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La familia del exsocorrista John Coughlin disfruta de un desayuno durante una reunión el 28 de agosto del 2021 en Cortlandt Manor, Nueva York. John Coughlin, un sargento de Servicios de Emergencia del NYPD de 43 años con Truck 4, fue uno de los 403 socorristas que murieron en los ataques terroristas en el World Trade Center el 11 de septiembre del 2001. Foto: Michael M. Santiago/ AFP

Veinte años después, se comunican con frecuencia: sobrevivientes y familiares de las víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001 hicieron amistades duraderas a través de los grupos de terapia, un antídoto eficaz para sus traumas.

Jelena Watkins, londinense de origen serbio, perdió a su único hermano, un año mayor que ella e ingeniero en informática, en los atentados contra el World Trade Center.

Se unió en 2004 a un grupo de terapia para hermanos de sobrevivientes que dialogaba por teléfono, y luego por Skype.

«Fue realmente el comienzo de una gran amistad», cuenta. «Los hermanos y hermanas raramente están en el tope de la jerarquía familiar. Nuestras necesidades eran profundas», señaló.

Al inicio las conversaciones giraban en torno a la dificultad de asimilar una muerte «sin cuerpo». Los médicos forenses demoraron años en identificar los restos de su hermano entre los escombros.

«Hablar de la identificación de restos humanos» solo era posible con este grupo, señala. Antes para ella eso «era tabú».

Después del décimo aniversario de los atentados, cuando los miembros del grupo finalmente se encontraron cara a cara para la inauguración del Memorial del 9/11 en Nueva York, el grupo se fue disolviendo poco a poco. Pero Watkins permaneció en contacto con dos miembros en California, y conversó con ellos durante toda la pandemia.

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Se colocan flores en el 9/11 Memorial donde se inscriben los nombres de las 2.983 víctimas de los ataques del 11 de septiembre de 2001 y el 26 de febrero de 1993. Foto: Chip Somodevilla / Getty Images / AFP

La vida cambió con los atentados

La vida de Matt Winter, que perdió 87 colegas en las Torres Gemelas, cambió completamente tras los atentados.

Entonces de 32 años de edad, llegaba de California y caminaba ese día hacia el WTC, donde debía trabajar toda la semana, cuando ocurrió la catástrofe.

Lo que pasó le marcó tanto -varios colegas atrapados en las torres le dejaron mensajes y él «no podía ayudarlos»- que anuló su ceremonia de compromiso, prevista para unos días más tarde, y nunca pudo realmente volver a trabajar.

Vive en San Francisco y le llevó años encontrar en 2020 un grupo de terapia donde puede decir «cosas que incluso los terapeutas o los mejores amigos no saben».

Para este hombre que desde ese día devora libros sobre los grandes cataclismos de la historia, su experiencia es similar a la de los sobrevivientes de Hiroshima, o incluso del Holocausto.

«Tenemos tendencia a minimizar el trauma porque otros pasaron por cosas mucho peores», resume.

Joseph Dittmar, sobreviviente del piso 105 de la torre sur del World Trade Center, también halló durante años alivio y apoyo en un grupo de terapia de sobrevivientes en Chicago.

«No se puede imaginar el bien que nos hizo compartir las emociones», dijo.

Annie Witlen, que ahora vive cerca de Los Ángeles pero trabajaba en 2001 cerca de las Torres Gemelas y fue voluntaria en la Zona Cero tras los atentados, se unió recientemente a un grupo de terapia grupal, pero ya recoge sus frutos.

Hay gente que le dice: «¿Cómo, 20 años después aún no has terminado con eso?», cuenta. «No comprenden lo que es ver el derrumbe» de las torres: «Es como un alcohólico que ve desplomarse a un borracho. Hay que ser alcohólico para comprender».

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Una mujer mira carteles de personas desaparecidas que han sido colocados en una pared tras el ataque al World Trade Center en Nueva York, Nueva York, Estados Unidos el 18 de septiembre de 2001. Foto: EFE / EPA / TANNEN MAURY

Más de 2.000 grupos

Como muchos, a Witlen le gustaría que estos grupos continúen funcionando, con la financiación apropiada.

La asociación Voces de 11/9, fundada tras los atentados para representar a las familias de las víctimas, organizó por sí sola más de 2.100 grupos, entre ellos los de Jelena Watkins y Matt Winter, dijo su cofundadora, Mary Fetchet.

Antes de perder a su hijo Bradley en los ataques, Mary Fetchet, entonces asistente social, ya había escuchado hablar de las repercusiones psicológicas de los atentados.

Había oído a la madre de una víctima del atentado con bomba de Oklahoma City -que dejó 168 muertos y cientos de heridos en 1995- describir un aumento de las depresiones, de la violencia conyugal y del uso de drogas en su ciudad después del drama.

En octubre de 2001 comenzó a reunir a los familiares de víctimas en su casa de Connecticut, antes de crear los primeros grupos formales a fines de 2002.

Eran grupos de menos de 10 personas para maximizar «la experiencia compartida»: había grupos para padres, cónyuges o hermanos de las víctimas, e incluso uno para las madres de bomberos, cada uno con un mediador profesional.

Con el tiempo cesaron su actividad formal pero la camaradería permaneció. Y se comunican al acercarse un aniversario de los atentados, o cuando ocurre algo que reaviva el trauma, como la pandemia o el ataque contra el Capitolio el 6 de enero.

Esta experiencia acumulada de apoyo a sobrevivientes y familiares sirve ahora también a las víctimas de otros atentados.

Voces colabora sobre todo con Invictim, una organización internacional de apoyo a las víctimas de terrorismo, y con el gobierno canadiense sobre las necesidades de las familias de las víctimas de atentados.

«Aún hay mucho por hacer antes de que los profesionales comprendan realmente lo que las familias de las víctimas, los rescatistas y los sobrevivientes precisan tras una tragedia», dice Fetchet.


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