El ciudadano Roberto Marrero es miembro de la dirección nacional de Voluntad Popular y fue secretario de la Asamblea Nacional. Ha trabajado con las juventudes de su partido y ha sido enlace con las organizaciones activas en el Parlamento, sin que su trabajo le haya dado motivos al escándalo. Pero, además, y esto es lo que más importa ahora, goza de la confianza del presidente Juan Guaidó y forma parte de su círculo más próximo. Ha estado en sus cercanías desde hace tiempo y le ayuda en la atención de las obligaciones nacionales e internacionales cada vez más crecientes que ahora tiene. De allí la importancia que reviste su captura por los cuerpos de seguridad del Estado.

Se sabe que los sabuesos del usurpador no necesitan motivo legal o circunstancia digna de comprensión para encerrar a un ciudadano en sus ergástulas. Basta una orden superior para que se ejecute la captura de cualquier individuo que les parezca incómodo, sin la molestia de atenerse a la legalidad y de informar a la sociedad sobre el caso. En ese cuadro de arbitrariedades se inscribe la detención del ciudadano Marrero. Sin embargo, su papel de compañero de ruta y asistente del presidente encargado nos pone frente a una vicisitud digna de la mayor atención.

Es evidente que se trata de un ataque al presidente Guaidó, a través de la persecución de uno de sus asistentes y ocupándose de que la noticia circule sin escollos. Es un anuncio de lo que puede hacer en su desesperación el usurpador para buscar la supervivencia en medio de los terribles aprietos que experimenta. Es prólogo de lo que quiere hacer con la persona que se ha convertido en líder de la oposición y en esperanza de la sociedad que padece una de las situaciones más tenebrosas de la historia de Venezuela. Pero también es un atentado contra la opinión pública del país y del mundo entero, a través del cual la dictadura señala que no abandonará sus funciones en términos razonables.

En medio de uno de sus mayores aprietos, provocados por las declaraciones de la comisionada de la ONU para derechos humanos sobre violaciones del régimen que merecen la atención de su despacho, el usurpador, o sus secuaces más descarnados e irracionales, le comunican a los organismos internacionales que les importa un bledo su opinión y que desprecian sus observaciones. Señalan a quienes los quieran oír que van con todo para que nadie los mueva ni un milímetro de las posiciones que ocupan, a pesar del rechazo cada vez más contundente y masivo que causan. Tampoco ha hecho mella en su conducta la sesión reciente de la OEA, en la cual se mostraron evidencias contundentes de las torturas y las vejaciones que se ejecutan en las cárceles del chavismo-madurismo. De allí la captura de uno de los hombres fundamental en el entorno del presidente Guaidó.

La prisión de Roberto Marrero es un mensaje directo para Juan Guaidó, quien es la pieza más codiciada de la cacería de la dictadura, pero también para los que esperamos, en el país y en el exterior, un desenlace razonable de los horrores provocados por la usurpación de Nicolás Maduro. No les importa el escándalo causado por el atropello, sino la sensación de poderío sin límites y de tener la sartén por el mango que quieren comunicar desde la cúpula roja rojita a través de una arbitrariedad que no podía pasar inadvertida. Es una señal digna de atención para quienes confían en que la transición se producirá como resultado de diálogos civilizados.


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