos políticos,  las diversas violaciones de los derechos humanos, las continuas amenazas de despido a empleados públicos por sospecha de “infidelidad” electoral hacia el socialismo del siglo XXI, la negación de los CLAP -juegos del hambre- a los que no apoyan el proyecto revolucionario, los bonos del sistema Patria, todo un verdadero chantaje, en otras palabras, es un instrumento que pretende recompensar la lealtad del 18,0% de la población que aún se mantiene estoicamente con Maduro.

Lo que no razona o no quiere razonar Maduro -y es muy grave- es que la mayoría de los venezolanos ya no creen en su discurso y menos que la compleja crisis país es causada por una «guerra económica» apoyada por empresarios apátridas, recibiendo órdenes del imperio norteamericano. En nuestro análisis integral se revela que 77,5% de los entrevistados no cree en la guerra económica y sanciones como un argumento para comprender y soportar la aguda crisis económica y social. Es decir, Maduro inventó una “guerra económica” potenciada por las sanciones que ya parece hasta sospechosa, incluso en su propio capital político.

Desde su llegada a Miraflores en abril de 2013, Maduro ha deslizado su discurso como si Venezuela fuera la Cuba del siglo XXI, divisionista y fabricando eventos ficticios. Lo que sí es una verdad verdadera es que la crisis económica se ha trasformado en algo complejo por sus reconfiguraciones, según los diversos análisis paradigmáticos. Nuestras investigaciones cuantitativas y cualitativas revelan que más 82,0% de los entrevistados no vacilan en señalar que Nicolás debería salir del poder este año a través de cualquier mecanismo constitucional. Haciendo una abstracción de nuestras investigaciones de opinión, las derivaciones hacen llegar a inmediatas conclusiones: Nicolás perdió la calle, la popularidad, de acuerdo con nuestros números, está un poco por encima de 15,1%, es irreversible el desgaste del socialismo del siglo XXI. Se perdió la magia revolucionaria que los atornilló durante 20 años en el poder central. Irrumpió el desamor hacia un proyecto político que ilusionó, pero no concretó los sueños de los que aspiraban a un mejor país. Es casi imposible llegar al final de una gestión con una opinión nacional en contra, sanciones, contradicciones, la injusticia social, la incapacidad de dar respuesta a las diversas situaciones problemáticas como la falta de gasolina, gas y agua… El tiempo se le agotó al socialismo del siglo XXI, sólo queda el delirio de mantener una revolución a la fuerza.

En síntesis, ¿cuál es la realidad de la revolución bolivariana? La unidad chavista está fracturada, existe un divorcio afectivo entre sus jerarcas. El “madurismo” que emerge es perdedor, fracasado y con fama de ineficiente, corrupto y fatigado. Estamos viendo un proyecto revolucionario en decadencia, ya es un proceso del pasado, con un líder preso en su propio laberinto. El año 2024 será el momento de las elecciones presidenciales, año para pensar en reconstrucción del país… devolvamos la democracia a Venezuela.

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