Coronavirus - venezolanos en el mundo
Foto Cortesía Ingrid Contreras

Ingrid Contreras vive en Chatou, a las afueras de París. Desde el lunes pasado permanece en casa porque fue justo hace una semana cuando el gobierno francés se tomó mucho más en serio la pandemia del coronavirus, que en aquel momento sumaba 5.400 infectados y 127 muertos en el país. Hoy, Francia es la quinta nación con más muertes provocadas por el covid-19: hasta ahora 674.

Hace una semana, el gobierno de Emmanuel Macron estaba empeñado en la realización de las elecciones municipales del pasado domingo que se celebraron con una abstención récord de 56%. «Las municipales son un termómetro importante para medir el pulso de las presidenciales», cuenta la periodista venezolana de 41 años de edad que emigró hace una década a Francia.

El pasado lunes Macron se dirigió en un discurso a la nación. «Estamos en una guerra, en una guerra de salud, contra un enemigo invisible», dijo antes de anunciar la suspensión de la segunda vuelta de las elecciones municipales pautadas para el 22 de marzo.

«La gente no se tomó muy en serio lo de no salir de casa cuando el presidente no suspendió las elecciones», expresa Contreras, quien trabaja desde hace 10 años en la Organización Mundial de Sanidad Animal en la que ahora se desempeña como Project Manager. «Es una organización intergubernamental, presente en 182 países, cuya función es crear estándares y normas para garantizar el bienestar de los animales en el mundo».

Contreras había regresado de Argentina hace dos semanas y programaba un viaje de dos semanas a España por vacaciones que suspendió. Así que era poco lo tenía en su nevera. Cuando salió de compras se encontró con que no había papel toilet, mascarillas, gel antibacterial ni pasta. «Pero ha habido suficiente distribución, no hay escasez en otros rubros. Es una cosa que no deja de asombrarme: no hay papel higiénico pero ves cantidades industriales de frutas, vegetales y proteínas», destaca.

El discurso del presidente –dice– causó impacto en la población. A partir del mediodía todo cierra y se restringe la salida. Colegios y universidades han cerrado, solamente se mantienen abiertas algunas guarderías. «La mayoría ligadas a servicios médicos para garantizar que puedan trabajar».

Sin embargo, medios de comunicación hablaban de la inconsciencia de jóvenes que permanecen en la calle de fiesta. «Esa sensación de que el mundo se va a acabar, pero que me agarre haciendo lo que quiero», señala.

La respuesta de la periodista no es diferente a la de otros venezolanos que viven en Europa en medio de esta crisis mundial originada por el coronavirus: «Siento que nadie ha tomado las medidas pertinentes en el momento oportuno. Para mí, cuando el presidente Macron habló ya era tarde».

Sobre esto, agrega, se aprenderá sobre la marcha siempre y cuando la sociedad entienda la dimensión de la tragedia y las implicaciones que tendrá en la vida de todos. «Aún hay gente que no entiende la dimensión de la tragedia».

La familia de Ingrid Contreras vive en San Cristóbal, Táchira. Allí están sus padres, septuagenarios. «Aunque sé que Maduro tiene su agenda oculta, y me sorprende decir esto, creo que hizo bien en cancelar las clases y limitar el movimiento de la gente». Le preocupa que hayan cerrado la frontera con Colombia porque es en Cúcuta donde su familia hace mercado. «Hace ya mucho tiempo que en San Cristóbal estamos confinados en las casas. Sin luz, sin agua, sin gasolina, sin Internet. Comunicarme con mi familia es terrible. El coronavirus vino a sumarse a nuestra tragedia».

Un primer fin de semana de confinamiento le ha hecho replantearse algunas cosas, entender otras y pensar mucho sobre lo que vendrá después. «Ya las empresas de telecomunicaciones están hablando de que Internet también podría colapsar. De alguna manera tocará replantearnos nuestra vida virtual que es, hasta ahora, la única manera de mantenernos juntos».

Este fin de semana se dedicó a hacer cosas que comúnmente no hace: cuidar sus plantas, leer mucho, tejer y desconectarse de las redes sociales sin perder contacto con sus seres queridos. «Damos por sentado que Internet estará allí siempre, pero ahora me planteo que no».

Este período de aislamiento le ha hecho ver la importancia del abrazo, la compañía, pero también ha sido una oportunidad para reordenar sus miedos, reconocer sus faltas, recordar alegrías y tratar de entender cómo cambiará su vida cuando todo esto pase.

Por lo pronto, la vista desde su ventana es distinta. «El horizonte se ve más claro y no hablo en forma metafórica. Tiene que ver con los picos de contaminación. El cielo, ahora, es mucho más azul».

 


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