En Venezuela llevamos tiempo en el que las condiciones dentro de las que transcurre el país, pareciera que ya no nos espantan. No nos espantan los niveles de pobreza. Tampoco el número creciente de niños que no alcanza a sentarse en un pupitre, ni la cifra de profesores que dejan el aula y se van a hacer quién sabe  qué otra cosa, tampoco la precariedad de nuestro sistema de salud pública, ni la violencia por parte incluso de las autoridades, ni siquiera el hecho de que nuestra economía no produzca nada ni que el Estado de Derecho se haya vuelto un fantasma, incapaz de trazar y hacer cumplir las normas que cuidan la convivencia social y que la corrupción, en sus diversas maneras, se haya vuelto, tal vez, nuestro rasgo más definitorio como país. Todo lo anterior en medio de un escenario político que desde hace unos cuantos años nos tiene metidos en una calle ciega, siendo el factor que más determina las limitaciones de la vida venezolana mencionadas anteriormente y a las que nos acostumbramos, asumiéndolas en formato de normalidad.

No hay, en verdad, cifras oficiales que nos muestren fiel y honestamente cómo marcha el país.  Pero sí hay algunos estudios privados, que nos proporcionan una imagen inaceptable  del país y aún más de la vida diaria de millones, sí de millones, de venezolanos que prueban de manera inequívoca que en nuestra sociedad la existencia es cada vez más dura, cada vez más áspera, cada vez más hostil. Lo peligroso, como lo han dicho diversos analistas, es que estas cosas que concurren suelen tender a convertirse en normales, a no dar motivo alguno para el asombro ni para la arrechera.

Para continuar con el hilo anterior, tampoco en este caso alarma la situación que se encuentran  confrontando las organizaciones sobre las que recae, principalmente, la responsabilidad de llevar a cabo las actividades vinculadas con la educación superior, la ciencia, la tecnología y la innovación, áreas en donde las informaciones gubernamentales dejan igualmente mucho que desear.

Hace apenas dos semanas un equipo de la UCV y de la USB, del que formé parte junto con Hebe Vessuri, Alexis Mercado, Sonsirée Martínez, María Antonia Cervilla e Isabelle Sánchez, finalizó un estudio sobre este tema, el cual fue apoyado por el International Development Research Center y el Global Development Centre. También en este ámbito se constató una muy precaria e incierta situación, puesta en evidencia en el otorgamiento de presupuestos vergonzosamente deficitarios, causa de primer orden en el inadecuado funcionamiento docente de las universidades, la inoperancia o destrucción de laboratorios –inclusive como resultado de acciones vandálicas–, la disminución notable de profesores y alumnos y un sinfín de calamidades a la que desde luego se añade la diáspora de un número importante de profesionales esparcidos  por medio mundo.

Ocurre todo esto mientras a comienzos de este siglo XXI están ocurriendo cambios radicales que actualizan la formación de profesionales e investigadores, a fin de hacerlos capaces de encarar con suficiencia los problemas y oportunidades que vienen asomando desde la Cuarta Revolución Industrial, dejando su huella en todos los ámbitos por donde acontece la vida humana.

Todas estas cortas reflexiones vienen al caso porque el pasado miércoles se celebró el Dia del Ingeniero, declarado hace más de un siglo, cuando se fundó el colegio correspondiente. Un gremio que ha tenido gran importancia en el desarrollo del país, hoy venida a menos, entre otras muchas razones, por el deterioro brevemente descrito en la líneas anteriores, que ha ocasionado, entre sus múltiples efectos, el hecho de que ¡200.000! de sus profesionales se fueran del país y estén trabajando alrededor del mundo. Pocas cosas hay más emblemáticas que esta cifra para poner de manifiesto la dimensión de la fractura nacional en un área de tanta significación para nuestro futuro.

Contaremos con ellos, piensa uno, cuando nuestro país entre a funcionar gobernado con sensatez y sentido común, también con más de honradez, y la política sea para lo que fue pensada, es decir, para negociar las diferencias y construir acuerdos en torno a un afán común. En otras palabras, que sea más o menos lo contrario de lo que ha venido observando en estos últimos tiempos, convertidos en casi una eternidad.


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