Mi nombre es Ayatola Núñez y pensé muchas veces antes de hacer pública esta denuncia que detallaré a continuación. Me quedé callado para no preocupar a mi familia en Venezuela, porque mi mamá sufre de la tensión y no tiene medicamentos, mientras que mi hermana tiene ocho meses de embarazo. Sin embargo, creo que si no lo hago, este tipo de abusos continuarán ocurriendo y no quiero que otra persona pase por lo que yo viví.

Por razones económicas, me tocó trabajar en el área de seguridad y es así como me convertí en un agente de prevención de riesgos y pérdidas. Mi principal función es revisar los tickets de compras de todos los clientes, para verificar que todo esté correctamente cobrado.

En fin, el pasado martes, 1 de octubre, a eso de las 5:00 pm, en mi trabajo, una tienda de home center ubicada en el distrito de Pueblo Libre, al sur de Lima, una cliente malhumorada manifiesta molestia porque no consigue su boleta y se queja porque la tengo que revisar. Le explico que es procedimiento de la tienda y la dejo peleando sola mientras busca su ticket; incluso, atiendo a otros clientes mientras ella sigue renegando.

Luego de sellarle la boleta, me muevo del lugar y regreso a mi módulo. Ella me sigue y me pregunta: ¿Eres venezolano?

–Sí , soy venezolano.

–Ah, entonces eres venezolano.

–Sí y muy orgulloso de mi nacionalidad.

–Entonces seguro eres un descuartizador como tus compatriotas, un delincuente.

–¿Perdón?

–Eres un delincuente, un descuartizador. Te voy a denunciar.

–Señora, si tiene algún problema con el servicio prestado, vaya por atención al cliente. El procedimiento igual lo hará un peruano.

Ella insiste: “Venezolano delincuente, descuartizador”.

Ahí perdí la paciencia y respondí con mucha calma. Nunca demostré mi molestia.

“Señora, si le quiere tener miedo a alguien, mejor que sea a un peruano, porque ese sí viola mujeres las vuelve pedacitos y viola niños. Los venezolanos no hacemos eso. Si un venezolano descuartiza a otro venezolano es porque ambos son delincuentes”.

Pues la señora se ofendió: “Quién te crees tú para decirme eso. Tú lo que eres es un delincuente y descuartizador”, insistía la mujer.

Antes de salir de la tienda soltó la última agresión verbal y xenofóbica en mi contra: “Vete a tu país, delincuente, lo único que vinieron a hacer en mi país fue cometer delitos. Váyanse todos, porque sus mujeres vinieron a prostituirse”.

En ese momento no había más nada que hacer, tenía que responder y lo hice: “Señora, ya quisiera ser usted como esas mujeres”.

Ella se ofendió, creyó que podía humillarme y que yo tenía que quedarme callado, pues no.

Fue entonces cuando se dirigió a atención al cliente y fue a decir que yo le había faltado el respeto, o sea, yo, al que acusaron de delincuente y descuartizador le había faltado el respeto.

Pero si esto es grave, lo que sigue es peor.

Sin embargo, antes, debo agradecer el apoyo que recibí de mis compañeros del área de seguridad. El jefe, que entiende la dinámica del trabajo, reconoció que el cliente no debió tratarme de esa manera, que el hecho nunca debió ocurrir, mi supervisor mostró su apoyo y lo concretó al conseguir facilidades para que el cambio de tienda me favoreciera y lo logró. Actualmente, me están enviando a unidades de más fácil acceso en temas de cercanía a mi domicilio y gasto de pasaje.

Lo que sí no voy callar es la ligereza con la que se trató esta situación. Por ejemplo, la encargada de la tienda, al ver a la agresora quejarse, la llevó a un lugar para que nadie pudiera escuchar. Esa señorita a la que le pedí explicaciones y que estuviera presente al momento de contar mi versión nunca apareció.

Yo me estoy defendiendo sin saber de qué se me acusa. Por eso quiero decirle, señora subgerente, sé que me está leyendo, y sepa que ¡eso es cobardía! ¿Cuál es el miedo, por qué no me da la cara?

Otro compañero, de esos que cuidan el puesto de trabajo a costa de lo que sea, me dice que eso es una situación difícil y que debo entender a mi agresora, porque así la considero, debido a las informaciones que salen en los medios de comunicación.

Yo le respondo que nada justifica que se me acusara de delincuente. Estoy completamente seguro que él y mi agresora no conocen el delito de la difamación y xenofobia que está penado en las leyes peruanas.

Para acabar esa conversación le dije: “Compañero, yo recuerdo haber crecido entre turcos, portugueses y colombianos, y muchos de ellos cometieron delitos. Sin embargo, nadie salió a decir los colombianos esos, los portugueses especuladores. A todos les cayó la ley de forma personal por sus actos, no por su nacionalidad”.

El compañero mostró sorpresa por mi repuesta y entendió que se le acabaron los argumentos para defender lo indefendible.

Pero había algo peor, la señorita de Recursos Humanos de mi empresa, a la que le pedí una audiencia porque me interesaba quedar bien con mi empleador. Pues bien, le conté todo lo que ya describí arriba y me hizo unas preguntas:

–¿Es verdad que llamaste prostituta a la cliente?

–No, la agresora al ver que no lograba incomodarme con su humillación me exigió que me fuera de su país porque vinimos a cometer delitos y mis paisanas a prostituirse. Lo único que le respondí era que ya quisiera ella ser como esas venezolanas.

La analista me insiste en que yo –aunque actúe en mi defensa– no debí responder porque ella era la cliente.

–Disculpe, me acababan de llamar delincuente y ofender a mis mujeres. ¿Usted quién cree que soy yo para soportar semejante humillación? Si ustedes como peruanos ya normalizaron abusos, le tengo una noticia, yo soy venezolano y no lo voy tolerar.

Fue entonces cuando me intentó intimidar: “Sabes que ahora vas quedar fuera de la tienda, a disposición de dónde te necesitemos y vas a tener que ir sí o sí. Nosotros en Recursos Humanos vamos a coordinar esas asignaciones”.

Pero ella no contaba con mi astucia y otra vez cayó como Condorito.

–Señorita, creo que nadie le dijo que yo tenía buenas relaciones con el área de asignación de tiendas y el tema está solucionado.

–¿Cómo?, eso lo hace Recursos Humanos.

–No. Ellos, que sí conocen y valoran la calidad de mi trabajo, me ofrecieron su apoyo y facilidades, que ya describí previamente en el texto.

También me dijo que tengo problemas de actitud porque logro incomodarme con facilidad: “Señorita, no fue cualquier cosa lo que pasó ahí, tengo todo el derecho de reaccionar. Esa señora, si yo no hubiera sido más alto que ella, me hubiera golpeado”.

Al término de esa conversación les juro que me sentí en el programa de Laura Bozzo y que la analista de RR HH solo le faltó decir: “Si a ti te pegan, te tienes que dejar, jamás debes reaccionar”.

Después de todo esto debo confesar que me preocupa las posiciones que asumen aquellos que tienen un empleo como encargados, subgerente o personal de confianza, que pudiendo hacer algo para frenar los abusos, se hacen la vista gorda y prefieren rotar al personal y seguir aupando un cliente a hacer lo que le dé la gana. Eso explica por qué un ciudadano cualquiera cree que puede agredir a un policía en la calle y no pasa nada. ¡Eso es el Perú, señores!

Pero hay algo peor y es lo que más me preocupa. Fui a una sede de la Policía Nacional del Perú a buscar apoyo, algún tipo de asesoría y al hablar con el funcionario y contarle mi caso, me dice que me faltan elementos para armar la denuncia, como es el caso del nombre de la presunta agresora, que sin eso, la denuncia no puede ser introducida al sistema.

Yo le digo que no tengo el nombre, entonces el funcionario me dice de forma muy educada que no puede hacer nada. Le insisto en que en las cámaras de seguridad está registrado el rostro y que lo pueden pedir, y me señala que eso no funciona así en el Perú.

Con mucha indignación le pregunto sobre quién va registrar la denuncia porque si la señora el día de mañana busca un arma y me dispara, ¿qué pasaría, acaso mi muerte quedaría impune, que nadie hará nada porque no saben el nombre?.

Fue entonces cuando el respetuoso funcionario me miró, cruzó los brazos, volteó la cabeza y subió sus hombros sin decir más palabras.

Con todo esto que le estoy contando debo decirles que temo por mi vida, por la vida de cualquier venezolano. No hay institución que nos proteja ante cualquier agresión de la que podamos ser víctimas, a pesar de que existan leyes.

¿Qué espera el Estado peruano, que un ciudadano venezolano sea inocentemente asesinado en manos de un xenofóbico? Tiene que pasar eso para que las autoridades reaccionen y vean que la xenofobia es un problema.

Yo no sé, pero después de esto espero lo peor y si no va a quedar una denuncia en algún despacho policial, dejo este escrito para avisar lo que estaba pasando, que nadie hizo nada mientras pudo.

¡Dios nos ampare a todos los venezolanos que vivimos en el Perú!


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