A comienzos de año es costumbre que las personas asuman una actitud reflexiva, se pongan en tono de borrón y cuenta nueva y se den a la tarea de imaginar algunos cambios en su vida, anotándolos en una listica y asumiéndolos como un compromiso: que si voy a adelgazar, aprender un idioma, buscar un nuevo trabajo y cosas por el estilo para que nos sirvan de brújula. Yo, por supuesto, hice la mía, con pocas variantes con respecto a la de comienzos del año anterior, pues hice demagogia conmigo mismo y no honré casi ninguno de mis propósitos. En consecuencia, pareció más útil dedicarme a mirar el país e imaginar cómo podría durante el año 2022 ir saliendo del atolladero que lo abruma desde hace tanto tiempo, que se ha vuelto parte del paisaje de cada quien.

La “Venezuela Invertebrada”                                                                        

A comienzos del siglo pasado Unamuno publicó un libro que dejaba ver sus impresiones sobre España. Me copio el título, España Invertebrada, mas no el diagnóstico, referido a otra sociedad ubicada en un momento histórico muy lejano y por ende muy distinto. Describía allí el filósofo vasco una sociedad “disociada”.

Creo que, guardando las enormes distancias con su texto, la sensación que a uno le deja nuestro país es la de una “Venezuela Invertebrada”, vale decir rota, mal cosida, desarticulada, anómica, así como la fragmentación del poder desde el punto de vista territorial, hecho que lesiona gravemente su condición como nación.

Por otro lado, no es necesario apelar a estudios y estadísticas para enterarnos de la dimensión de nuestros problemas, puesto que la fotografía la tenemos a la mano y nos la sabemos de memoria, además de que es un tatuaje que nos va quedando en la piel. Más allá de la pandemia y de las consecuencias que ha traído consigo a lo largo de casi dos años, las difíciles circunstancias por las que atraviesa hoy en día nuestra sociedad no son, ni de lejos, su principal causa y por tanto no desaparecerán cuando el microscópico patógeno deje a un lado la manía de disfrazarse con una nueva cepa y desaparezca. Lo que sí ha hecho el animalito es ubicar en la vitrina una crisis que no deja un hueso sano en ninguno de los ámbitos de nuestra sociedad, volviéndola intranquila, angustiosa, incierta, acalorada y cuya causa fundamental es un conflicto político que deriva precisamente, del abandono de la política.

Apelar a la política

Escribió el citado Unamuno que lo que define una nación es un proyecto sugestivo de vida en común; los grupos nacionales, añade, «no conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo». En el marco de esta concepción podría decirse que se trata de tener conciencia de un propósito acordado colectivamente y del esfuerzo diario de todos para transitar una ruta que permita alcanzarlo.

En Venezuela soplan vientos adversos para las conversas sosegadas, para las reflexiones sensatas que abran el espacio a la construcción de una convivencia pacífica. La polarización extrema exacerba las diferencias e imposibilita la discusión razonada y de buena fe. Nuestros líderes, con pocas excepciones, piensan desde el obligo de sus intereses. Y desde allí no se puede hablar para proyectar una agenda a partir de la gente, de sus problemas, de sus aspiraciones, de sus derechos y que le dé sentido a su realidad, dentro del marco de la humanización de la política. Hay, pues, que recuperar la palabra, extraviada desde hace demasiado tiempo. El diálogo debiera marcar el temperamento de nuestra sociedad.

La urgente necesidad de acudir a la política se debe, también, a las transformaciones que tejen la época actual, hasta ahora comprensiblemente soslayadas en Venezuela por los apremios que emergen de la cotidianidad nacional. En efecto, el futuro empieza a dejarse ver de la mano de cambios tecnológicos que están transformando radicalmente todos los escenarios de la vida humana, sin que aún contemos con los códigos necesarios para entenderlos y regularlos. En suma, aún no contamos con nuevas maneras para pensar lo nuevo.

El político es un ámbito que hay que repensar y repoblar. La inteligencia artificial, los algoritmos, la robótica y los datos amenazan con despolitizar la política. Algunos textos despuntan la existencia del Ciberleviatán.  De ello hablaré en una próxima ocasión, así como de las importantes iniciativas que se están tomando con el fin de cerrarle el paso.


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