Foto: El Universal de México

Aunque creen firmemente que Santa Claus existe, los más de 400 niños y niñas migrantes que se encuentran en el albergue Senda de Vida en Reynosa, Tamaulipas, saben que el personaje de barba blanca y traje rojo no los visitará mientras se encuentren en México.

Como una forma de compensar la tristeza que sienten porque nunca han recibido juguetes en Navidad, los padres de estos pequeñitos les han dicho que, hasta que logren llegar a Estados Unidos, serán visitados por Santa Claus.

Tal es el caso de Blas de cuatro años, Karim de seis y David de siete, tres niños haitianos que están desesperados por pisar suelo estadounidense para recibir regalos en Navidad.

Ahora, los menores deben compartir dos juguetes, un superhéroe de plástico y un pequeño perro de peluche que está sucio y roto.

Aún así, ellos tratan de sobrellevar los días que les restan en el albergue de Reynosa, pues aseguran, dentro de poco serán llamados por las autoridades de estadounidenses para cruzar con sus familias y tener un hogar en el país vecino.

Los menores deben compartir dos juguetes, un superhéroe de plástico y un pequeño perro de peluche que está sucio y roto. Foto. Sandra Tovar / EL UNIVERSAL

David es el más parlanchín de los tres menores. Cuenta que hace cuatro meses salieron de Haití, que llegaron a Ciudad Juárez y la aplicación CBP-One les dio cita en el Puente Reynosa-Hidalgo para poder ingresar a Estados Unidos.

Se niega a compartir su figura del Capitán América pues dice, otro niño migrante de Guatemala lo dañó por lo que la pintura se le ha caído de algunas partes.

«Mi mamá dice que no ha perdido sus poderes, es poderoso. Este juguete me lo dieron unas señoras que vinieron, pero como eran pocos juguetes, no todos tienen. Blas tiene un perro gris pero ya estaba muy usado, otros niños tienen alguna pelota o balón, a veces jugamos, pero yo ya no les puedo prestar mi juguete porque está lastimado”, dice David.

Karim tiene que conformarse con observarlos ya que no cuenta con un juguete, esto ocasiona peleas y desencuentros, aunque a los pocos minutos sonríen y olvidan las desavenencias.

A Blas le gustaría recibir un auto de control remoto, a David un Play Station y a Karim, una bicicleta. Foto. Sandra Tovar / EL UNIVERSAL

La Navidad de los niños migrantes

David grita cuando se le pregunta si sabe que pronto será Navidad, levanta los brazos en señal de triunfo, aunque desconoce la forma en que festejarán en el albergue.

«Faltan pocos días, vamos a celebrar», dice mientras sonríe.

La sonrisa del menor se pierde cuando se le cuestionó si conoce a Santa Claus.

Karim interviene entre triste y sorprendido, pues algunos otros niños del albergue le han dicho que el hombre de la barba blanca sólo visita a los niños que se han portado bien.

«Yo he sido bueno, pero unos niños me dijeron que no tendremos juguetes del Santa porque salimos de nuestra casa, que hemos sido malos porque dejamos a nuestra abuela en Haití, ella no podía caminar, por eso la dejamos con una tía», dice.

A Blas le gustaría recibir un auto de control remoto, a David un Play Station y a Karim, una bicicleta.

Niños migrantes en México, entre la ilusión y la resignación

Esmeralda, Mónica y Roseline son mexicanas. Saben que Santa Claus existe porque les han contado que tiene barba blanca y que deja juguetes a los niños que se han portado bien durante el año.

«A nosotras Santa no nos ha dejado juguetes, la verdad, yo me he portado algo mal porque aquí hay muchas niñas que me molestan, me dicen groserías y yo me defiendo. Antes, cuando vivía en Campeche solo conocíamos a los Reyes Magos, me dejaban dulces porque los juguetes se les acaban pronto y mi casa está muy lejos», asegura Esmeralda de siete años, quien desea una muñeca barbie que cambia de color.

Mónica, de seis años, es originaria de Oaxaca, le gustaría recibir una muñeca que tenga pañales aunque sabe que tendrá que esperar la visita de los Reyes Magos.

«Es que mi mamá dice que aquí no viene Santa Claus porque vive en otro polo muy lejano. Dice que México le queda muy lejos por eso sólo va a Estados Unidos, por eso ya quiero irme porque en San Antonio o no sé dónde, está una tía con la que vamos a vivir, ella le mandó unas fotos a mi mamá y tiene un árbol grande con muchas luces, parece que es donde dejan los regalos».

Esmeralda, Mónica y Roseline son mexicanas. Saben que Santa Claus existe porque les han contado que tiene barba blanca y que deja juguetes a los niños que se han portado bien durante el año. Foto. Sandra Tovar / EL UNIVERSAL

Roseline apenas tiene cuatro años. Juega con plastilina y se niega a compartirla con sus compañeras porque aunque se la acaban de regalar, ya sólo le queda una pequeña porción de la masa moldeable.

«Quiero una carreola de bebé y una muñeca. Cuando me vaya a otro país me darán una bicicleta. Aquí Santa no puede venir porque no hace frío, no puede llegar«, dice muy segura la pequeña originaria de Oaxaca.

Luis y Carlos son originarios de Guatemala y aunque confían en recibir un juguete en Navidad, por el momento deben conformarse con dos figuras de plástico que heredaron de algunos niños que ya se encuentran en Estados Unidos.

«Mi papá los encontró porque unos niños ya se fueron, los dejaron botados, es un dragón y un dinosaurio, ahora son nuestros, es lo que tenemos para jugar», dice Luis de seis años.

Estos hermanitos, aseguran que Santa nunca los ha visitado porque en su casa no tenían chimenea y en el albergue donde se encuentran ahora, no tienen casa para vivir.

«No sabemos cómo es Santa pero un niño dice que tiene unos venados (renos), ellos vuelan, pero aquí no caben, no pueden llegar. En Estados Unidos si hay lugar, la gente vive en unas casas con chimenea, puede entrar, allá si podemos verlo», dice en tono serio Luis.


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