Andrew Caplin y John Leahy, en un enjundioso estudio, analizan las implicaciones del “Wishful thinking” en el mundo contemporáneo, muy especialmente en el área económica (“Wishful Thinking” 2019 https://www.nber.org/system/files/working_papers/w25707/w25707.pdf ). Ellos se abocan a investigar cómo los sesgos observados en la investigación psicológica hacia el pensamiento positivo, entre ellos la ilusión optimista, influye en la economía y concluyen que ese sesgo conlleva a la reducción del ahorro y generar burbujas bursátiles, entre otros efectos. Su premisa es que las personas sombrean sus creencias de manera que los estados deseados sean más probables. Ellos suponen que “que la felicidad actual depende de alguna manera sobre las creencias con respecto a los resultados futuros (Caplin, Andrew and John Leahy, 2001), “Psychological Expected Utility”, Quarterly Journal of Economics 116, 55-79).

Por otro lado, están los  pensamientos negativos automáticos (ANT) que  son los pensamientos que a menudo surgen automáticamente en el cerebro y causan sentimientos desagradables. La rumia de rasgos (“trait rumination”) es una tendencia a centrar la atención en pensamientos y emociones negativos, que se asocia con episodios más prolongados y graves de depresión o ansiedad. Un reciente estudio de la Universidad de Arizona estudia en profundidad esta tendencia psicológica (Raffaelli Q, Mills C, de Stefano NA, et al. “The think aloud paradigm reveals differences in the content, dynamics and conceptual scope of resting state thought in trait brooding”. Sci Rep. 2021;11(1):19362. Published 2021 Sep 30. doi:10.1038/s41598-021-98138-x).  Ellos señalan que: “De acuerdo con nuestro Marco Dinámico Neurocognitivo, la rumia puede considerarse una forma de pensamiento no deliberado guiado por altas restricciones ‘automáticas’ que limitan el alcance conceptual y la dinámica del pensamiento”. Sugieren que los afectos positivos y negativos pueden tener efectos opuestos sobre la flexibilidad cognitiva: el primero desencadena formas de cognición más flexibles y exploratorias y el segundo conduce a formas de cognición más rígidas.

Este 2022 que se inicia presenta a Colombia entre dos dilemas:

1) Ver la situación política del país con “wishful thinking” y pensar exageradamente optimista en que los signos positivos del estado actual (recuperación económica, vacunación satisfactoria, fracaso de la subversión comunista urbana) conllevan a una invalidación total de la estrategia electoral del socialismo del siglo XXI y por lo tanto la negación total de la posibilidad de la implantación de una tiranía comunista en Colombia (“Colombia no es Venezuela”).

2) Ruminar pensamientos negativos, creer en la invencibilidad del farcsantismo, no ver ningún signo positivo en la acción del gobierno de Duque, no creer en la posibilidad de la derrota electoral del socialismo del siglo XXI y por lo tanto la inevitabilidad de la tiranía comunista en Colombia.

Si bien tiendo a ser pesimista respecto al futuro político de Colombia, más por la desidia de los demócratas que por la capacidad de los comunistas, ya que estos si piensan estratégicamente y a largo plazo mientras que el liderazgo demócrata piensa limitada y egoístamente, también considero que no todo está perdido, en primer lugar, porque Colombia ha sido un caso excepcional en la historia latinoamericana, preservando la mayor parte del tiempo la democracia y jamás cayendo en el comunismo. Cuando durante los dos siglos pasados la región era dominada por caudillos autoritarios, Colombia era ejemplo de institucionalidad republicana, cuando muchos países caían en brazos de la demagogia comunista, acá se impuso la racionalidad liberal. Esto me da cierto atisbo de optimismo.

Pero por otro lado, me enloquece ver la irracionalidad del liderazgo colombiano al no ver el peligro del socialismo del siglo XXI, el pensar que esa excepcionalidad histórica inmuniza completamente al país del peligro de la tiranía comunista, el ver al establishment embelesado con Petro (“no es tan peligroso, las instituciones lo contendrán”), el mirar el desparpajo del liderazgo democrático al no unirse en una sola alianza anticomunista, el constatar a los medios haciéndole el juego al farcsantismo.

Pero como regalo de comienzo de año, me voy a permitir ser positivo (sin caer en el “wishful thinking”), plantear la posibilidad de que Colombia no sea el Titanic, y que ante la real e inminente posibilidad del triunfo de la estrategia cubana, implementada por el Foro de Sao Paulo- Grupo de Puebla, el liderazgo democrático se despabilará y se unirá en torno a una candidatura única de derecha para la primera vuelta, solucionando algunos escollos para ello, por ejemplo, ¿qué diablos hace una primaria de los precandidatos del sector evangélico? ¿Hasta cuándo predominará el deseo de ser “cabeza de ratón” de algunos precandidatos del Equipo por Colombia, en vez de aglutinar a todos los precandidatos de la  centro-derecha? ¿Qué espera el empresariado colombiano, para así como financió campañas publicitarias para apoyar el acuerdo de entrega del país a las FARC, no rectifica ahora, y gasta igual o mayor cantidad de dinero alertando al país del peligro del socialismo del siglo XXI? Todavía pienso que hay tiempo para solucionar estos bemoles en el camino de impedir una “Cubalombia” o ¿acaso estoy cayendo en el “wishful thinking”?


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