Acaba de transcurrir la Navidad y siguen llegando salutaciones de temporada, ya no por el correo tradicional como hasta hace pocos años sino ahora aprovechando los medios electrónicos, que nos permiten transmitir tarjetas con vistosos diseños y frases prehechas pregonando buenos deseos y augurios para el 2020 que ya se asoma.

Este columnista a quien le cuesta salirse del esquema mental analítico fijó posición  la semana pasada con unas líneas tituladas “No esperar mucho del 2020” con el resultado de haber desatado múltiples comentarios, por distintas vías, en los que se nos tildaba de “aguafiestas” . A eso respondemos que nuestro enfoque es realista sin que ello signifique abandonar el genuino deseo de que nos esperen días promisorios en Venezuela y en el mundo.

Hace apenas treinta años, con la caída del muro de Berlín y la subsiguiente publicación del muy famoso libro El fin de la historia y el último hombre del profesor norteamericano Francis Fukuyama, muchos nos vimos inclinados a aceptar que en la ya prolongada confrontación entre liberalismo y comunismo era el primero el que había triunfado y como consecuencia el mundo se asomaba a una era de disminución de tensiones y un tránsito mas o menos pacífico hacia el bienestar que proveería la opción liberal/capitalista encarnada fundamentalmente en el modelo norteamericano.

La idea del fin de la historia no era nueva, ya Marx había anunciado un siglo antes que sería el comunismo el que se impondría y dentro de ese esquema se iría forjando una sociedad igualitaria y feliz.

Llevado a nuestro continente hemos visto que este año 2019 que culmina ha sido testigo de acontecimientos –para algunos sorpresivos– que invitan a pensar que varios de los axiomas económico-políticos que creíamos bien implantados han resultado sacudidos hasta los cimientos. Caso Chile, cuyo desarrollo e indicadores económicos sugerían el tránsito hacia una sociedad desarrollada cuando vinimos a darnos cuenta de que aquellos logros a nivel macro no permeaban en forma equitativa a toda la sociedad generando tensiones que con un chispazo adecuado se transformaron en el caos generalizado que han venido reseñando los medios.

Igual Argentina, donde la opción liberal igualmente produjoédisconformidades de tal envergadura que los votantes eligieron el salto al vacío del peronismo en una especie de suicidio político apoyado por amplísimas mayorías.

Ni que decir de la confrontación arancelaria que ocupa nada menos que a Estados Unidos, campeon mundial de la promoción del comercio internacional libre de trabas y que hoy se ve ocupado en la ironía de competir con China en prácticas que desdicen completamente de los postulados fundacionales del liberalismo. Las consecuencias de ese enfrentamiento ya están llevando a sus protagonistas a escenarios de importantes perjuicios en los que surgen algunos beneficiarios mientras otros pasan serias dificultades cuyos ramalazos afectan la economía mundial y –por ende– ponen en peligro la paz.

China ya no crece a tasas interanuales de dos dígitos sino a un “modesto” 6% que, siendo más que envidiable, significa una disminución cuyo monto está afectando la economía mundial y generando tensiones cuyo desenlace puede ser impredecible. Será que en ese escenario el 2020 amanecerá vestido de rosa?

Europa se viene dando cuenta de que los amores con Washington se están enfriando como consecuencia del empeño norteamericano –justificado en nuestra opinión– de que ellos asuman una mayor participación en los costos de su propia defensa financiada en forma desproporcionada hasta ahora por Estados Unidos. Eso no es tontería: los dos bloques más desarrollados y además democráticos del planeta afrontando dificultades que poco bueno auguran.

En Asia, la India y Pakistán, ambos poseedores de armamento nuclear, acaban de atravesar el enésimo episodio de confrontación por el estatus de Cachemira. No es poca cosa si tomamos nota de que allí vive 20% de la humanidad y otro 20% apenas del otro lado del Himalaya en China.

Entretanto las tensiones étnicas y religiosas en el Medio Oriente han subido de volumen de tal manera que hasta algunas monarquías árabes prefieren alinearse con Israel ante el peligro de un Iran militante y nuclear que –con razón o sin ella– se siente acosado por Occidente. No se diga Afganistán, donde ni rusos ni norteamericanos han podido imponer por la fuerza una u otra solución, siendo hoy los extremistas los que protagonizan el juego.

Agregue usted la crisis siria, en la que las alianzas cambian de lealtad según se juegue la mano. Estados Unidos/Rusia/Kurdos/Turquía/Iraq/Yemen en una seguidilla difícil de entender pero fácil de dar ignición a un conflicto de proporción inusitada.

No podríamos dejar sin mencionar a la Rusia de Putin empeñado él en restaurar las influencias y territorios de los Romanoff  con la ventaja de que su falta de escrúpulos le permite jugar sucio sin tener que enfrentarse a “impeachment” ni otros obstáculos ajenos a la cultura rusa.

Por último, quedan los actores no estatales: terrorismo, extremismos de diversos signos tanto islámico como de nacionalismos europeos y subversión latinoamericana,  más –de paso– calentamiento global.

Amigo lector: usted aún cree que el panorama descrito –aun cuando incompleto– da pie para augurar un 2020 venturoso acunado en los villancicos, gaitas y tarjetas de temporada? Así, pues, este columnista despide 2019 y recibe el 2020 con la preocupación que genera percibir que la humanidad, cuando más ha avanzado en todo su trayecto, más cerca se ha venido colocando de su holocausto.


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