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Fotos: Jim WATSON y Grigory DUKOR / AFP

Desde el fin de la Guerra Fría, a finales del siglo pasado, la reunión entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia –especialmente tras la llegada de un nuevo ocupante a la Casa Blanca– es casi como un ritual. Pese a las diferencias, que siempre son grandes, los líderes de las dos potencias por lo general acuden buscando espacios de cooperación, así sean estrechos, y con la idea de limar las asperezas más notorias –y peligrosas– en sus relaciones bilaterales.

Barack Obama, poco antes de acudir a su primer encuentro en el 2009, habló de “resetear” el antagonismo que se vivía con el Kremlin, mientras que George W. Bush, su antecesor, salió del suyo diciendo haber descubierto “el alma” de Vladimir Putin, ya desde esa época presidente en este país.

Pero la reunión de este miércoles en Ginebra (Suiza) entre Biden y Putin no es de ese talante. Podría describirse, más bien, como un tenso duelo entre dos titanes que se desprecian y cuyo único fin es mostrarse los dientes.

De acuerdo con expertos, la relación entre Washington y Moscú se encuentra en el peor momento de las últimas tres décadas. Ambos países han retirado a sus embajadores y reducido sus cuerpos diplomáticos a la mitad.

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El líder de la oposición ruso, Alexei Navalny, será uno de los temas centrales durante la reunión. Foto: Kirill Kudryavtsev/ AFP

La desconfianza es extrema y los canales de comunicación se han ido cerrando con cada día que pasa. Biden, hace algunas semanas, catalogó a Putin de “asesino”, y el presidente ruso le contestó diciendo que “para reconocer a un criminal primero se debe ser uno”.

En gran parte, este nuevo enfriamiento arrancó al día siguiente del triunfo de Biden en las elecciones de noviembre del año pasado. Durante los cuatro años de Donald Trump en la Oficina Oval, el líder republicano asumió una posición casi sumisa frente a Putin, con permanentes ataques a los fundamentos de la Otán, ignorando los movimientos expansionistas de Rusia en Crimea y Ucrania, y hasta minimizando la intervención de las agencias de inteligencia del Kremlin en el proceso electoral estadounidense, tanto en el 2016 como en el 2020.

Aun antes de llegar a la Casa Blanca, el presidente demócrata ya había dejado claro que bajo su administración las cosas serían a otro precio. En marzo, tras un ciberataque contra la infraestructura solar en Estados Unidos que se originó en Rusia, Biden elevó sanciones contra 32 funcionarios de Putin y seis empresas basadas en este país.

Así mismo, ordenó la expulsión de diplomáticos como represalia por la intervención de las elecciones presidenciales, ha criticado abiertamente la detención del líder opositor Alexei Navalny y promueve sanciones contra Bielorrusia, cuyo presidente es un aliado cercano de Rusia, por haber desviado un avión que hacía la ruta Atenas-Lituania, para arrestar a un periodista que criticaba su régimen.

“La estrategia no es solo contener a Putin, sino recuperar el espacio geoestratégico que perdió EE. UU. durante los años de Trump. Biden, al parecer, no solo pretende castigar las acciones puntuales del Kremlin que afectan los intereses nacionales, sino repeler la exportación de su modelo autocrático y hacerle pagar un precio cada vez que cruza otra línea roja”, sostiene Brian O’Toole, del GeoEconomics Center, basado en Washington.

Según O’Toole, se trata de un nuevo realineamiento de fuerzas que va a elevar las tensiones pero que muchos, especialmente en Europa, ven con buenos ojos. “Biden debe usar todo el arsenal de sanciones con el que cuenta y buscar la coordinación con sus aliados del Viejo Continente para maximizar el resultado. No se trata de provocar una confrontación, pero sí permite nivelar el tablero y da más flexibilidad a Estados Unidos para avanzar sus intereses y los de sus aliados”.

De alguna manera, este primer viaje internacional de Biden, que arrancó el miércoles con una visita al Reino Unido, es también un mensaje para Putin y, de paso, a China. En sus primeras declaraciones, el presidente estadounidense habló del riesgo existencial que atraviesa la democracia ante el avance de regímenes autocráticos y su decisión de dar la pelea por defender un sistema que protege las libertades individuales y la voluntad de las mayorías.

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Imagen de la sede del oleoducto Colonial, el cual fue afectado por un ciberataque proveniente de Rusia. La ciberseguridad también será tema de debate. Foto: AFP / Francois PICARD

Y tanto en la cita del G7 como en la reunión con la Otán dejó claro que Estados Unidos no daría la espalda a sus aliados frente a esta amenaza.

Si bien los temas centrales de su periplo giraron en torno a estrategias para combatir el covid-19 y el cambio climático –altas prioridades para su administración–, ellos también fueron enmarcados en este mismo contexto. Biden anunció que Estados Unidos donará casi 600 millones de dosis de vacunas para los países más necesitados a través de Covax, el sistema diseñado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para distribuir el medicamento.

Pero al hacerlo insistió varias veces en que Estados Uniods no esperaba nada a cambio y solo buscaba salvar la mayor cantidad de vidas y reactivar la economía mundial. Una crítica indirecta a la llamada “diplomacia de las vacunas” que han desplegado Rusia y China para avanzar sus intereses en otras regiones del planeta.

Putin, por supuesto, no ha estado de brazos cruzados. Desde enero, ya van cuatro ciberataques contra infraestructura vital en Estados Unidos. Y si bien no están directamente ligadas al Kremlin, las agencias en Estados Unidos sí creen que las promueve y se beneficia de ellas. Así mismo, y quizá como anticipo a la reunión con Biden, cerró el cerco contra Navalny declarando ilegal su partido y viene incrementado su presencia militar en la frontera con Ucrania.

Varios, especialmente en el Partido Republicano, han criticado a Biden por recompensar las agresiones de Putin ofreciendo una reunión bilateral. Crítica un tanto vacía dada la actitud del partido durante los cuatro años de “romance” entre Trump y el líder ruso.

De acuerdo con Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional de Biden, antes que premiar al régimen, lo que busca Biden con la cita es dejar claro cuáles son los intereses de Estados Unidos y en qué frentes no hay espacio para negociar.

Pero de acuerdo con Ángela Stent, profesora de Política Exterior y Diplomacia en GeorgeTown University, bajo la superficie hay mucho más. “Biden es un pragmático. Y si bien entiende que debe trazar líneas con Putin, sabe que la participación de Rusia es vital en muchos frentes. Entre ellos, las negociaciones para reactivar el acuerdo nuclear con Irán, la guerra en Siria, reducción de los arsenales nucleares de ambos países y otros temas de escala mayor como cambio climático y la misma pandemia”, afirma Stent.

En ese sentido, dice, el objetivo también es oxigenar la relación así la retórica de ambos sea hostil. Para esta analista, el estado actual de la relación es muy peligroso pues se han roto los canales de comunicación. Y, sin ellos, cualquier malentendido puede conducir a un escalamiento.

“Es claro que la relación Washington-Moscú es compleja y lo seguirá siendo. Pero se torna mucho más complicada si se cierran los espacios de diálogo. En ese sentido, sería positivo que bajo el ruido que causará este primer encuentro entre Biden y Putin, se pacte el retorno de los embajadores y el cuerpo diplomático. Es poco, pero es lo mínimo necesario para poder avanzar”, afirma Stent.

Eso está por verse. De lo que no hay duda es que para Biden esta cita en Ginebra con el curtido presidente ruso es su primera prueba de fuego en el concierto internacional. Y una que podría marcar el rumbo de la política exterior de Estados Unidos en los años que le restan en la Casa Blanca.

Por Sergio Gómez Maseri.


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