Este diciembre se cumplen dos décadas del deslave de Vargas, el peor desastre natural ocurrido en Venezuela desde el terremoto de 1812, que coincidió con la votación para el referéndum constitucional en el cual se sometía a consideración una nueva carta magna para sustituir la vigente desde 1961. Proyecto esencial del presidente Hugo Chávez, que había asumido el poder en enero de aquel mismo año.

El hecho de que el gobierno venezolano no atendiera a tiempo la principal recomendación  de la Dirección de Defensa Civil de declarar el estado de emergencia nacional (calificada por el diputado constituyente Jorge Olavarría como negligencia criminal) y por el contrario  se prorrogara en dos horas la jornada electoral, sometiendo a la población a graves riesgos de avalanchas, fue la primera manifestación de que el afianzamiento del proyecto político chavista resultaba más importante que la vida de los venezolanos. Recordemos que la Constitución de 1999 fue el primer paso en la intención de mantener por largo tiempo el poder político al aprobarse la prolongación del período presidencial a 6 años y la posibilidad de la reelección inmediata.

Otra manifestación que sentó un precedente en esa misma dirección fue la de privar a  la asolada población de la ayuda ofrecida por Estados Unidos enarbolando una retórica antiimperialista.

Pasado el tiempo la nueva Constitución resultó estrecha para los fines deseados, se propuso la reforma constitucional para modificar 69 de sus artículos en el referéndum de 2007. Fue la primera derrota sufrida por Hugo Chávez, quien contrariado la llamó «victoria de mierda». No se resignó, por lo que en febrero de 2008 realizó otro referéndum para «enmendar» cinco artículos de la Constitución, que con preguntas confusas y condiciones electorales cuestionables logró que fueran aprobadas siendo la esencia de la misma la posibilidad de elección indefinida en los cargos de elección popular, incluida por supuesto la Presidencia de la República.

La intención de perdurar en el poder no se quedó allí, avanzó de diferentes maneras en la medida en que se fue calibrando la fortaleza de su poder, sustentado en su carisma y en los enormes ingresos petroleros, cuya utilización para convertir a los ciudadanos en clientela alcanzó grandes niveles de perfeccionamiento, en detrimento de la la producción económica y los valores institucionales y morales  básicos de consolidación de una sociedad.

Se destruyó el aparato productivo, entre otras cosas se expropió a diestra y siniestra con resultados catastróficos, llevando a la quiebra la economía nacional que sustituyó por las importaciones que permitía la bonanza petrolera. Se sometieron todos los poderes públicos y se puso especial empeño en el control de las Fuerzas Armadas

La muerte de Chávez coincidió con la merma de los ingresos petroleros. Su sucesor, Nicolás Maduro, heredó la Presidencia, no así el carisma ni la bonanza. Progresivamente fueron naufragando sus distintos proyectos, aumentando de manera exponencial el hambre y la salud de la población. Hoy tenemos un país devastado, en emergencia humanitaria compleja, que ha llevado a más de 5.000.000 de venezolanos a huir del país en búsqueda de  oportunidades cada vez más precarias, convirtiéndonos en parias universales.

Maduro y sus compinches nunca han asomado una posibilidad de rectificación, ni de alianzas para superar las dificultades; por el contrario, han aumentado la polarización, la mentira negadora de la realidad, la incapacidad y la negligencia, la represión y la tortura.

Cuando el respaldo popular dejó de favorecerlo, decidió saltarse sin disimulo cualquier posibilidad de elecciones mínimamente legítimas que pudieran desalojarlo del poder, así como ignorar a la comunidad internacional y abandonar la OEA.

Justo es reconocer la resiliencia de empresarios, comerciantes, trabajadores de la educación y la salud y de muchas otras áreas, así como de la conducción política que con altibajos ha sido persistente en la lucha, con errores y aciertos. Pero, dada la naturaleza del enemigo que enfrentamos, que no hayamos podido vencerlo no puede solo calificarse como impotencias y errores opositores, lo que no implica avalar todo lo que se hace, ni anular la crítica y la autocrítica. Pero resulta indispensable combatir la crítica hiperbólica e irresponsable, dejar de jugar posiciones adelantadas y diferir las legítimas aspiraciones para momentos mejores.

En este momento el liderazgo indiscutiblemente le corresponde a Guaidó y sabemos que no es transferible, por ello hay que poner todas las energías en reforzarlo y no en debilitarlo.  En ese sentido hay que aplaudir el encuentro de partidos políticos que lo ratifica como dirigente. Ojalá se sumen otras voluntades en el esfuerzo por vencer este deslave que ya lleva más de 20 años.


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