Casi ochenta años moldeando palabras convierten a la gran dama de la poesía venezolana, Ana Enriqueta Terán, en un referente invaluable para las letras hispanoamericanas. La escritora falleció ayer en la mañana, a los 99 años de edad, dejando tras de sí un legado literario de más de una docena de publicaciones, en el que sobrepasó la métrica tradicional, las repeticiones y las fórmulas.

Nacida el 4 de mayo de 1918 en una hacienda de caña en Valera, estado Trujillo, Terán basó gran parte de su creación literaria en la armonía de los sonetos. Maestros como Juan Liscano y Ramón Palomares destacaron el valor musical y el manejo del verso en sus creaciones. Antes de que cumpliera 26 años, Enrique Planchart se interesó en sus versos e hizo la selección para su primer libro, Al norte de la sangre, editado en 1946.

El mismo año en que debutó con una publicación, comenzó a desarrollarse en el ámbito diplomático entre Uruguay y Argentina, hasta que en 1950 volvió a refugiarse enteramente en la poesía. Vivió en Nueva York y París, así como en el sector La Entrada en Valencia. Tuvo una casa en La Asunción, estado Nueva Esparta; un rancho en Morrocoy, y, por último, una casa en el pueblo de Jajó, cerca de Valera, la cual llamaba Casa de Hablas –término que quedó registrado en su prosa– donde además estableció un taller de alta costura, en el que diez costureras aprendieron el oficio de la mano de la poeta.

Desde su nacimiento, el movimiento político liderado por el fallecido Hugo Rafael Chávez Frías encontró una creyente en Terán. Por ello, persiste la promesa gubernamental de que su casa en Jajó, donde vivió 11 años, será restaurada y convertida en un centro cultural para el disfrute de los lugareños. 1.500.000 bolívares fueron aprobados para que el gobierno regional iniciara los trabajos, pero aún no se tiene noticia de la inauguración.

En 1989, un año de antes de publicar Casa de Hablas y cuatro después de Música con pie de salmo, Terán recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Carabobo. Ese mismo año se le otorgó el Premio Nacional de Literatura, en una decisión unánime tomada por Lubio Cardozo, Luis García Morales, Adriano González León, Manuel Alfredo Rodríguez y Oswaldo Trejo, en cuyo veredicto se lee: “La labor creadora, el retiro a la soledad y la alegría de sus duendes interiores, hacen de Ana Enriqueta Terán una presencia literaria fundamental”.

El cuidado del estilo de la poesía tradicional siempre fue su norte, y tuvo como principales referentes a Góngora, Garcilaso de la Vega, Rimbaud y Baudelaire. “La novela la encuentro como un relleno, no siento la esencia sino en la poesía. Será que ya me falta tiempo para la novela, y estoy aprovechando la lucidez que tengo”, esgrimía la poeta sobre la narrativa larga, en 1988.

En 1991 Monte Ávila Editores presentó Casa de Hablas, una obra integrada por 11 libros que han visto la luz desde 1946 hasta 1989, y que constituyó una de sus primeras antologías. En 1992 publicó Alabastros; en 2006, Construcciones sobre basamentos de niebla, y Piedra de habla, en 2014.

Entre las características más resaltantes de Terán, se puede mencionar que aun en su forma de hablar no perdía la impronta de su poesía. Cuando le preguntaron, en una entrevista para El Nacional en 1970, por qué había decidido partir de la ciudad y refugiarse en una pequeña casa en su estado natal, contestó: “Abandoné ciudad y gentes para enfrentarme a mi poesía, a mi propio humano desamparo, y hasta qué punto yo era o no una creación de los demás. (…) amé mi cuerpo y todavía no he logrado zafarme de él. Se envejece muy lentamente; pero, cuando sea una vieja de verdad, mi poesía ganará en lucidez y será infinitamente más libre”.

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“La novela la encuentro como un relleno, no siento la esencia sino en la poesía. Será que ya me falta tiempo para la novela, y estoy aprovechando la lucidez que tengo”

Ana Enriqueta Terán


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