La dictadura se apresuró a lanzar la candidatura del dictador, sin el éxito que necesita con urgencia. Fabricó fechas al vapor y las puso en la calle, confiando en el éxito de la invitación. Si, como dicen las encuestas y se siente en todas partes, la gente está harta del mal gobierno, la posibilidad de un cambio debe animar el cotarro para que, en breve, abunden las nominaciones y los ánimos propios de una campaña electoral. Quizá ese fuese el pensamiento del oficialismo a la hora de proponer la posibilidad de un cambio en la jefatura del Estado, pero ha salido con las tablas en la cabeza.

Los líderes de la oposición, guiados por la desconfianza generalizada que ha provocado la intempestiva invitación, han preferido dejar pasar el llamado. Saben que el pueblo no los acompañará  en la aventura, ni siquiera ante la alternativa remota de salir de un sujeto tan incompetente y oscuro como el que ahora se aloja en Miraflores.

Sienten que los electores ya están  escamados y que no participarán en un cotejo manejado en forma grosera por los intereses de quienes necesitan el continuismo como la única razón de su vida. Solo una ambición sin fundamento serio podía provocar en los partidos la posibilidad de un pensamiento plausible sobre la cita electoral, pero es de tal magnitud el arreglo dispuesto en las alturas para la permanencia de Maduro que, no sin dar bastantes vueltas, los intereses partidistas y una que otra apetencia personal han preferido dejar que salga el toro de los chiqueros sin iniciar faena.

Terrible escenario para las necesidades del dictador. Lo menos que le conviene es una plaza vacía, un coso sin espectadores en lo que debe ser el evento estelar de su feria. ¿Qué dirán en el vecindario latinoamericano, ante cuyos pueblos  y gobiernos la “revolución” ha proclamado la existencia de una democracia ejemplar? ¿Qué dirán en la Unión Europea, que pide cambios democráticos de veras en Venezuela y solo advierte los escollos del ventajismo y de la ilegalidad? ¿Hasta cuándo permanecerá la paciencia popular, cada vez más arrinconada por el hambre, por la carencia de medicinas y por la indiferencia del régimen? ¿Hasta cuándo aguantará la tapadera de las corruptelas más sonadas del hemisferio occidental?

Si la elección presidencial podía maquillar la situación, el hecho de que nadie digno de atención y de respeto quiera acompañar al dictador en su jugada, coloca la pretensión en un atolladero gigantesco.

Una elección presidencial con un solo candidato, que sería Nicolás Maduro, o con algún telonero de mala muerte, es lo peor que le puede suceder a los oficialistas. De allí la necesidad de buscar un rival a como dé lugar, la urgencia de registrar en los rincones para que pueda darse una contienda en la que alguien pueda creer, aunque  sea a ratos, que la sociedad venezolana está ante el desafío de una elección presidencial.

Como está ante un desfiladero, ante el abismo crucial de la soledad absoluta, Maduro busca con desesperación un rival. Pero no cualquiera, sino un sujeto que le pueda conceder un mínimo de credibilidad a su sainete. Veremos con qué sale en estos días, porque tal vez no sea difícil comprar un segundón a buen precio.


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