Desde la antigüedad, la palabra “filosofía” ha tenido un sentido unitario porque ha designado un saber dirigido a la totalidad de lo que es. Alberto Rosales pone énfasis en esta unidad a la vez que procura dar cuenta de la multiplicidad de las teorías filosóficas. En una reinterpretación de la visión tradicional, considera que la filosofía es un intento racional de saber que se desenvuelve por medio de palabras o pensamientos que conciernen al todo. En una referencia mutua, determinaciones omniconcernientes se piensan a partir del todo, y el todo es pensado de acuerdo con los omniconcernientes.

Nuestra experiencia y pensamiento presentan ya características que se orientan a totalidades. Por un lado, toda experiencia de algo está rodeada de horizontes, y estos de otros horizontes, de modo que en ellos está implicada una totalidad oculta. Por otro lado, el pensamiento se manifiesta en el lenguaje que contiene palabras o conceptos universales por medio de los cuales el hombre piensa totalidades. La filosofía continúa y acentúa esta tendencia a la totalización. Además, en la vida prefilosófica, tenemos una comprensión de las cosas y de nosotros que nos permite relacionarnos con el mundo circundante. En lo dado hay cosas de las que se puede dar cuenta con facilidad –utensilios, animales, ríos, la tierra, mercancías, etc.–, pero otras cosas presentan grandes dificultades en el intento de proporcionar una explicación –el tiempo, lo bueno y lo malo, la vida, el mundo, etc.–. Este segundo grupo solo es comprendido por medio de bosquejos. Un caso especial de esta comprensión en bosquejo se encuentra en bosquejos preconceptuales de amplio alcance que posibilitan una comprensión de estructuras omniconcernientes. Antes de toda teoría filosófica expresa se cuenta con una precomprensión de determinaciones que conciernen directa o indirectamente al todo.

Ejemplos de bosquejos se encuentran en las significaciones. Se trata de formaciones borrosas a través de las cuales pensamos las cosas. Son medios inobjetivos o transparentes que nos permiten ver las cosas sin que pensemos en ellas. Además, son oscuras e inarticuladas, y por eso tienen que ser completadas con nuevas significaciones. Entre las significaciones-bosquejos se encuentran esos bosquejos en sentido eminente que son las significaciones omniconcernientes.

Los bosquejos son modos limitados de patencia de los entes. Muestran en pocos rasgos mediante una patencia en claroscuro, es decir, una unidad de patencia y latencia. Así, en la vida prefilosófica, nos desenvolvemos con un saber parcial acerca del todo y este es el punto de partida del saber filosófico. Lo patente determinado remite a algo desconocido que es anticipado de alguna manera. Rosales considera que tiene que haber primeros bosquejos omniconcernientes como condiciones de posibilidad de toda indagación filosófica. Son bosquejos eminentes porque no conciernen a parcialidades sino a un todo que, no obstante, solo es accesible a través de experiencias parciales.

Tomando como base la comprensión prefilosófica de los omniconcernientes, surge una voluntad de conocerlos mediante nuevas determinaciones que, como en el arte, se explicitan a partir del bosquejo inicial. La búsqueda comienza con una profundización de lo que el bosquejo sabe acerca de lo buscado. Está guiada por una meta que se encuentra fijada de antemano por uno o varios bosquejos. El bosquejo da una orientación determinada a la búsqueda esbozando el contorno de algo no sabido que puede ser conocido progresivamente mediante la suma de determinaciones que pueden modificar la base de la que se ha partido.

El “camino del filosofar” es una construcción, es decir, una invención que se guía por las posibilidades bosquejadas. La construcción conduce a figuras o constelaciones de figuras conceptuales omniconcernientes con las que el filósofo procura abarcar el todo. Los conceptos filosóficos omiconcernientes pueden ser distributivos, en cuyo caso abarcan cada uno de los entes, es decir, versan sobre singularidades a las que unifican indirectamente sin patentizar la totalidad de cada caso (por ejemplo, cosa, propiedad, causa). O bien pueden ser colectivos, en cuyo caso abarcan muchos entes a los que consideran como totalidades (por ejemplo, los conceptos de región, mundo, Dios, fundamento del mundo). Por tanto, los omniconcernientes de los grandes sistemas filosóficos son diversos, y esta dispersión se acentúa porque cada uno de los omniconcernientes puede ser entendido de diferente manera.

Además de los bosquejos, se consideran en la construcción los fenómenos que son dados directa o indirectamente y que varían en cada momento. Una tercera fuente es proporcionada por las respuestas del pasado, es decir, por las figuras ya forjadas que se encuentran en la tradición filosófica. El pensar filosófico no solo parte de pensamientos parcialmente determinados en los bosquejos, sino también de conceptos totalmente determinados que se encuentran en la tradición y se han vuelto problemáticos. Esto significa que el diálogo entre los bosquejos y las cosas mismas tiene en cuenta las aportaciones anteriores. Así, fenómenos que se ofrecen en una época y figuras del pasado convergen en la construcción. Hay un orden en la construcción que tiene su punto de partida en el bosquejo, sus etapas de desarrollo y su punto de llegada en la figura. En este proceso, las etapas precedentes hacen posible las siguientes mediante sucesivas figuras-bosquejo que introducen nuevas determinaciones, pero son aún productos inacabados de la construcción. Toda teoría previa contiene posibilidades para el pensamiento futuro, de modo que no solo hay cambio sino permanencia de las figuras-bosquejo.

El pensar filosófico tiene, pues, tres fuentes. El encuentro del bosquejo con el todo fenoménico y con la tradición posibilita una síntesis de la cual emergen conceptos omniconcernientes que intentan comprender la totalidad. Rosales habla de un avenimiento de los bosquejos con los fenómenos y con las figuras de la tradición. Se trata de una referencia recíproca entre momentos no subordinados que se determinan uno al otro. En la “marcha de la invención filosófica” las tres fuentes no desaparecen en una unidad, sino que permanecen en su diversidad y estructuran la figura como un tercero que difiere de ellos. De esta manera se producen múltiples figuras en relación con un mismo bosquejo. El avenimiento se logra en un proceso en que el preguntar filosófico, condicionado por el bosquejo, contiene una exigencia que se plantea a lo dado y que se expone a una resistencia cuando los fenómenos han sido determinados de manera arbitraria. En este doble movimiento de exigencia del pensar y aceptación o rechazo por lo dado, el filosofar oscila entre la pretensión de avenimiento y el desengaño.

A la posesión de bosquejos universalísimos y a la construcción de figuras, el filosofar añade la interpretación de lo dado según las figuras. Estas determinan “de rebote” los fenómenos confiriéndoles en cada caso la unidad de un mundo. Así se patentizan los entes intramundanos según una localización histórica. Cada patencia es una perspectiva finita que se correlaciona con un enfoque del hombre. Se trata de una interpretación posible del mundo en medio de múltiples interpretaciones. No se conoce lo que el mundo ya es, sino “una interpretación posible de lo que el mundo puede ser”. Ejemplos se encuentran en el cosmos atomista de Leucipo, el mundo de la teología cristiana o el mundo de Kant. Estas figuras fundan en cada caso la patencia de un todo que se esboza en los horizontes de lo directamente experimentado. La patencia no incluye directamente todos los entes porque es cerrada y limitada, pero “abarca todo” en el sentido de que a la vez está abierta a todos los entes que pueden llegar a mostrarse en ella. Solo nos son patentes partes limitadas del todo, y sobre esta base se construye la totalidad. No hay una vía directa de acceso a la totalidad y a las determinaciones omniconcernientes.

La patencia es un tema fundamental. Su característica distintiva reside en que es la presencia de lo que se muestra para un ente viviente individual, es decir, una conciencia. Las cosas no están patentes en sí mismas, sino que remiten a quien las experimenta. Su presencia o patencia se distingue de su realidad como lo muestran las experiencias de la fantasía, de las imágenes oníricas o de las apariencias. Esta diversidad entre patencia y realidad de las cosas hace que la conciencia no pueda ser reducida a una cosa. A la patencia es inherente un ocultamiento de la vida interior del sujeto (por ejemplo, el funcionamiento de su cerebro) y de las presentaciones o modos exhibitorios por medio de los cuales vemos las cosas circundantes (por ejemplo, las sensaciones). Así, el arraigo en la vida del cuerpo permanece oculto para la patencia que se ofrece a la conciencia. El ocultamiento hace posible también el estar-fuera-de-sí de la conciencia en tanto ella va más allá de los modos exhibitorios interiores. Esto no sería posible si a la vez tuviéramos conciencia del funcionamiento de los órganos corporales. Además, la patencia libera al hombre de las metas y modos de comportarse de una especie animal y le proporciona la libertad de determinarse a partir de lo que ella muestra. Con ella se inicia la historia humana.

La verdad de las figuras reside en el avenimiento entre bosquejos, fenómenos y tradiciones. Rosales subraya que el inventar produce lo inventado a diferencia del descubrir que no produce lo descubierto. Lo inventado no preexiste por sí mismo como lo descubierto, sino que es generado por la construcción. Inventar se contrapone a concordar con algo dado y a descubrir algo no dado pero preexistente. Su verdad no es la concordancia con los fenómenos ni el descubrimiento de algo oculto en los fenómenos. El ente en total y las determinaciones omniconcernientes de la totalidad no son datos patentes con los que se pueda concordar o datos ocultos que puedan ser traídos a la patencia en un descubrir. Esto no implica un relativismo porque el avenimiento se asocia con un “arraigo en las cosas”. Los tres elementos que convergen en la figura pueden relacionarse de mejor o peor manera, y, por tanto, no todo avenimiento es igualmente verdadero. La verdad que caracteriza al avenimiento logrado es el extremo positivo en una escala que tiene grados intermedios y se extiende hasta el extremo de la no-verdad o privación de avenimiento.

La dispersión de las filosofías no deja de presuponer una unidad que se funda en estructuras comunes. Ante todo, se encuentra la meta de conocer la idéntica totalidad de los entes por medio de determinaciones omniconcernientes. Se trata de una doble meta que configura una estructura formal y que puede ser cumplida parcialmente en modos privativos que son deficiencias de la misma estructura. Otros factores de unidad se encuentran en la interacción siempre operante de bosquejos, fenómenos y tradiciones en cada filosofía y en el engarce de bosquejos y figuras mediante una conexión reticular en la que están referidos unos a otros.

La postura del profesor Rosales sobre la filosofía exhibe un pensar que está siempre abierto a la incitación de los bosquejos, a la patencia de nuevos fenómenos y a la interpretación renovada de las tradiciones filosóficas. Por tanto, se trata de un pensar que nunca puede constituirse como una sabiduría definitiva que determine para siempre los omniconcernientes. De este modo la visión ofrecida está animada por un calor de actualidad. Certeras y profundas apreciaciones abren múltiples caminos para que el “lector atento”, orientado por un esquema formal que permite mantener la unidad, pueda continuar de manera fructífera una meditación. Esta ha de contribuir a la diversidad explicitando y renovando las relaciones recíprocas entre las tres fuentes del filosofar.

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Roberto Walton es Investigador Superior en el Consejo Nacional de Investigaciones Ciéntificas y Técnicas de Argentina, profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires y Director del Centro de Estudios Filosóficos Eugenio Pucciarelli en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.


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