“Se alquila habitación. Favor no presentarse personas venezolanas”. Así versan algunos de los anuncios de propietarios de residencias en países que han empezado a ver el aumento de flujos de venezolanos. Y es que no estamos hablando de números marginales, especialmente en América del Sur.

En 2015 el número de venezolanos en el exterior era de 697.562, la mayoría en Estados Unidos, España, Italia y Portugal, que habían sido destinos tradicionales de la migración venezolana en las últimas décadas. Según la Organización Internacional para las Migraciones, para 2017, el número de venezolanos en el exterior era de 1.622.109, lo que representa un crecimiento de 133%. A pesar de que este crecimiento es mundial, es aún más acentuado cuando ponemos el lente en el caso de los países del sur como Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, Perú o Uruguay. En 2015, solo 88.975 venezolanos residían en estos países de la región; para 2017 la cifra era de 885.891, lo que representa un aumento del 895% en solo 3 años.

Con seguridad esta migración va a tener efectos positivos para países de origen, tránsito y destino. Pero sabemos que no todo es maravilla, especialmente cuando el fenómeno cobra fuerza de forma súbita, y es forzado, como lo es el caso de los venezolanos migrantes y refugiados. Uno de los efectos no deseados que, por coartar derechos humanos básicos y por su naturaleza a veces de agresión, tiende a ser más visible y a generarnos preocupación es la xenofobia.

La xenofobia es producto de la propagación de estereotipos y prejuicios que lleva a los nacionales de un país de destino a rechazar, agredir y discriminar a los inmigrantes. El rechazo es hacia el inmigrante, su cultura, sus costumbres y comportamientos, solo por ser diferentes. Pero con frecuencia también se relaciona con el temor y resentimiento de que los foráneos lleguen a beneficiarse de los recursos y oportunidades, ya de por sí limitados, en los países de destino.

Lamentablemente hemos tenido manifestaciones públicas y agresivas de xenofobia contra venezolanos. Desde incendios y ataques violentos contra sus casas y contra ellos mismos, hasta marchas en contra de la migración venezolana. Hay además manifestaciones pasivo-agresivas del fenómeno: comentarios, miradas y acciones discriminatorias hacia quienes son de origen diferente. Son situaciones de personas que ponen sus propiedades en renta, pero piden que personas venezolanas no se presenten, que ponen anuncios de empleos y piden que personas venezolanas no se presenten. Una situación emergente que vale la pena monitorear es la de casos en los que oficiales de migración que, haciendo interpretaciones restrictivas de la legislación en materia migratoria, rechazan la entrada de venezolanos a sus países.

Todos estos son ejemplos de comportamientos xenofóbicos y no están bien. La buena noticia es que son prejuicios, y los prejuicios se aprenden y también se desaprenden, es decir, que con educación y con sensibilización la xenofobia se puede eliminar, o al menos reducir a la mínima expresión. ¿Qué podemos hacer? Tres ideas.  A los venezolanos que ya residen en otros países, seamos ejemplo de civismo, y seamos agradecidos con el país que nos acoge respetando las leyes, y contribuyendo positivamente al desarrollo de las comunidades donde estamos echando raíces. A los nacionales de los países de destino, apelemos al sentimiento de solidaridad entre países hermanos, y mostremos disposición de desaprender valores que nos llevan a discriminar y a rechazar lo diferente. Después de todo, la diversidad es parte de la naturaleza humana. Finalmente, celebremos y continuemos alentando a los pueblos y gobiernos de la región que han sido y están dispuestos a seguir siendo solidarios con la gran cantidad de venezolanos que han llegado a sus tierras y que, seguramente, lo continuará haciendo en el futuro próximo.

Los puntos de vista son a título personal. No representan la posición de la OEA.


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